El guion en primera persona
De todos los objetos relacionados con la literatura, el guion es aquel que cuenta con menos lectores: como mucho un centenar. Y todos buscan en él únicamente su interés particular y profesional. A menudo los actores sólo se fijan en su papel (lo que se llama una “lectura egoísta”), los productores y distribuidores en las posibilidades de éxito, el director de producción en los figurantes y los rodajes nocturnos, el ingeniero de sonido oirá ya el film sólo con volver las páginas y el director de fotografía imaginará su luz, etcétera. Todo un abanico de lecturas individuales. Una herramienta que se lee, se anota, se disecciona… y se abandona. Sé que ciertos coleccionistas los conservan y que a veces incluso se publican, aunque sólo si el film funciona: entonces sobreviven a sí mismos.
De todas las formas de escritura, la cinematográfica me parece la más difícil pues para ponerla en práctica son necesarias unas cuántas cualidades que raramente se encuentran reunidas. Hace falta talento, por supuesto, como para todo, pero también inventiva, emotividad, tenacidad. Es necesario un mínimo de capacidad literaria e incluso de habilidad. También un sentido especial del diálogo, que debe parecer real sin serlo, y un buen bagaje técnico. Como decía Tati, hace falta saber cómo se hace una película. De lo contrario, estaremos escribiendo sobre el absoluto, sobre utopías, y nuestras frases, por elegantes que sean, permanecerán irrealizables, aunque sólo sea por razones de presupuesto.
La película que no se ve