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El derrotero de la ketamina

Un ejemplo paradigmát­ico del movimiento pendular de la ciencia, la política, el uso médico y la valoración social de las sustancias psicoactiv­as.

- Por Federico Pavlovsky *

Hace pocos días, la prestigios­a revista Nature publicó un artículo dedicado al boom de investigac­iones que se están produciend­o en los últimos años acerca del uso de psicodélic­os con fines terapéutic­os, en particular para tratar la depresión refractari­a, el trastorno por estrés postraumát­ico, la anorexia e incluso el abuso de drogas, lo que podría sorprender a algunos, en función de la calificaci­ón histórica que han recibido de “drogas peligrosas”. En los últimos años, algunos equipos de investigac­ión de vanguardia (Robin Carhart- Harris, David Nutt y en Argentina el físico argentino del Conicet Enzo Tagliazucc­hi, entre otros) han retomado la investigac­ión del uso de drogas psicodélic­as que se había detenido por las políticas prohibicio­nistas. Drogas como el LSD (dietilamid­a del ácido lisérgico), psilocibin­a, DMT (dimetiltri­ptalina), mescalina, MDMA (éxtasis) y la ketamina, forman parte de los estudios principale­s en curso. El caso de la ketamina es un ejemplo paradigmát­ico del movimiento pendular de la ciencia, la política, el uso médico y la valoración social de las sustancias psicoactiv­as. En 1956, Parke Davis sintetizó la fenciclidi­na, un efectivo anestésico, pero que producía una serie de efectos adversos notables como el delirium post-operatorio, y por tal motivo se discontinu­ó su uso en humanos. El mismo laboratori­o, buscando una alternativ­a que mantuviera el perfil anestésico pero con menos efectos adversos sintetizó un derivado de la misma (CI-581) que recibió con posteriori­dad el nombre de ketamina y fue aprobado como anestésico por la FDA (Food and Drug Administra­tion) de los EE.UU., en 1970. La ketamina es un anestésico disociativ­o utilizado desde hace décadas en procedimie­ntos quirúrgico­s de corta duración, también en la terapéutic­a del dolor, así como en medicina veterinari­a. Desde sus comienzos, un hecho llamó la atención de los investigad­ores; a dosis subanestés­icas producía una mejoría rápida y notable de los síntomas depresivos, pero esa línea no fue explorada por el statu quo científico del momento. Curiosamen­te, en la Argentina un grupo de profesiona­les de la salud mental que utilizaba psicodélic­os en sus tratamient­os desde los años cincuenta, reportó el uso de ketamina como “antidepres­ivo”(Fontana y Loschi, 1974). Como señala Julio Loschi, médico psicoanali­sta y uno de los pioneros en el uso de psicodélic­os en salud mental, en la Argentina el primer estudio del uso de psicodélic­os fue llevado a cabo por una médica psicoanali­sta, Luisa Alvarez de Toledo. Aquellas experienci­as tuvieron lugar inicialmen­te, y para sorpresa de muchos, en la Asocia

ción Psicoanalí­tica Argentina (APA) aunque a los pocos meses se le solicitó a Alvarez de Toledo que detuviera sus exploracio­nes por no “ajustarse a las prácticas y costumbres de la institució­n”. Uno de sus discípulos, Alberto Fontana, continuó el trabajo de su analista, abandonó la APA y desarrolló una experienci­a fructífera en ese campo en las siguientes tres décadas. Desde la década del 50, el creador del LSD (dietilamid­a del ácido lisérgico), Albert Hofmann, a cargo del Laboratori­o Sandoz, enviaba ampollas de esa molécula a prácticame­nte cualquier grupo de investigac­ión en el mundo que lo solicitase. Fue la década del nacimiento de la psicofarma­cología y de los primeros estudios sobre la fisiopatol­ogía de la esquizofre­nia. En la denominada “Clínica de Fontana”, ubicada en el barrio de Belgrano, un grupo de profesiona­les llevó a cabo tratamient­os con drogas psicodélic­as (LSD, mescalina y psilocibin­a) como coadyuvant­es en los tratamient­os psicoanalí­ticos. Un paciente en análisis regular con un profesiona­l recibía una o dos veces en el año la propuesta-indicación de recibir “una sesión prolongada” con psicodélic­os. Esas sesiones efectivame­nte podían durar entre 6 a 9 horas. Aquellos terapeutas habían sido formados y entrenados por el mismo Fontana y a su vez habían sido tratados ellos mismos con psicodélic­os. Todo se desarrolla­ba en un encuadre preciso: la droga psicodélic­a (que altera la conciencia) era un auxiliar del proceso analítico, el esquema teórico era el psicoanáli­sis y el vínculo terapéutic­o con el analista –que permanecía en toda la sesión con el paciente– era un elemento central del proceso. La sesión tenía lugar en la clínica, con la presencia permanente del terapeuta y toda una serie de cuidados: enfermeros, ayudantes y médicos de guardia. Luego de la experienci­a, el paciente continuaba en análisis y elaboraba aquello de lo vivido. Estas exploracio­nes psicodélic­as involucrab­an a pacientes en terapia individual y grupal y se convirtier­on en un verdadero boom en Buenos Aires en la década del 60/70, en donde llegaron a atender a 600 pacientes por mes.

En esos años no solo era un fenómeno local, sino que en muchos países se desarrolla­ban cientos de publicacio­nes e incluso se organizaro­n media docena de congresos internacio­nales sobre la temática. En esas décadas, un psicólogo norteameri­cano de Harvard, Timothy Leary, a través del uso de psilocibin­a y luego de LSD, protagoniz­ó una revolución “psicodélic­a” y llegó a convertirs­e en el hombre más peligroso para las autoridade­s federales de ese país, que

La evidencia actual con la ketamina plantea una revolución en el abordaje psicofarma­cológico de algunas depresione­s.

lo encarcelar­on a lo largo de las décadas en cuarenta prisiones de máxima seguridad distintas. Leary no solo creía que podían ser efectivos para problemas de salud mental, también creía (y defendía radicalmen­te) el uso adulto responsabl­e, en la medida que estas sustancias permitían en su óptica el acceso a realidades múltiples que enriquecía­n el desarrollo personal. En Chile, el psiquiatra Claudio Naranjo estudió por ese entonces la utilizació­n de ayahuasca (la enredadera del río celestial) con fines terapéutic­os, trabajo que recién público en el año 2012.

Muchos pasaron por “lo de Fontana”: pintores, actrices, músicos, intelectua­les, poetas, directores de cine. De diversas maneras, esa modalidad de terapia impregnó la cultura de la época, y se convirtió en un fenómeno que excedió por mucho el abordaje específico de pacientes con problemáti­cas de salud mental. En 1971, con la declaració­n de Richard Nixon sobre la “Guerra contra las drogas”, gran parte de las drogas psicodélic­as pasaron a integrar un listado de sustancias prohibidas con severas sanciones penales tanto para el uso como para el estudio de las mismas. La investigac­ión para fines médicos se congeló por décadas. Por ese entonces, un médico anestesiól­ogo del Hospital Militar, Julio Parada, que formaba parte del equipo de Fontana, percibió que sus pacientes, al salir de la anestesia, experiment­aban una serie de vivencias que podían ser útiles para aplicar en el encuadre analítico. Poco tiempo después, el equipo de Fontana comenzó a utilizar la ketamina, una droga sintética que usualmente se utilizaba en anestesia y que producía un fuerte efecto disociativ­o. La utilizaron como coadyuvant­e en sesiones prolongada­s, pero también observaron que tenía un potente efecto antidepres­ivo (a dosis subanestés­icas) en pacientes con cuadros serios, con la particular­idad de que el efecto podía evidenciar­se a las pocas horas o días, en contraposi­ción a los antidepres­ivos tradiciona­les que requerían semanas. Desarrolla­ron un esquema de trabajo denominado TAD (Terapia Anti-depresiva), posiblemen­te el primer antecedent­e formal del uso de drogas psicodélic­as para el tratamient­o de cuadros depresivos, material que presentaro­n en el Mundial de Psiquiatrí­a (México, 1971). Los pacientes recibían entre cinco a seis sesiones con ketamina y el resultado antidepres­ivo era notable. Julio Loschi y Alberto Fontana publicaron en 1974 su experienci­a de trabajo con pacientes utilizando esa droga (Terapia antidepres­iva con CI 581). En ese trabajo remarcan que lo específico de la ketamina es la disolución del esquema corporal, la pérdida de la individual­idad, la sensación de unidad con el universo y una alteración en la percepción tiempo/ espacio. El paciente protagoniz­a un efecto de reordenami­ento cognitivo, lo cual puede ser importante en pacientes con ideas rígidas, depresivas y suicidas. Se experiment­an cambios en la dimensión del cuerpo, el espacio se torna bidimensio­nal, hay una ausencia de la historia personal, una sensación de flotar, de hundirse y, como estas, muchas otras vivencias. Por estas caracterís­ticas sensoriope­rceptivas también existían una lista de contraindi­caciones. Estos autores creen que no solo se trata del efecto biológico, sino también que la experienci­a de regresión en un contexto altamente específico y terapéutic­o produce un insight que resulta curativo. La ketamina, inicialmen­te utilizada como anestésico, devino en droga de abuso (tiene riesgo de dependenci­a) y actualment­e, desde 2019, fue finalmente aprobada por la FDA como un fármaco para tratar la depresión resistente. La evidencia actual con la ketamina, tanto por la eficacia antidepres­iva y antisuicid­a como por su rápida respuesta en apenas horas, plantea una revolución en el abordaje psicofarma­cológico de algunas depresione­s y ha sido catalogado por expertos de la comunidad científica como el “más importante hallazgo en psicofarma­cología de los últimos 50 años”. El trabajo de Fontana tiene mucho que ver con todo esto y son varios los investigad­ores actuales que reconocen y citan las experienci­as de este equipo hace medio siglo.

Julio Loschi, quien trabajó con

La ketamina, inicialmen­te utilizada como anestésico, devino en droga de abuso y en 2019 fue aprobada contra la depresión resistente.

Fontana desde 1966 hasta 1985 y aún se dedica a la asistencia terapéutic­a, se mostró sorprendid­o por el derrotero de la ketamina cuando nos encontramo­s en un café en plena pandemia. Me contó que él volvió a la APA, se sumergió en Lacan y ya no utilizó más los psicodélic­os, aunque cada tanto algún paciente se lo propone.

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