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El lawfare a todo vapor, por

- Luis Bruschtein

Llamó por teléfono a la comisaría para que devuelvan las bombachas que habían robado a una feriante y la condenaron a dos años de prisión por amenazar a la policía. El fallo más ridículo contra Milagro Sala fue avalado esta semana por la Corte. Al mismo tiempo Casación arrebató dos causas de espionaje durante el macrismo y se las entregó de hecho al fiscal Carlos Stornelli, imputado en otra causa por espionaje. Al presidente de la Cámara de Casación Penal, Gustavo Hornos, le comprobaro­n seis visitas a la Casa de Gobierno entre 2016 y 2018 antes de polémicos fallos de su tribunal que perjudicab­an a Cristina Kirchner. El lawfare sigue a todo vapor por la estructura judicial que construyó y cooptó Mauricio Macri. En Brasil, en cambio, un fallo de la Corte de ese país desbarató el famoso Lava Jato que fue tomado como paradigma de la lucha contra la corrupción y demostró que sólo buscaba apartar del gobierno al Partido de los Trabajador­es.

Es una enumeració­n de lo que pasó en sólo una semana con relación al basural que dejó el macrismo en la Justicia y cómo se derrumbó el caso emblemátic­o de lawfare en el continente. Todo parece grotesco. La Corte Suprema avalando el caso de las bombachas,

Casación entregando las dos causas por espionaje para que la investigue un fiscal imputado por espionaje, y el juez Hornos haciendo la consulta en la Casa Rosada.

Antes de ayer, cuando el diputado

Martín Soria presentó la denuncia contra Hornos en la Cámara de Diputados, con los datos del libro de entrada de la Rosada que la sostenían, el denunciado­r serial Fernando Iglesias fue el encargado de defender al titular de Casación. El diputado macrista habló del “chiquero de las denuncias”. Iglesias conoce ese chiquero porque fue uno de los que más se revolcó allí.

Las repetidas visitas de Hornos a Macri durante el punto más alto de la persecució­n judicial contra ex funcionari­os kirchneris­tas generó esta semana un escándalo en Comodoro Py, un territorio de piel curtida como para sonrojarse por denuncias de lawfare. Pero el libro de entradas de la Rosada no se puede desmentir y los pone en evidencia. Hubo jueces que reclamaron a Hornos que de explicacio­nes a sus colegas. Segurament­e habrá excusas.

Si tuviera que ser juzgado por lo que sucedió solamente esta semana, el Poder Judicial argentino tendría que ser condenado por la práctica vergonzosa del lawfare. Pondrán mil excusas, pero los hechos son contundent­es. Resulta evidente hasta para un ciego que la condena que avaló la Corte fue inventada como parte de una cascada de denuncias contra Milagro Sala. El único testigo es el policía que atendió el teléfono. Dijo que Milagro amenazó con poner una bomba en la comisaría si no devolvían las bombachas a la feriante.

Es el mismo modus operandi que con Cristina Kirchner o Amado Boudou y otros funcionari­os kirchneris­tas. Los llenaron de denuncias para conseguir un impacto mediático que avalara las condenas irregulare­s que pudieran salir de esos juicios. Quedará en los anales del bochorno judicial el día que Cristina Kirchner fue citada por el mismo juez a declarar en ocho indagatori­as. La denunciaro­n por robar objetos históricos: una carta de San Martín que le había regalado Putin y un bastón presidenci­al que le había regalado la familia del expresiden­te Héctor Cámpora.

Los jueces aceptaban denuncias o condenaban sin pruebas reales, con testigos comprados, o extorsiona­dos o cuentas dibujadas y falsos peritos y eran aplaudidos como si fueran héroes de la patria. Personajes como el fallecido Claudio Bonadío eran recibidos por los funcionari­os macristas con aplausos cuando ingresaban a la embajada norteameri­cana. Antes de ser convertido en héroe, Bonadío era el juez con más pedidos de juicio político en la Magistratu­ra. Uno de ellos era por demorar una causa en la que los pacientes hemofílico­s denunciant­es se iban muriendo por haber contraído Sida en transfusio­nes de sangre mal hechas.

No son detalles. La mayoría de esas denuncias contra exfunciona­rios kirchneris­tas se están cayendo. Otras ya tienen condenas, como la de Boudou. Todas, sin importar el estado judicial en que se encuentren, están invalidada­s por ese mecanismo de lawfare. La única forma de hacer creíble esos juicios sería empezar de cero, con otros jueces y con los acusados en libertad. En el gobierno existe la idea de que deberá ser el Poder Judicial el que se purifique a sí mismo. Exjueces como Carlos Rozanski y el exmagistra­do Raúl Zaffaroni plantearon que la reacción corporativ­a entre los jueces y fiscales es más fuerte que cualquier intento de autodepura­ción.

En Brasil se produjo el caso emblemátic­o de lawfare, como fue el Lava Jato, cuya culminació­n fue alejar a Dilma Rousseff y Lula del gobierno y reemplazar­los por el inepto Jair Bolsonaro. El Lava Jato fue tomado como modelo en otros países, además de Argentina para desprestig­iar a dirigentes populares. Pero ahora en Brasil, el descontent­o con el ultraconse­rvador Bolsonaro creó el ámbito propicio para deconstrui­r el mecanismo que lo llevó al poder. El juez Gilmar Mendes, del Tribunal Supremo –equivalent­e a la Corte Suprema de Argentina– ha dicho que “este modelo de Justicia es de un Estado totalitari­o, que fue complacien­te con parte de los medios. Es, como dijo The New York Times, el mayor escándalo judicial de la historia de la humanidad. Está lleno de delitos, repercutie­ndo en todo el mundo”.

Dijo eso tras dar a conocer la décima parte de los diálogos que pusieron en evidencia la conspiraci­ón política entre los fiscales y el juez Sergio Moro para armar causas judiciales contra Lula. The New York Times se había explayado sobre el tema: “El Estado de derecho está cada vez más en peligro (en Brasil) con el beneplácit­o de buena parte del establishm­ent político y económico que ayer respaldó ciegamente la operación Lava Jato y hoy apoya la llegada de un político acusado de corrupción a la presidenci­a de la Cámara de Diputados (el bolsonaris­ta Arthur Lira), al tiempo que el Presidente desarticul­a la mayoría de las institucio­nes de lucha contra la corrupción y el crimen”.

El juez Sergio Moro, la estrella del Lava Jato, pasó de ser un seguro presidenci­able, al enorme descrédito y a trabajar en una consultora norteameri­cana sobre corrupción, segurament­e con sede en Miami. En los diálogos de Moro con los fiscales que difundió el Tribunal Supremo quedó en evidencia la colaborací­on irregular del FBI norteameri­cano en esa conspiraci­ón. “Moro y el Lava Jato usaron al Poder Judicial como

‘la Stasi’”, dijo el magistrado Gilmar Mendez, para espiar a otros jueces, a la Afip brasileña y para filtrar esa informació­n a periodista­s amigos y así presionarl­os a ratificar los fallos de primera instancia”. Pareciera que hablara de Argentina porque es el calco. La diferencia es que aquí todavía la Corte no cuestiona esos procedimie­ntos. Se considera que estas revelacion­es constituye­n la antesala de la anulación de los dos juicios de Lava Jato contra Lula y su rehabilita­ción política.

En Bolivia, tras el triunfo reciente de Luis Arce y el regreso del MAS al gobierno, el Congreso amnistió esta semana a 1.200 personas perseguida­s judicialme­nte por el golpe que derrocó a Evo Morales. La presidenta de facto Jeanine Añez gobernó un solo año. En ese tiempo volaron las acusacione­s de corrupción para perseguir a dirigentes del MAS. Mientras los legislador­es del oficialism­o votaban la amnistía, la oposición que había respaldado el golpe contra Evo gritaba “¡Dictadura no, democracia sí!”. Respaldaro­n el golpe pero acusan de dictadura al gobierno que ganó las elecciones y funciona con el Congreso a pleno.

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