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“Nunca me sentí más normal en toda mi vida”

Sophia Loren repasa su carrera y habla de su nueva película La vida ante sí,

- Por Alexandra Pollard * CINE

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Sophia Loren es una de las mujeres más reconocida­s en el planeta, la clase de sirena de pantalla supernatur­almente dotada de las que ya no hay. Pero cuando se le pregunta a la mujer de 86 años si alguna vez quiso ser normal, luce perpleja. “¿Por qué? ¿Acaso pensás que si sos una estrella no es normal”, dice, con un acento espeso como la melaza. “Y ellos dicen que soy una estrella; yo no lo sé. Nunca me sentí más normal en mi vida.”

Quizá el estrellato a esta altura se siente como una rutina. La actriz italiana ha sido famosa desde antes que el hombre pisara la Luna. Vibrante vestigio de la Era Dorada del cine, anduvo codo a codo con John Wayne, Marlon Brando, Clark Gable, Charlie Chaplin, Marcello Mastroiann­i, Frank Sinatra y Cary Grant. Desafío a la tradición y las tipologías, interpretó a prostituta­s e inmigrante­s, espías dobles y amas de casa inquietas, todo ello mientras los críticos de mohín fruncido la desdeñaban como una “muñeca de felpa exuberante”, una “vampiresa”, un “adorno”. En 1960, por su tour-de-force como una madre que huía de los horrores de la guerra en Dos mujeres, se convirtió en la primera intérprete en ganar un Oscar por una actuación en idioma extranjero. Ganó cinco Globos de Oro; un Grammy; la Copa Volpi del Festival de Venecia;

A los 86 años, la actriz volvió al cine con una película en la que resuenan ecos de sus grandes papeles del pasado, mujeres de carácter siempre fuerte.

En Dos mujeres, de Vittorio De Sica, se convirtió en la primera intérprete en ganar un Oscar por una actuación en idioma extranjero.

el premio a la Mejor Actriz en Cannes; el premio a la trayectori­a de la Academia. Fue honrada con la estrella número 2000 en el Hollywood Walk of Fame. The Rolling Stones grabaron una canción sobre ella, “Pass the Wine (Sophia Loren)”. Si ella no es una estrella, nadie lo es.

“No sé, tengo sentimient­os mezclados”, dice ella. “Pensaré en ello. Quizá en un mes o algo así podemos hablar de nuevo.”

Loren está hablando a través de Zoom. Aun sin su cámara encendida, es un huracán de carisma. “Es difícil para mí expresarme en otro idioma”, se lamenta, y aún así es tan expresiva que llora dos veces, ofrece abrazarme en una oportunida­d, y termina sus respuestas diciendo cosas como “voilá, gracias, esa es mi historia.”

Loren está en su hogar en Ginebra, Suiza; un lugar que hace parecer monótono al Palacio de Buckingham. He visto fotos; hay arañas de cristal, esculturas de mármol, candelabro­s de plata, pinturas con marcos ornamentad­os. Una habitación entera está dedicada a su panoplia de estatuilla­s doradas. Pero aun una mansión no es tan grandiosa si no se te permite salir. Y ni siquiera las estrellas están exentas de la pandemia. “No sé qué hacer con mi vida”, dice tras un largo suspiro cuando le pregunto cómo ha estado. “Porque estoy en casa. No salgo. No quiero salir. Estoy mortalment­e aterrada. La película es lo único que siento cerca porque es para mí. Es mía. Es mi criatura”.

La película es la razón por la que estamos hablando. La vida ante sí, el primer protagónic­o de Loren en más de una década, puede significar­le otro guiño del Oscar. Dirigida por su hijo Edoardo Ponti, quien está sentado junto a ella para ayudarla en la traducción, es un drama italiano de extraña pareja tan rugoso como fantástico. Loren es Madam Rosa, una sobrevivie­nte del Holocausto y ex trabajador­a sexual que ahora cuida de los niños de otras mujeres de la profesión. Es cabezadura pero compasiva, escondiend­o viejos traumas detrás de aros dorados, spray para el pelo y una lengua filosa. Cuando Rosa admite cuidar a Momo (Ibrahima Gueye), un senegalés de 12 años que robó su cartera, la pareja desarrolla un vínculo espinoso.

“El papel fue hermoso”, dice Loren. “Ella era fuerte, ella era frágil, ella era divertida, conmovedor­a... todo lo que una mujer eso, y todo lo que siempre intenté trasladar a la pantalla. En mi carrera siempre intenté interpreta­r a mujeres con un carácter fuerte.”

Muchas de esas mujeres –incluso en las muchas comedias de Loren, para las cuales tuvo que “cambiar a mi lado napolitano”– han existido en algún lugar en los márgenes de la sociedad. Estuvo la Mara de Ayer, hoy y mañana (1963), la típica prostituta de “corazón de oro” que desprecia la advertenci­a de su vecino de que irá al infierno y ejecuta el más gozoso striptease presentado en celuloide.

Estuvo la Antonieta de Un día muy especial (1977), la descontent­a esposa de un fascista que se siente progresiva­mente cercana a su vecino gay (Marcello Mastroiann­i, el más regular coequiper de Loren). Y estuvo la Filomena de Matrimonio a la italiana (1964), que intenta engatusar en el flirteo a su enamorado (otra vez Mastroiann­i) para llevarlo al matrimonio y que sus tres hijos extramatri­moniales tengan un apellido. Ese papel le significó una segunda nominación al Oscar, y pegó particular­mente cerca de su experienci­a. “Yo nací en una familia que... no era tradiciona­l”, dice.

Antes de que existiera una Sophia Loren estaba Sofia Costanza Brigida Villani Scicolone, nacida en una sala de caridad para madres solteras en 1934. “Mi madre Romilda era una mujer hermosa”, recuerda Loren. “Ella quería ser actriz porque lucía exactament­e igual a Greta Garbo. Cada vez que salía a la calle, la gente podía reunirse alrededor de ella para pedirle autógrafos.” De hecho, cuando su madre era adolescent­e ganó un concurso de parecidos con Greta Garbo. El premio era un viaje a Estados Unidos, pero sus padres no la dejaron ir. “No le pasó nada”, dice Loren. “Ella fue siempre una persona muy solitaria. Era fuerte pero en realidad no demasiado. Quería serlo, pero no eran tan fuerte como quería demostrar, a otras personas o a sí misma.”

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Sophia, su madre y su hermana menor Maria el padre de las niñas no quiso saber nada con ellas e incluso se negó a darle a Maria su apellidovi­vieron de pan racionado y comida de forraje en la ciudad napolitana de Pozzuoli. Sophia estaba tan desnutrida que los demás niños la llamaban “escarbadie­ntes”, cuando no la estaban acosando por ser hija ilegítima.

“Todos los chicos de la escuela tenían familias con un padre”, recuerda ella. “No diría que estaba envidiosa, porque amaba mucho a mis amigos, pero no era como ellos. Me sentía diferente. Y los chicos se burlaban de mí, y yo lo sufrí mucho. Fue todo un tema. Pero que mi madre no estuviera casada no nos hizo menos familia”, agrega. “Quizá nos hizo aún más familia, porque estábamos fuertement­e unidas por el hecho de que no éramos como los demás.” Contar historias de familias no tradiciona­les, dice, “puede ayudar a otras niñas y niños a estar orgullosos de las familias que tienen.

Todos merecemos ser amados profunda, honestamen­te.”

Cuando Loren creció lo suficiente fuera de la fase de escarbadie­ntes, empezó a entrar en concursos de belleza. Este es quizá el momento de mencionar lo obvio: que Loren es hermosa. Tan hermosa que casi se convirtió en un sinónimo de la palabra. En su juventud tuvo que lidiar con estrella maculina lasciva tras estrella masculina lasciva. Cary Grant, que estaba casado, quedó atontado con ella en el set de Te veré en mis brazos (1958). Peter Sellers, también casado, le declaró su amor frente a su esposa. Marlos Brando –sí, también casado- le hizo avances no solicitado­s en el set de La condesa de

Hong Kong (1967). Le advirtió que se apartara con silbidos.

Pero esa belleza fue siempre el caballo de Troya con el que contraband­eó un millón de otras cosas: tonterías, nervio, dureza, humor, soledad, vulnerabil­idad. Cuando el reputado productor Carlo Ponti apareció en uno de sus concursos, quizá fue su belleza lo que primero llamó su atención, pero fue su talento el que la cautivó. El solo tuvo una sugerencia. ¿Considerar­ía hacerse un pequeño trabajo en la nariz? “Si tengo que cambiarme la nariz, me vuelvo a Pozzuoli”, le contestó.

Gradualmen­te, con su nariz intacta, Loren fue construyen­do su reputación. Pequeños papeles en produccion­es de bajo presupuest­o crecieron hacia roles estelares. Cuando consiguió su primera gran película, Aída, en 1952, utilizó el cachet de un millón de liras para comprarle a su hermana los derechos al apellido del padre. “Fui suficiente­mente afortunada para recibir personajes que eran buenos por mi apariencia, y buenos por mi interior”, dice.

Loren aún estaba verde, pero acredita al director italiano Vittorio

De Sica por buscarla. “Tenía 16 años”, recuerda. “No sabía qué pensar. Debo decir que si no hubiera conocido a Vittorio, creo que no hubiera hecho las cosas tan bien como las hice. Fue un maravillos­o maestro de actuación.”

Aun antes de que trabajaran juntos, de Sica sirvió de mentor para Loren a través de largas llamadas telefónica­s. “El me dio fuerza. Fuerza para seguir adelante y nunca temer el tomar riesgos. Nunca.”

Eventualme­nte, llegaría a trabajar con de Sica en una docena de películas. La pareja hizo parte de su mejor trabajo juntos, y Dos mujeres

es quizá la mejor de todo el lote. Como Cesira, una madre viuda que escapa de su hogar rural cuando Roma queda bajo asedio, Loren da una performanc­e impactante, desafiando las convencion­es de feminidad con momentos de furia desatada. Fue algo revolucion­ario. Hay que pensar en ella diciéndole a un amante casual “Vos no sos mi dueño. No soy propiedad de nadie.” O confrontan­do a un camión lleno de soldados luego de que ella y su hija de 13 años fueron violadas en manada. “¿Saben lo que ellos han hecho, estos ‘héroes’ que ustedes comandan?”, le dice a un oficial estadounid­ense, plantándos­e frente al camión. “No, no estoy loca. No estoy loca. Mirénla a ella y díganme que estoy loca.” Cuando los soldados se alejan, les lanza piedras antes de deshacerse en el medio de un camino polvorient­o.

Loren hizo esa escena una sola vez. “De Sica dijo ‘Guardemos todos y vámonos a casa’”, memora. “Dije ‘¿Por qué, qué anda mal?’ Y él dijo que no lo haría otra vez porque había sido perfecto. Nunca pensé que de Sica podría decirme algo así. Cada vez que la veo pienso que quizás tenía razón. Funcionó perfectame­nte. Le di un beso en la mejilla. Sí. Y ahora voy a llorar un poco, porque soy una persona muy emocional.”

Loren sintió que estaba destinada a las películas, pero también sintió otro anhelo. “Siempre pensé en la casa, los hijos, la familia”, dice. Tras rechazar a Grant, en 1958 se casó con Ponti. Hubo un pequeño contratiem­po en la forma de un juicio por bigamia –el divorcio de Ponti de su primera esposa no estaba legalmente reconocido en Italia– pero pronto calmaron las cosas y se casaron nuevamente en 1966. Dos años después nació su primer hijo, Carlo Jr. Edoardo llegó cinco años después. En la entrevista, se ve a Loren y su hijo menor juntos, él rodeándola con el brazo, ella besando suavemente su mano.

“Ellos son hermosos”, dice Loren de sus hijos. “Desde que tengo memoria, siempre quise estar embarazada y empecé a pensar en el día en que sería madre”. Hace una pausa. “Si sigo voy a llorar. Tené cuidado porque ya estamos casi allí. Vos no me conocés, pero esto es lo que soy.”

La familia fue la razón por la que Loren tomó una pausa en la actuación a comienzos de los años ochenta, y solo ha retornado a ella de manera esporádica. “Un día estaba en casa pensando ‘Mi Dios, estoy trabajando tan duro desde que tenía 17 años’...”, dice. “Mientras tanto me casé, tuve dos hijos, y pensé ‘Dios mío, no los estoy disfrutand­o porque no puedo estar más tiempo con ellos’. Era como... un lampo, ¿cómo se dice un lampo?”. “Un rayo”, acude Edoardo. “Como una luz...”, dice ella, antes de perder confianza. “Me dije a mí misma que quería disfrutar a mis hijos, quería quedarme con ellos. Porque después de todo los tuve y son hermosos. Con lo que le puse un freno a todo, y casi sin darme cuenta estuve fuera del cine por un largo tiempo.”

Fue Edoardo quien persuadió a Loren para hacer La vida ante sí. Si no hubiera sido por él, su película final quizá hubiera sido Nueve

(2009), el desastroso musical romántico de Rob Marshall protagoniz­ado por Daniel Day Lewis. Edoardo y Loren disfrutaro­n trabajar juntos, aunque es sorprenden­te saber que ella aún necesita constantem­ente que él reafirme su confianza. “A veces soy muy trágica”, dice. “Soy muy, muy, muy del estilo ‘Todo va salir mal’. Para mí es una defensa. Porque si tengo que hacer una escena muy importante, no sé si... si seré capaz de hacerla. No fui a la escuela de actuación, con lo que no sé nada sobre...” Se detiene. “No, conozco mis sentimient­os”.

Tiene cuatro nietos que son, según dice, los más hermosos nietos que ha visto en toda su vida. ¿Les muestra sus películas? “No quiero imponerles cosas en las que no están interesado­s”, dice. Edoardo se ríe. “Ellos vieron la última película de su abuela, eso es seguro”, dice sobre La vida ante sí. “Oh, sí, sí, dos veces, absolutame­nte sí”, dice Loren. ¿Y les gustó? “Sí”. La hija de 14 años de Edoardo la vio sola en su habitación y salió con los ojos llenos de lágrimas. “Nunca vi a mi hija tan afectada por una película”, dice él. “Ahí fue cuando sentí que si la película podía conmover a una chica de 14 años, entonces quizás el resto del mundo podía responder de modo parecido a ella.”

Un artículo reciente sugiere que Madam Rosa presenta una resonancia a los personajes “combativos” que Loren interpretó en sus tiempos. ¿Acuerda ella con eso? ¿Interpretó a mujeres combativas?

“¿Eh?”, es su respuesta. “La gente siempre lucha”, aporta Edoardo. “¡No, no, no!”, retruca Loren, con un “no” cada vez más enfático. “¡No!”, y hace un silencio. Lo piensa de nuevo. “Quizás si luchan”, dice, “es para conseguir mejores cosas de la vida”.

* De The Independen­t de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.

■ La vida ante sí se puede ver en Netflix, donde también están disponible­s dos de los primeros protagónic­os de Sophia Loren: El signo de

Venus y Pan, amor y..., ambas dirigidas por Dino Risi en 1955.

Contar historias de familias no tradiciona­les, dice, “puede ayudar a otras niñas y niños a estar orgullosos de las familias que tienen”.

“Todavía hoy, si tengo que hacer una escena muy importante, no sé si... si seré capaz de hacerla. Nunca fui a la escuela de actuación.”

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La Loren es tan hermosa que casi se convirtió en un sinónimo de la palabra.
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La vida ante sí, el primer protagónic­o de Loren en más de una década, puede significar­le otro guiño del Oscar.

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