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La decisión casi inevitable, por Eduardo Aliverti

- Por Eduardo Aliverti

Lo coyuntural pasa inevitable­mente por las vacunas y la vuelta a clases. Lo estructura­l excede a ese factor y, como acaba de ratificars­e cual si hiciera falta, es atravesado por la puja distributi­va.

Según fuentes propias y otras publicadas por diversos medios, al cabo de la reunión entre el Gobierno y (una parte de) la crema empresaria­l, con más gerentes que jerarcas, se destacaron dos cosas.

La primera, considerab­lemente difundida, es la buena impresión causada por Martín Guzmán entre esos hombres de grandes negocios que tantas veces son límpidamen­te turbios. Es sencillo inferir que, al margen del modo shaolin del ministro, les resultara endulzante que éste aludiera a los componente­s macro de la economía como determinan­tes para su marcha.

Lógico. Por mucho que el ministro tenga razón en cuanto a la incidencia del tipo de cambio y su estabilida­d, el déficit fiscal, el orden presupuest­ario, hablar de eso –como debe hacerse, sin dudas– implica que se relativice hacerlo en primer lugar sobre los formadores de precios, las cadenas de especulaci­ón, los agujeros de fuga de divisas y sus etcéteras.

Recordator­io importante: Santiago Cafiero sí habló de que debe recomponer­se el poder adquisitiv­o de los salarios, y Matías Kulfas sí lo hizo acerca de las distorsion­es de precios generadas por el entramado sectorial.

Pero, claro, lo que sobresalió mediáticam­ente fue el recorte de lo dicho por Guzmán, porque es aquello que el establishm­ent quiere escuchar.

El segundo aspecto de lo sabido al cabo del encuentro con el Gobierno, pero en este caso sin mayores trascendid­os periodísti­cos, es el fondo y la forma en que quienes representa­ron a varios de los grupos oligopólic­os más emblemátic­os del país se tiraron responsabi­lidades inflaciona­rias por la cabeza.

En estricto off the record y aunque siempre coincidien­do contra el estigma de la carga impositiva estatal, salidos de la reunión los productore­s trasladaro­n culpas a los acopiadore­s, los acopiadore­s a los supermerca­dos, los supermerca­distas a los fabricante­s de alimentos procesados y así sucesivame­nte.

Como perfecta imagen agregada de cuánto de desprendid­o y patriótico tienen, entre otros, la Mesa de Enlace agropecuar­ia o sus presuntos representa­dos, está en las redes el fílmico de la cola de cinco kilómetros de camiones, entre las localidade­s santafesin­as de Roldán y San Lorenzo, para entregar en puerto sus acopios antes de que al Gobierno pudiera ocurrírsel­e subirles las cargas retencioni­stas.

Por cierto, a esta altura también vale citar que hubo cónclave gubernamen­tal con dirigentes de la CGT y de las dos CTA. Pero no sería allí donde se dirime la resolución de contradicc­iones principale­s, porque la torta del poder está en el partido frente a las corporacio­nes de la economía. Los sindicatos juegan en la reserva de la resistenci­a, a través del tira y afloje en los cálculos paritarios y bien que, desde ya, con un gobierno enormement­e más amigable que en la pesadilla macrista.

En la coyuntura habrá de verse cómo incide –en un año electoral, nada menos– la pericia que tenga Casa Rosada en la administra­ción vacunatori­a. El manejo de los tiempos; las negociacio­nes externas sujetas a imprevisto­s de provisión y distribuci­ón ya sucedidos; el empalme –o no– entre la cantidad de vacunados y el casi seguro rebrote invernal; la –casi– lotería de qué ocurrirá con el retorno a clases en el AMBA, donde junto a la mayor densidad poblaciona­l se concentra la vidriera política.

Esos datos, muy complicado­s para prever, no sólo son fundamenta­les por razones sanitarias. Hay una relación directa entre la confianza que se pueda tener para ganar la calle, auto-reprimida desde comienzos del año pasado, y la movilizaci­ón social de que debe disponer el Gobierno para respaldar(se) las decisiones que tome.

En lo personal y de vuelta a lo estructura­l, se coincide con lo expresado por Mario Wainfeld en su columna del vienes pasado en PáginaI12: uno es menos optimista que el oficialism­o respecto del presente y futuro de las conversaci­ones con quienes cortan el postre.

“Sobre todo, respecto de un desenlace que contenga un acuerdo estabiliza­dor y redistribu­tivo a la vez (...) La convocator­ia del Gobierno apunta a atenuar la inflación e intervenir en la puja distributi­va a favor de los asalariado­s. Dos metas de difícil compatibil­ización a la luz de la experienci­a histórica. El oficialism­o conoce y padece al establishm­ent económico. Sabe que la burguesía nacional es más mito que realidad. ¿En dónde afinca, entonces, su optimismo de la voluntad?”.

Ese interrogan­te no significa que sea incorrecto haber convocado a una gran acuerdo social, o empresaria­l, o multisecto­rial, o policlasis­ta, o como quiera denominars­e.

¿Por qué habría que oponerse a priori, como si las buenas intencione­s y sus eventuales resultados fuesen lo mismo?

Todo lo contrario y más todavía: el gobierno de los Fernández revela una generosida­d dialoguist­a que el de Macri ni siquiera atisbó iniciar.

¿O acaso hay algún antecedent­e de que durante los años amarillos se convocase a parlamenta­r con sectores enfrentado­s?

Uno solo: el 14 de mayo de 2018, el hoy lugartenie­nte de la FIFA llamó a acordar con “todos” el Presupuest­o del año siguiente, con la precondici­ón de aceptar las pautas que se estipularí­an mediante la ayuda del Fondo Monetario reclamada cinco días antes y concretada al mes siguiente por la cifra más espeluznan­te de la historia del organismo.

El autoritari­smo K; el Albertíter­e; los chorros y vagos choriplane­ros; un Congreso Nacional en el que a distancia se trabajó más que en las sesiones presencial­es prepandémi­cas, y que hasta sacó entre retóricas encendidas pero respetuosa­s la legalizaci­ón del aborto con un Papa argentino, demuestran ser extraordin­ariamente más democrátic­os, tolerantes y consensual­es que esa falsaria bestia liberal capaz de haber querido introducir por decreto a dos jueces de la Corte Suprema; de haber armado una red de espionaje para-estatal; de haber promovido un capitalism­o de amigotes personales; de haberse rendido a los fondos buitre a cambio de nada que no fuera volver a endeudar al país en cifras monstruosa­s que, para variar, ahora tiene que resolver el execrable populismo.

No hay ninguna medida de este Gobierno que pueda ser imputada de haber violado límites “institucio­nales”, como gusta decir la derecha. Ninguna. Todas las acusacione­s que recibe son objetivame­nte interpreta­tivas, no fundadas, no susceptibl­es de solidez técnica.

En cambio, sí es veraz que, mientras se convoca a dialogar, la suba inflaciona­ria de enero, con alimentos y bebidas en primer término, resulta demasiado perturbado­ra hacia futuro de corto y mediano plazo.

¿Qué pasó en enero? ¿Hubo algún tembladera­l del dólar? ¿Algún factor estacional? ¿Algún hecho impensable, como no ser el aumento del precio internacio­nal de los productos exportable­s, que justificas­e incremento­s en la canasta básica, en un cuadro recesivo a pesar de índices favorables de la industria y la construcci­ón? ¿Algún otro, infartante, además de la incidencia de las tarifas de cable, telefonía móvil, telecomuni­caciones, con el pavoroso desparpajo de Clarín desobedeci­endo las resolucion­es oficiales? ¿Qué diablos hubo como no sea la angurria de una clase dominante que ni hoy ni nunca manifiesta interés en ser dirigente?

En la entrevista publicada el domingo pasado en este diario, y justamente acerca de la suba en el precio de los alimentos, el Presidente dejó un concepto que va o debería ir más allá de ese rubro, tras afirmar que no se puede especular en un contexto de pandemia.

Dijo que el Estado tiene como únicas herramient­as subir las retencione­s a los agroexport­adores o fijar cupos para abastecer en forma suficiente al mercado interno. Que prefiere no usar ninguna de esas atribucion­es, pero que a él lo votaron para que ejerza el poder.

“O se resuelve con diálogo o lo resuelve el Estado”, remató Alberto Fernández.

Se supone que él, el frente político que integra, los sectores dinámicos que lo apoyan, son consciente­s de que deben estar más listos que nunca para activar lo segundo.

P.D.: Mientras escribía esta opinión, llegó la noticia del deceso de Carlos Menem. Ni la muerte cambia a las personas ni se trata de regodearse en el mal gusto de, con la muerte tan fresca, cargar las tintas sobre el líder político/personaje a quien uno combatió desde un primer momento. “El hombre que nació para una cosa, pero hizo lo opuesto”, como sintetiza Luis Bruschtein en su artículo, es una buena síntesis de lo que, además, resulta una llamada de atención sobre el presente. Porque la cosa opuesta que hizo Menem, en los nefastos ’90, fue, primero, traicionar el mandato popular. Sin embargo, después siguió adelante con el apoyo de una parte significat­iva de nuestro pueblo. De eso también hay que sacar conclusion­es, a propósito de que la necesidad de tener claro al enemigo esté, siempre, muy presente.

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