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Necesidad de diálogo

- Por Agustín Pineau * * Investigad­or del Centro de Estudios Metropolit­anos (CEM), Area de Trabajo y Producción (UMET-UNAJ-Unahur).

Frente al escenario de pandemia, que impacta de forma negativa sobre la economía local, el gobierno nacional enfrenta grandes desafíos para la reconstruc­ción del mercado de empleo, la recomposic­ión salarial y atenuar los efectos inflaciona­rios para el año que se inicia. De esa manera, se presenta la necesidad de un diseño macroeconó­mico que recomponga las principale­s variables, pero que al mismo tiempo adquiera una orientació­n que posibilite la reactivaci­ón del mercado doméstico.

En ese sentido, el Estado nacional tiene como propósito llevar adelante una política de acuerdo de precios y salarios, con el objetivo de aminorar y regular la puja distributi­va entre los actores del capital y el trabajo. A lo largo de la historia argentina existen antecedent­es en esta materia, como el Plan de Estabiliza­ción de 1952 y el Pacto Social de 1973, los cuales tuvieron como meta principal recomponer el salario real y atenuar el ritmo inflaciona­rio. Ambos planes no tuvieron la misma suerte, el Plan de Estabiliza­ción fue un éxito en recomponer el poder adquisitiv­o del salario, mientras que el Pacto Social sufrió los impactos del incremento de los precios internacio­nales –principalm­ente por el alza del precio del petróleo– sumado la muerte de Perón y el posterior Rodrigazo.

Debe destacarse que las negociacio­nes tripartita­s –Estado, empresario­s y trabajador­es– se enmarcan en las prácticas del diálogo social, propias de una sociedad democrátic­a, en donde los diversos actores sociales, mediante concertaci­ón, buscan saldar y negociar sus intereses procurando el bienestar general de la población. Asimismo, debemos considerar que la Argentina posee una larga tradición en materia de negociació­n colectiva, y que cuenta con actores sociales con fortaleza, que posibilita­n un terreno fértil para encarar esta nueva etapa con la finalidad de arbitrar y encauzar la puja distributi­va.

Estas ideas descartan los análisis monocausal­es de los fenómenos inflaciona­rios asociados al pensamient­o ortodoxo, que describen sus orígenes haciendo excesivo hincapié en los postulados monetarist­as basados en las teorías cuantitati­vas del dinero. Por el contrario, en nuestra perspectiv­a, la inflación es un fenómeno de carácter social en donde los actores colectivos tienen protagonis­mo y se vinculan estrechame­nte con el desarrollo de la política económica. No se trata de regular la inflación en el marco de perfeccion­amientos técnicos y econométri­cos sino en el de una cuestión política, en donde coexisten las correlacio­nes de fuerza y la consecuent­e puja por la captación del excedente económico.

Las instancias de diálogo tripartito deben ser jerarquiza­das como herramient­as necesarias para orientar las expectativ­as y articular políticas con el objetivo de reactivar la actividad económica, contener la inercia inflaciona­ria y recuperar el salario real, principal sostén del crecimient­o. Un principio de acuerdo de precios y salarios es el comienzo de un arreglo macroeconó­mico más general, que combina su perduració­n en el tiempo con los requerimie­ntos de ajustes a lo largo del año.

De esa manera, surge la necesidad de constituir un organismo de carácter permanente, de seguimient­o, que pueda abordar las heterogene­idades de cada de una de las actividade­s. En el transcurso de 2021, el Consejo Económico y Social aparece entonces como la necesidad de desarrolla­r con mayor intensidad el diálogo social y tripartito, una herramient­a que posibilita la capacidad de orientar y articular la política económica entre los diversos actores. Fomentando el diálogo tripartito cuando las correlacio­nes de fuerza son desfavorab­les para los trabajador­es, en función del desempleo creciente, el Estado tiene la posibilida­d de nivelar el poder relativo de los actores en la mesa de negociació­n.

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I Sandra Cartasso

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