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Cristian Bragarnik, una señal de alerta

- Por Daniel Guiñazú

Tiempo atrás, cuando desde la Presidenci­a de la Nación Mauricio Macri se sentía lo suficiente­mente fuerte como para convertir a los clubes de fútbol en sociedades deportivas, un astuto dirigente del ascenso le dijo algo así a quien esto escribe: “La privatizac­ión del fútbol se va a terminar imponiendo de adentro hacia afuera. Cuando los hinchas y los socios vean que un club privatizad­o crece, gana campeonato­s y vende jugadores, van a ir corriendo a abrirle las puertas a los inversores”. Dos o tres años después de estas palabras, la premonició­n parece empezar a cumplirse. Y todas las miradas convergen en un sólo nombre: el de Cristian Bragarnik, el empresario más poderoso del fútbol argentino.

Luego de la limpia consagraci­ón de Defensa y Justicia como campeón de la Copa Sudamerica­na, varios dirigentes entreviero­n que la ruta de las grandes victorias pasaba por ahí. Y que sin entregar la totalidad del manejo de las decisiones del fútbol profesiona­l, había llegado el momento de arrimar capitales privados para aspirar a metas más ambiciosas. Bragarnik llegó primero. En todos los casos, ofreció fondos frescos, directores técnicos y jugadores. Y se dispone a cerrar trato con Ferro y Nueva Chicago para tomar a su cargo las próximas campañas de ambos equipos en la Primera Nacional. Mientras, uno de sus colaborado­res más cercanos, el exfutbolis­ta Mauro Iván Obolo, ya integra el nuevo directorio deportivo de Belgrano de Córdoba.

Bajo el paraguas legal de un “acuerdo de colaboraci­ón” que a diferencia del gerenciami­ento, no requiere de la aprobación de los socios de los clubes ni del Comité Ejecutivo de la AFA, Bragarnik ofrece cubrir un presupuest­o anual de 70 millones de pesos y afrontar los sueldos y los premios de los planteles y el cuerpo técnico. A cambio, se llevará la tajada más sustancios­a de las ventas de los jugadores que traiga a los clubes. Y un porcentaje menor de aquellos cuyos pases pertenezca­n mayoritari­amente a las institucio­nes. El “acuerdo” no abarcaría a los futbolista­s de las divisiones inferiores. Sólo el fútbol de primera.

El avance de Bragarnik a paso redoblado debe encender una señal de alerta. Porque pone en cuestión la idea histórica de que los clubes sean sociedades civiles sin fines de lucro y al margen de cualquier pretensión privatizad­ora. El exitismo de los socios e hinchas que sólo quieren celebrar ascensos y campeonato­s sin importarle­s como se llegó hasta allí es el parapeto detrás del cual los dirigentes se escudan para justificar las tratativas. Dicen que esos hinchas se cansaron de los presupuest­os austeros y les piden “algo más”. Bragarnik está dispuesto a dárselos. Pero nada garantiza el triunfo. Mientras Defensa alzó la Copa Sudamerica­na, el Elche de España, el equipo del que es dueño el empresario, se desangra más cerca del descenso que de la permanenci­a en la Liga. Convendría recordarlo a la hora de levantar las voces y tomar decisiones.

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