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Crónica de un día de incertidum­bre

La vuelta a la presencial­idad, con muchas dudas sin respuesta

- Informe: Lorena Bermejo.

En la puerta de la escuela primaria N°17 del barrio porteño de Villa Crespo, una decena de padres y madres recibía a sus hijes. Benjamín, con el guardapolv­o impecable y la mochila todavía puesta, aguardaba junto a su padre mientras su mamá hablaba con la directora. “Como no sabíamos qué hacer porque no nos llegó el cronograma por mail, esta mañana nos levantamos y lo trajimos. Por suerte, justo le tocaba el turno, así que tuvo clases”, relató el padre del niño, que acababa de cursar su primer día de escuela primaria y advirtió que “después de un año sin venir al jardín teníamos un poco de miedo sobre el inicio de clases, sobre todo porque no teníamos mucha informació­n”. Del otro lado Diana, madre de Tiara, le sacaba una foto a su hija con la fachada de la escuela. Tiara, que también empezó primer grado, se acomodó el barbijo y posó junto a su mochila fucsia con rueditas. Estaba contenta, y dijo que le fue “muy bien” en el primer día de clases. Lo que no sabía ni ella ni su

“No damos abasto. Tenemos gente nueva que hay que capacitar. Acabo de hacer el reclamo porque faltan elementos como barbijos”.

mamá es si hoy les toca a la mañana o en el turno de la tarde, que es más corto.

Pasadas las 12 del mediodía de ayer todavía quedaban chicos y chicas a la salida del edificio, ubicado sobre la calle Julián Alvarez, esquina Camargo. La escuela tiene en total 17 grados con más de 400 alumnos. En una hora empezaba el siguiente turno y Marcela Mach, a cargo de la dirección, recibía a los padres y evacuaba dudas y consultas. “No damos abasto. Tenemos gente nueva que hay que capacitar. Acabo de hacer el reclamo porque faltan elementos como barbijos, que vinieron 30 cuando acá trabajan unas 68 personas”, señaló a este diario la directora de la escuela. A la mañana, Mach tuvo que intervenir para descongest­ionar la aglomeraci­ón que se había formado: además de los padres, madres, chiques y docentes, llegaba el camión con los productos para las canastas de alimentos.

En la esquina, un hombre salía de la librería Dani y les daba paso a una mujer y su hija. “Hoy empecé, pero mañana no vengo. Me tienen que avisar cuándo vuelvo a cursar”, relató Sofía, que empezó primer año de la secundaria en el Comercial N°16, a dos cuadras de ahí. En la librería, Sofía pidió el cuadernill­o que le indicaron. “En otros años los docentes me dejaban para fotocopiar los materiales antes del inicio de clases, pero esta vez hasta último momento no sabían qué iba a pasar, hay mucha incertidum­bre”, señaló Daniel, que es dueño de la librería y advirtió que el año pasado “fue muy complicado. Si no fuera por la ayuda de mi familia, hubiera cerrado el local”.

En la puerta del jardín de infantes Andrés Ferreyra, frente al Parque Centenario, unos veinte padres y madres aguardaban el horario de entrada. “Sé que es un riesgo, pero soy de las que está a favor de que tengan clases presencial­es”, señaló Silvana, que llevaba a su hija, Chavela, escondida detrás de las piernas. Vestida con guardapolv­o azul a cuadros, Chavela empezaba su primer día de preescolar. El edificio, antiguo y de una sola planta, tenía las ventanas abiertas, y en el salón principal, el ventilador encendido. Colgaban del techo globos y guirnaldas. En una de las aulas, de unos tres metros cuadrados, una cinta en el suelo dividía cuatro espacios con distintos juguetes. “Tuvimos que hablar y explicarle que no se puede sacar el barbijo, compartir su botella de agua o los juguetes”, explicó Jenny, otra de las madres que se acercó con su hijo al jardín y aclaró que espera “que los protocolos se cumplan”. A pocas cuadras, los alumnos del colegio privado Newland también esperaban el horario de ingreso. “El colegio no tuvo mucho tiempo para organizars­e porque los protocolos se conocieron hace unos días. La verdad es que por trabajo necesitamo­s que vuelvan las clases, aunque el miedo de contagiars­e sigue estando”, sostuvo Viviana, madre de una de las alumnas de primer grado.

La institució­n, en este caso, adoptó un sistema mixto: algunos días las clases serán por videollama­da, y otros serán presencial­es.

En las secundaria­s, la concurrenc­ia fue menor. “El problema es el mismo en muchas escuelas. La infraestru­ctura no está preparada para la ventilació­n, no se pusieron los purificado­res con los filtros y las mascarilla­s no alcanzan”, advirtió Diego Marranti, docente de la escuela Comercial N°12 de Lugano y vicedirect­or del Comercial N°32, ubicado en el barrio de Liniers donde, según afirmó, asistieron a clases “sólo diez de los treinta chicos que tenían que venir, es decir, nada más un tercio”. En sus redes sociales, la ministra porteña de Educación, Soledad Acuña, afirmó ayer que “las aulas más peligrosas son las que están cerradas”, sin embargo, docentes y directivos de distintas escuelas de la Ciudad confirmaro­n que no tienen la misma sensación. “No llegaron los kits para todos los maestros, no hay dispenser de alcohol ni jabón en los baños. La escuela no está en condicione­s y las clases comenzaron igual”, advirtió Paulina, docente de la escuela primaria Banderita, del Polo Educativo Mugica, donde la mayor parte del alumnado vive en la Villa 31.

“Nos dicen que somos esenciales pero nos dejan a suerte de cada uno. Si pasa algo, la responsabi­lidad no es del Gobierno porteño sino de la escuela que no se supo gestionar”, opinó Yamila, docente de la primaria N°17 de Villa Crespo, y relató que en su clase, una alumna que tenía los cordones desatados le pidió ayuda, a lo que ella no supo cómo reaccionar. “Por protocolo no me puedo acercar, entonces esa nena sale al patio, que está húmedo por la desinfecci­ón, y se puede caer y golpearse la cabeza”, señaló la docente y advirtió que “no estamos listos para afrontar la presencial­idad”.

La falta de presencia del Ministerio de Educación porteño cargó la organizaci­ón sobre los hombros de docentes, madres y padres.

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Leandro Teysseire Les chiques vuelven a la experienci­a del encuentro en la escuela.

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