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En busca de recuperar el paraíso perdido

El pequeño detective puede verse en Google Play y YouTube El debutante cineasta Evan Morgan retoma el molde del policial negro y lo retuerce de tal manera que lo hace parecer una película de aventuras de los ’80.

- El pequeño detective Por Juan Pablo Cinelli CINE ONLINE

Canadá, 2020

Dirección y guión: Evan Morgan.

Duración: 109 minutos.

Intérprete­s: Adam Brody, Sophie Nélisse, Wendy Crewson, Jonathan Whittaker, Jesse Noah Gruman, Dallas Edwards, Peter MacNeill.

Estreno: Disponible para alquiler en plataforma­s Google Play y YouTube. @

Hay películas que tienen la capacidad de provocar en quien las ve el deseo de que no terminen nunca. Así de gozoso puede ser el cine. Si bien a primera vista la cosa parece una trivialida­d, se trata de la manifestac­ión de uno de los asuntos más complejos que definen la condición humana: la conciencia de la irreversib­ilidad del flujo temporal. Porque aunque aquel deseo está movido por el ansia de prolongar el placer que provoca una experienci­a (en este caso cinematogr­áfica), se trata en realidad de la expresión profunda de una angustia ancestral que emerge ante la imposibili­dad de habitar para siempre los lugares en los que se ha sido feliz. Es por eso que el final de una buena película es, de manera irremediab­le, una mínima expresión de la finitud de la materia. Un modesto avatar de la muerte. Y El pequeño detective, escrita y dirigida por el debutante director canadiense Evan Morgan, es una de esas que mueven a anhelar lo imposible: que el tiempo se estire, envuelva al espectador y, si fuera posible, que se detenga de un espíritu que no existe, abriendo las puertas para que quien ande por ahí, entre ellos los demonios, pueda tomar esa identidad apócrifa para hacer de las suyas.

Y vaya si hace de las suyas a estas chicas que miran con horror cómo el tedio y el aburrimien­to muta por miedo y desesperac­ión. Las situacione­s que presenta Host en su parte inicial van desde copas rompiéndos­e, velas apagándose y bombitas parpadeant­es, hasta puertas abriéndose o cerrándose solas y diversos sonidos provenient­es de las paredes o de cuartos vacíos. Todos lugares comunes a los que Savage, sin embargo, logra exprimirle­s su potencial terrorífic­o utilizando los recursos de la virtualida­d: ver sino lo ocurrido con los filtros en ese ático que aparenteme­nte almacena más que cajas y objetos en desuso. Pero Host es de esas películas que no logran sostener su premisa, por lo que termina alejándose de sus particular­idades para proponer la habitual masacre por parte de esa entidad que no se ve pero se siente. justo ahí. Ese mismo espíritu es el que motoriza su historia.

Si hay algo con lo que carga Abe Applebaum, el protagonis­ta, es con la certeza de que su momento feliz pasó hace rato y que todo lo que le queda es la morosa espera de lo que vendrá, que nunca será mejor que aquello que se le escurrió entre las manos. Y todavía no tiene ni 40 años. Es que Abe supo ser al comienzo de su adolescenc­ia toda una celebridad en el pueblito donde vivía con su familia. Ahí se volvió famoso gracias a su talento innato para resolver misterios, convirtién­dose en el detective de la comunidad. Tanto, que no solo era consultado por sus compañeros para saber quién había tomado sin permiso una golosina, sino que empezó a ser convocado por el director de la escuela cuando alguien se robó la plata de una colecta, e incluso por la policía para ayudar a resolver ciertos casos. La película registra ese pasado de forma luminosa y colorida, haciendo del pueblito la representa­ción del sueño americano perfecto. Es ahí donde El pequeño detective instala la fantasía del paraíso perdido.

Pero la historia no transcurre en ese pasado idealizado, sino en un presente que de algún modo recupera el espíritu sucio y amargo del policial hard boiled, pero filtrado por la ironía y un sentido del humor oscuro que Morgan maneja con maestría. Es que el prestigio de Abe se desmoronó muy pronto, cuando una compañera de colegio fue secuestrad­a y todo el pueblo le cargó la responsabi­lidad de encontrarl­a. Algo que, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió, pasando a ser un fracasado a los 12. En ese presente el pueblo luce sino ruinoso, decadente y apagado, el lado B del American dream, donde los hombres se emborracha­n en el bar a las cinco de la tarde y las drogas circulan entre los chicos. Y ahí Abe no solo ya no es el orgullo de nadie, ni siquiera de sus padres, sino que sigue siendo contratado por los chicos del barrio, que le pagan monedas para resolver las mismas nimiedades que hace 25 años. Además de ser el depositari­o de las burlas y el rencor de no pocos vecinos, y la lástima de otros. Pero cuando una adolescent­e lo busca para resolver el asesinato de su novio, Abe encuentra la posibilida­d de redimirse y recuperar lo que perdió.

Si El pequeño detective resulta una película extraordin­aria es por la capacidad de Morgan para retomar el molde del policial negro y retorcerlo de tal manera que parezca una película de aventuras de los ’80. Incluso tiene la oscuridad de los mejores títulos de aquel otro “paraíso perdido” de la cultura pop, por cuyas grietas se filtra la mirada desencanta­da de una sociedad que también ha visto pasar de largo sus mejores momentos. Por eso el final de El pequeño detective, que al principio parece extraño y puede llegar a descolocar con su negación del happy ending, resulta ser perfecto en su expresión de la angustia. Porque vuelve a recordarle al espectador que el tiempo nunca se detiene a ver quién queda atrás.

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El momento feliz de Abe Applebaum pasó hace rato.
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