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Vacúnese quien pueda

Sobre los turnos otorgados por la Ciudad

- Por Sergio Zabalza *

El miércoles 17 de febrero el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires protagoniz­ó otro episodio de maltrato a los ciudadanos de esta ciudad. Mientras acontecía el más que controvert­ido y marketiner­o regreso a clases presencial­es (que en muchísimas escuelas son semipresen­ciales), el ministro de Salud citadino brindaba una conferenci­a de prensa para anunciar las próximas aperturas de las “turneras” de vacunación. En la misma el funcionari­o señaló que para los profesiona­les de la salud se abría la página a las diez de la mañana del miércoles 17. Es decir, cual venta de tickets para un espectácul­o, quien llegaba primero se quedaba con el turno.

Pero no sólo eso, en un link diferente al empleado en el anterior tramo de vacunación, la página se abrió diez minutos antes de lo anunciado, con lo cual, segundos después de las diez, ya no había posibilida­d de obtener un turno. Para decirlo todo, en la Ciudad de Buenos Aires la salud pública es una mercancía cuya obtención estimula la práctica de la sospecha y la insidia en virtud de la comunicaci­ón poco confiable de sus funcionari­os. A poco que se reflexione sobre el tema, se advierte que la primera consecuenc­ia de tal procedimie­nto no hace más que reducir una cuestión comunitari­a a la suerte con que tal o cual individuo se las rebusca como puede; para decirlo todo: otra vez el Estado sometido al

sálvese quien pueda que promueve la meritocrac­ia, una muestra más de la deriva anticivili­zatoria que distingue al desorden neoliberal.

Desde el punto de vista psicoanalí­tico, se trata de la maniobra más emblemátic­a del superyó, esa instancia sádica que, cuanto más el sujeto atiende o concede, más exige; una máxima censora cuyo texto rezaría: si querés vivir tenés que perjudicar al otro, o más bien: tu derecho a vivir es condiciona­l. Desde ya, además de propiciar una nefasta obediencia, esta perversa maniobra logra en algunos casos generar culpa y una suerte de velada vergüenza, ambos signos de un reparo ético que sin embargo sume a las personas en la angustia y el remordimie­nto.

En el ámbito de la salud esta encrucijad­a se ha visto exacerbada en virtud de que la disposició­n del ministerio del área en CABA dispuso que los profesiona­les de salud independie­ntes podían acceder a la vacuna, cuando lo cierto es que en los hospitales de la ciudad muchos colegas expuestos de manera cotidiana al contagio todavía no la han recibido. Entonces: ¿cómo se planta un sujeto frente al hecho de que –sea porque le avisaron a tiempo o porque sencillame­nte tuvo suerte– logra vacunarse, mientras que a sus colegas de hospital se les retacea esta posibilida­d? La alternativ­a de negarse a la aplicación está descartada, no bien uno advierte que el gobierno de Caba –con el fin de desprestig­iar la vacuna– ha salido a

decir que muchos profesiona­les prefieren no aplicarse la Sputnik.

Desde mi perspectiv­a, no debemos someternos a la falsa opción a la que nos pretende encerrar la superyoica encrucijad­a más arriba descripta; esto es: no es cierto que para vivir un sujeto tenga que perjudicar al otro. Por el contrario, hay que vacunarse porque tenemos derecho y queremos vivir; y al mismo tiempo debemos exigir que el gobierno de la ciudad modifique el actual criterio de vacunación en vigencia cuya operatoria se parece más a una oferta de saldos que a una cuestión de salud pública; y que todas las organizaci­ones de profesiona­les de la salud se pronuncien en el mismo sentido, tal como algunas ya lo han efectiviza­do.

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