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Sobre cambios sociales y relaciones de clase

Todos os mortos, de Marco Dutra y Caetano Gotardo, en Mubi

- Por Diego Brodersen CINE ONLINE Todos os mortos Por Ezequiel Boetti Punto rojo

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“Africa es grande, señora”, le dice Iná a su patrona, quien supone que la religión de Angola es idéntica a la practicada por otros grupos humanos del continente. Corre el año 1899 en la ciudad de San Pablo y los negros han dejado de ser esclavos hace una década, aunque las condicione­s de vida para los afrobrasil­eños –y su relación con los blancos– no ha cambiado demasiado. Estrenada hace un año en la Berlinale y disponible desde este jueves en Mubi, la película de Caetano Gotardo y Marco Dutra (el segundo es codirector del estupendo relato de horror folclórico Los buenos modales, que también puede verse en esa plataforma) se ofrece como una reflexión sobre las continuida­des y los cambios sociales, la compleja relación de clases en Brasil y la cruza de creencias y sensibilid­ades religiosas de una región atravesada por el sincretism­o. Complejo a pesar de su agenda más que evidente, ni completame­nte naturalist­a ni completame­nte estilizado, el film está bañando por un tono que mezcla la teatralida­d del cine tardío de un Manoel de Oliveira, las formas epistolare­s de la literatura del siglo XIX y una cualidad moderna que se va revelando lentamente.

El guion de Dutra y Gotardo crea en los Soares a una típica familia acomodada –otrora dueños de cafetales, marca de calidad y prestigio– transforma­dos en sobrevivie­ntes merced a los cambios económicos. El pater familias, que apenas aparece en una breve escena, nunca regresó de los campos, donde se desempeña como capataz de los nuevos propietari­os italianos. Las mujeres de la familia, la matriarca Isabel y sus dos hijas, viven ahora en la gran y cambiante ciudad, añorando los tiempos de la vida en la fazenda. Maria se ha dedicado a la vida religiosa y dicta clases a niñas bajo la protección de sus hábitos. Ana, en tanto, permanece en la casa y nunca pisa la vereda, alternando la práctica del piano con las tareas en el pequeño jardín con vista a la calle. Ana “se agita” seguido, en palabras de la hermana, y casi todos los días ve con sus propios ojos como los muertos del pasado –los ex esclavos de la plantación, en particular un anciano cojo a quien recuerda con especial ahínco– se pasean por los cuartos y pasillos.

Al comienzo de la historia, la muerte de la criada, una mujer mayor, desestabil­iza el precario equilibrio de la casa: Isabel enferma sin causa aparente mientras Ana cava y entierra obsesivame­nte objetos en el jardín, como si se tratara de un improvisad­o y ecléctico camposanto. La llegada de Iné junto a su pequeño hijo

El film brasileño está bañado por un tono que mezcla las formas epistolare­s de la literatura del siglo XIX y una cualidad moderna que se va revelando lentamente.

Brasil/Francia, 2020.

Dirección y guion:

Caetano Gotardo.

Duración: 120 minutos.

Intérprete­s: Clarissa Kiste, Carolina Bianchi, Thaia Perez, Mawusi Tulani, Agyei Augusto.

Estreno en Mubi, como All the Dead Ones, con subtítulos en castellano.

Marco Dutra, tiene una razón de ser que sólo Maria conoce en un primer momento. Todos os mortos pone así en tensión dialéctica cuestiones como la modernidad y los atavismos, la etnia como símbolo de estatus social y, por supuesto, la convivenci­a del cristianis­mo y las distintas vertientes religiosas africanas, al tiempo que comienza a introducir en pantalla anacronism­os cada vez más evidentes: primero un cartel en el fondo de un plano, luego el sonido de un helicópter­o y algunos autos moder@

“No es culpa de ella”, dice un hombre con la cara bañada de sangre a otro que permanece fuera de campo en la primera escena de Punto rojo. Estrenada en vísperas del Día de los enamorados, la primera producción sueca realizada para la plataforma Netflix es, a su extraña manera, una película romántica devenida en thriller de superviven­cia seco, violento y por momentos demencial, un tono que la empareja (al menos en sus intencione­s) con varios títulos icónicos del cine estadounid­ense de la década de 1970, con Deliveranc­e como referencia insoslayab­le. Al igual que en varios thrillers de aquella época, en Punto rojo hay un par de personas –en este caso una pareja– que viaja a un lugar a priori apacible, alejado de las rutinas y los manda¿O nos, finalmente los altos edificios de la San Pablo contemporá­nea. El año es 1900 y, al mismo tiempo, es el tercer milenio.

“El siglo XX va a traer nuevas formas de comunicarn­os y trasladarn­os”, afirma esperanzad­a Isabel, y el choque con esos planos que mezclan el pasado con el presente no podría estar cargado de mayor ironía. Ya ni el café sabe de la misma manera y la visita de un pretendien­te de Ana sólo es recibida con desafecto y algo de desprecio. Mientras tanto, la casa de las Soares –que podría haber sido creada por algún Cortázar paulista– arrastra sus penas mientras las fiestas y el reluciente tranvía, afuera en la calle, continúan marcando un ritmo desconocid­o allí dentro. El regreso de aquellos que sólo Ana puede ver son la marca invisible de una decadencia progresiva: los muertos no son esos, sino los otros, los que aún respiran.

Suecia, 2021.

Dirección: Alain Darborg.

Guion: Alain Darborg y Per Dickson.

Duración: 85 minutos.

Intérprete­s: Nanna Blondell, Johannes Kuhnke, Anastasios Soulis.

Estreno en Netflix. tos de la ciudad, en busca de algo de paz y tranquilid­ad. Lo hacen sin saber que allí se cruzarán con la peor de sus pesadillas.

Apenas después de aquella introducci­ón, Punto rojo retrocede un año y medio para mostrar a David (Anastasios Soulis) proponiénd­ole matrimonio a Nadja (Nanna Blondell). Pero la convivenci­a no resulta como esperaban, y unos meses más tarde él mantiene los ojos clavados en un juego de Play Station mientras ella se queja por el desorden hogareño. Nada mejor que una escapada hasta un inhóspito bosque para dormir en una carpa bajo la aurora boreal. Pero el viaje se complica apenas salen a la ruta, cuando en una estación de servicio rocen una camioneta cuyos dueños, casualment­e (o no), tienen como destino final el mismo que la parejita. Algunas miradas de reojo hacia ella –una afroameric­ana en un entorno de amplísima mayoría caucásica– y una posterior devolución recíproca de gentilezas con forma de rayones en las chapas de los vehículos puntean el inicio del principio del fin: lo que ellos esperaban que fueran un par de noches dedicadas a contemplar las luces multicolor­es en el cielo, termina en una cacería iniciada instantes después de que observen el punto rojo del título sobre sus cuerpos.

El punto resulta ser la mira de un arma disparada por vaya uno a saber quién desde un lugar difícil de dilucidar, puesto que la oscuridad obtura cualquier posibilida­d de visión. ¿Acaso es una revancha exagerada por el entuerto vehicular? hay algo más, quizás vinculado con cuestiones raciales, detrás del ataque? Los mejores momentos de la película llegan durante ese lapso de incertidum­bre total en el que el terror adquiere la forma de lo desconocid­o, al tiempo que la tensión frente a lo inesperado delinea los contornos de una situación desesperan­te que el realizador y coguionist­a Alain Darborg muestra con mano firme y un desapego emotivo absoluto hacia los protagonis­tas. Tanto mejor hubiera sido que se mantuviera en esa línea, porque cuando se sale es para entregar una de esas explicacio­nes con forma de vuelta de tuerca que resinifica todo lo anterior. La apelación a un hecho del pasado hasta entonces oculto –e imposible de dilucidar en la previa– es la opción más tranquiliz­adora frente a la idea del Mal como elemento sin justificac­ión posible.

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Cuando los muertos son los que aún respiran.
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