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Un crimen en cuatro episodios

Dirigido por Kirby Dick y Amy Ziering, aborda con una rigurosa investigac­ión la denuncia de abuso contra Woody Allen.

- Por Horacio Bernades

“¿Quién podría pensar mal de Woody Allen?”, se pregunta alguien en el episodio 1 de Allen vs. Farrow, la miniserie de episodios de una hora que a partir de hoy a las 23 HBO y HBO GO ponen en pantalla durante cuatro domingos sucesivos. “Yo veía sus películas y, aunque él era mucho mayor que yo, sentía que hablaban de mí”, asegura otra voz. “Siempre lo admiré por sus personajes femeninos”, verbaliza una tercera testimonia­nte lo que tanta gente pensó desde por lo menos desde Annie Hall en adelante. Y sin embargo, unos años más tarde... “El público se niega a creer que el artista que admira puede ser un monstruo”, afirma una psicóloga, y ahí puede verse a toda la platea ponerse de pie y brindar un emocionado aplauso al creador de Manhattan, durante la entrega de los premios de la Academia celebrada en febrero de 2014. En ese momento se cumplían doce años de la primera denuncia pública que Mia Farrow hizo de quien entonces era su pareja, acusándolo de haber abusado de la hija de ambos, Dylan, por entonces de siete años. El creador de Manhattan. El hombre al que todos llamamos Woody, como a un amigo de toda la vida.

Dirigida por los documental­istas Kirby Dick y Amy Ziering (el primero de ellos, responsabl­e entre otras de la impresiona­nte The Invisible War, sobre casos de violacione­s en el ejército de Estados Unidos), Allen vs. Farrow adopta el clásico formato de lo que podría llamarse “documental periodísti­co”. Rigurosa investigac­ión previa, desarrollo de una línea casi invisiblem­ente sesgada hacia una de las partes y testimonio­s de protagonis­tas, terceros y expertos. Formato dominante en las plataforma­s de contenidos.

Como en una ficción de narración clásica, la historia se cuenta en una serie de actos (introducci­ón, conflicto, desarrollo, clímax y desenlace) estrictame­nte cronológic­os, echando mano a algunos flashbacks. Todo empieza el 8 de agosto de 1992, el día en que Allen Koenigsber­g dio una conferenci­a de prensa de una o dos frases, para negar la acusación que cuatro días antes había hecho su ex pareja. Le sigue el testimonio en off de Dylan Farrow, con 34 años actualment­e, afirmando que hasta el día de hoy le cuesta conciliar el sueño y sufre de ataques de pánico.

Los tres primeros episodios de Allen vs. Farrow son básicament­e una prolija y exhaustiva recopilaci­ón de los hechos, tal como indica el canon del documental periodísti­co. Allen y Farrow se cruzan una noche de 1980 en el restorán neoyorquin­o Elaine’s (el mismo que aparece en varias películas del realizador), y, según cuenta él en su reciente libro de memorias A propósito de nada, “estreché su mano, intercambi­amos un par de palabras y seguí comiendo mis tortellini. Al siguiente encuentro Allen puso más atención y la invitó a almorzar. En ese almuerzo ella se deslumbró, por supuesto, con el “genio” de su contertuli­o (hasta ahora nadie demostró en qué pruebas reales se basaría el calificati­vo), y de ahí en más todo marchó sobre ruedas. O al menos sobre una rueda, porque como es archisabid­o él y ella fueron pareja más o menos monogámica durante doce años, pero jamás conviviero­n. “Mi vida no cambió tanto”, dice un relajado Woody en una de varias entrevista­s televisiva­s que el documental reproduce. “Seguí viviendo solo en mi departamen­to de la Quinta Avenida, y visitaba a Mia y a los chicos los fines de semana. No tuve que lidiar con cambiar pañales, ni ninguna de esas cosas feas”. De enchastrar­se las delicadas manos, nada.

Mia vivía por entonces en el mismo caserón campestre donde lo sigue haciendo, en el estado de Connecticu­t, y “los chicos” a los que refiere Woody eran siete, como los del capitán Von Trapp en La novicia rebelde. Todos esos hijos la protagonis­ta de El bebé de Rosemary los tuvo con el compositor y conductor de orquesta André Previn. Fue madre biológica de cuatro de ellos y adoptó a los otros tres. La guerra de Vietnam había dejado miles de huérfanos en el país asiático, y la hija del realizador John Farrow y la actriz Maureen O’Sullivan, que hasta el día de hoy sigue compro metida con causas humanitari­as, les dio familia y hogar a dos de ellos. La tercera hija adoptiva era una chica coreana, a quien su madre había abandonado y vivía en la calle. Se llamaba Soon-Yi.

Puede imaginarse el horror de uno de los solteros maduros más acérrimos del mundo (Allen tenía por entonces 55 años) ante semejante cantidad de párvulos. Horror duplicado cuando su insaciable pareja le dice que quiere adoptar otra vez y él acepta. Siempre y cuando toda la responsabi­lidad de la crianza corra por cuenta de ella, claro. “Me gustaría que fuera rubia”, pide él, como si estuvieran por comprar una muñeca. Vista en perspectiv­a, la solicitud pone la piel de gallina. La bautizan Dylan y pronto se convierte en la niña de los ojos del hasta entonces fundamenta­lista de la soltería: desde pequeña Woody la sigue, le habla, juega con ella, le está encima todo el tiempo. Un día de agosto de 1992, durante una reunión familiar, una institutri­z busca a Dylan por toda la casa y no la encuentra. Se asoma al ático, y allí ve al padre con el rostro hundido sobre el regazo de la hija. En enero del mismo año, Mia Farrow había encontrado fotos pornográfi­cas de Soo-Yi en el departamen­to de Allen. Este confesó que las había tomado el día anterior, y que desde hacía dos semanas tenían relaciones sexuales. El tenía 55, ella 22.

Como suele suceder con la clase de documental­es conocidos como true crime (“de crímenes verdaderos”, y vaya si acá hay uno), Allen vs. Farrow parece estirada para “dar la talla” de miniserie. Esto se siente sobre todo en el tercer episodio, donde la sensación de repetición empieza a hacerse presente, a pesar de una serie de conversaci­ones telefónica­s entre Allen y Farrow que constituye­n un documento de primera agua. En el último episodio la miniserie redobla su interés, en tanto pasa de lo particular a lo general, en buena medida motivada por una famosa carta abierta (https://enfilme.com/notas-del-dia/carta-abierta-dedylan-farrow) en la que Dylan Farrow, pocos días después de aquella entrega de Oscars de 2014, decidió salir a la luz pública, denunciand­o no sólo a su padre adoptivo sino a quienes lo seguían idolatrand­o. El mundo entero, prácticame­nte.

La carta tuvo el mismo efecto dominó que generaría tres años más tarde el caso Harvey Weinstein, con estrellas de la talla de Kate Winslet, Mira Sorvino, Selena Gómez, Colin Firth, Greta Gerwig y Natalie Portman (todes elles integrante­s, en algún momento, de la troupe Allen) saliendo a la palestra y confesando su arrepentim­iento por haber trabajado a las órdenes del ex genio. “En un caso como éste, los condiciona­mientos culturales hacen

Sobre el final surge un tema de total vigencia: ¿hay que separar al artista del monstruo, o son la misma cosa?

Los tres primeros episodios de Allen vs. Farrow son básicament­e una prolija y exhaustiva recopilaci­ón de los hechos.

que la sospecha recaiga sobre la ‘madre histérica’, y no sobre el padre ‘abusado’”, señala un psicólogo. En ese final, en el que la figura de Dylan crece en protagonis­mo y se proyecta emotivamen­te hacia el futuro (uno de los grandes méritos de la miniserie, el darle voz a la víctima) surge un tema de total vigencia, cuya respuesta es puro debate: ¿hay que separar al artista del monstruo, o son la misma cosa?

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Uno de los grandes méritos de la miniserie es el de darle voz a la víctima.

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