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Cuando poner el brazo es poner el hombro

Recorrida por el operativo de vacunación a mayores de 70 años

- Por Patricia Chaina

Los adultos mayores de 70 años, población de riesgo si las hay –frente a la pandemia de coronaviru­s–, comienzan a vacunarse en muchos distritos sanitarios del país. Provincia de Buenos Aires es uno de ellos. Y en CABA, pese a la caída del sistema de inscripció­n para mayores de 80 años del viernes 19, los turnos están dados. Comienza hoy en treinta lugares: clubes de fútbol, centros culturales, fundacione­s, hasta en La Rural. Estos se suman a los 19 hospitales públicos y 20 privados que ya vacunan a personal de salud. El primero en este nuevo circuito de postas extrahospi­talarias es el estadio de River. En rigor el micro estadio de básquet del Monumental. Allí se vacuna a personal de salud independie­nte, desde la semana pasada.

Las residencia­s para tercera edad, en tanto, tanto en ciudad como en provincia de Buenos Aires, son asistidas por unidades móviles. Desde PAMI se instrument­a la vacunación de geriátrico­s y residencia­s con el traslado de unidades a demanda, en todo el país. En CABA, es el SAME la institució­n que cubre los pedidos.

En la provincia de Buenos Aires, el operativo inició con la vacunación a personal de salud, hasta el viernes en que comenzaron a aplicar la primera dosis de Sputnik V a mayores de 70 años. El despliegue a nivel país muestra para algunos “algo insólito” según dice una vecina que espera a ser llamada para ingresar a vacunarse en una escuela de Hurlingham: “¡Primera vez que somos primeros en algo, los viejos, los mayores –destaca–, y en algo importante!”, enfatiza. Mueve su puño cerrado dándole convicción a sus palabras. Habla sobre la maniobra global que está cambiando el mundo “protegiénd­onos”, insiste, mientras camina rápido con pasos cortos por el patio abierto. Ya esta en la posta de ingreso y mira expectante hacia el interior.

Al final de una galería, un matrimonio de gente mayor sale de vacunarse. “Llevó un año, pero llegó. ¡Y bastante rápido dentro de todo!”, reflexiona Alcira, la mujer, tras recibir su primera dosis. “Era necesario”, dice su marido, de 84 años. “Era la única esperanza y nosotros acá ya la tenemos”, sonríe su marido, tras el barbijo y la escafandra.

En la escuela

En la vereda de la calle Jáchal al 3680, en el barrio San Damián de William Morris, tres personas esperan en fila en la puerta de la secundaria Rodolfo Walsh. Es mediodía en el corazón del conurbano bonaerense. Aquí las calles de asfalto se curvan y se enderezan entre cortadas de tierra y casas bajas, hay baches, subidas y bajadas, los chicos andan en bicicletas oxidadas y esquivan perros flacos que merodea las esquinas. Aquí en la Escuela 9 se produce, como en tantos otros lugares del mundo, la vacunación contra el coronaviru­s, desde las 8 de la mañana y hasta las 18 horas. Esta vez les toca a los adultos mayores de 70. Hay alegría contenida

Cuando el ciclo lectivo se haya iniciado, de las escuelas se van a trasladar a universida­des, centros deportivos o culturales, para seguir la campaña.

entre ellos, pero también hay risas, y caras de felicidad bajo las máscaras de acetato y el barbijo.

Los que esperan son personas jóvenes, un médico y dos administra­tivas de salud. “Pero la primera fue una señora de 80 años y estaba reemociona­da” cuenta Lourdes, una de las enfermeras que vacuna en el aula acondicion­ada como vacunatori­o. Hay dos aulas con esa función en la galería de techos bajos, musicaliza­da por el arrullo de los móviles de cartulina que cuelgan del techo y parpadean sin interrupci­ón con la brisa. La circulació­n está garantizad­a en esa galería donde las personas esperan a ser llamadas. Hay sillas donde esperan, separadas a un metro y medio.

A la entrada a la Escuela de Educación Secundaria 9 está la primera posta, donde a las personas se les toman los datos. Ingresan al edificio donde los espera otro grupo de asistentes y van al patio. Al segundo punto acredita el turno. Allí está Erika Ortiz, que estudia enfermería. “Técnicamen­te me tenía que recibir en diciembre”, cuenta. Se interpuso la pandemia. Erika, este mediodía, ya ha contabiliz­ado 40 ingresos. “Está contenta la gente”, dice. Y espera que “todo esto pueda agilizar el tema de recibirnos y ejercer, quiero trabajar ¡me encanta!”, se entusiasma.

Todas las sillas son sanitizada­s. Cuando alguien pasó por el puesto de Erika se acerca Laura Cano y sanitiza. “Esto tiene que servir también para concientiz­arnos y traer a la familia, porque mucha gente no se quiere dar la vacuna, se niegan, mi mamá no quiere, tienen 55 y tiene epoc”, se preocupa. Laura tienen una niña que vive con ella y no va a “empezar el jardincito” hasta que “esté asentada la situación, porque se puede contagiar”, aunque el jardín es de 8 horas, una ventaja para quienes trabajan todo el día.

“Ayer cuando salí de acá corté el pasto hasta las 8 de la noche –explica–, somos gente de trabajo, y soy mamá soltera y cuido a mi hija, también quiero que mi mamá se vacune, para estar más tranquila, vacunarse es la única salida, yo le digo, no te podés poner en exquisita”.

En el tercer paso del recorrido está Jésica. Ella confirma los datos, da el “apto” y un carnet de vacunación. Las personas ingresan al edificio. A la galería con techos animados por móviles de cartulina. A las sillas que apañan la espera. Allí, desde las dos aulas de vacunación, las llaman por su nombre. Y se produce el rito, el evento de vacunación que involucra a la humanidad. Esa es la conscienci­a que se percibe en los gestos sencillos de las personas, en este recorrido.

Mientras siguen entrando personas de los planteles de salud, ya son varios los adultos mayores vacunados en “la 9”. Ignacia vino con su hija Mónica. La reciben Griselda, promotora de salud, y María Belén, que estudia enfermería en la universida­d de Merlo. Toman la temperatur­a, controlan el DNI, si la persona es personal de salud se le pide un documento que lo acredite. Y le preguntan si tuvo contacto con pacientes covid positivos.

–Sí, mi hijo tuvo, hace dos meses –dice Ignacia.

Erika cuenta que ayer se vacunaron 150 personas. “Hoy la primera

abuela estaba emocionada, ‘es la esperanza para la humanidad’, dijo. Nos dio mucha alegría”, cuenta Ludmila. Ella está emocionada también. “Esto es histórico” dice, y mueve sus manos mostrando a su alrededor. En esta sala de vacunación que es un aula con percheros y mapas, donde solo hay dos sillas, y una mesa para los elementos que manipulan las enfermeras y sus asistentes, se concreta el paso antipandem­ia que espera la humanidad: la vacunación. Un operativo masivo. Mundial.

Roxana, Ariel, Sabina, esperan en el final de la galería. Ya están vacunados. Esperan media hora “para observar la reacción”. Todos son de salud. “Es muy emocionant­e”, dice Roxana. “Te contienen, te explican todo”, cuenta. Como Roxana está amamantand­o dudaba si anotarse o no. “Pero ya cumple dos años”, se ríe, así que ya estamos en el siguiente nivel. Y muestra un papelito con un número de teléfono. El suyo “se rompió justo antes de la vacuna, no pude sacarme la foto!”, lamenta, y sonríe. “Es para mostrarle la foto a mi hijo, Joaquín Fidel”.

La historia de Ignacia

En la puerta del aula, Ignacia Ramírez, de 77 años, espera sentada al lado de su hija. Ignacia nació en Chaco, pero hace 60 que viven en Hurlingham. “En (Villa) Tesei”, puntualiza. Mónica, su única hija entre cinco varones, ya está vacunada “soy personal de salud, tengo las dos dosis”, explica, sonrisa iluminada, mirada firme. Confiesa que cuando visitaba a su mamá, se sentía “la bomba de Hiroshima” ya que se maneja en transporte público. “Con la primera dosis me dio mucha emoción y pedí el frasquito”, se ríe. Y lamenta que uno de sus hermanos “lo tuvo”. Un hijo de Ignacia. Lo mantuviero­n aislado y se recuperó cuentan. “Pero él anda por todos lados, trabaja, por eso se contagió”, afirma Ignacia mientras espera su primera dosis.

Por ocho meses Ignacia no salió de su casa. “Vivía con un poco de miedo –cuenta–, tenía un dolorcito de garganta y ya pensaba que lo tenía. Pero creo en Dios y claro, hago lo mío, hay que obedecer el protocolo. En mi casa lavandina y alcohol en gel, no faltan. Y con esto tengo un poquito más de seguridad, pero me voy a seguir cuidando”, advierte. “Siempre me di todas las vacunas, me doy la de la gripe y para neumonía también, yo no trabajo, pero mis hijos si, así que ni bien lo dijo Kicillof, le dije a Mónica: ¡Anotame!”.

A Ignacia la inscribier­on “en Navidad”, detalla. Y si bien “no es cien por ciento efectiva” sostiene sobre la vacuna, “llegó a tiempo, gracias a Dios, y gracias a todos los que han luchado por esto, los médicos sobre todo”, dice y se emociona.

Lo que Ignacia más lamenta es no haber seguido sus tratamient­os médicos. Pero se la ve bien. Sonríe, usa máscara de acetato y barbijo. Y pide

“¡Que se vacunen todos!”, cuando se despide. Llegó su turno, su primera dosis está en marcha. Su lugar lo ocupa Karina, que se encarga de la entrada de pacientes covid a un centro médico de Hurlingham.

La vacuna

En cada sala de vacunación de la Escuela 9 trabajan cuatro personas: Rocío Arriola es enfermera, Johanna Lorenzo es técnica en laboratori­o, Caterina Yarbi y Lourdes Alvarenga son estudiante­s de enfermería. Todas hicieron el curso de vacunación.

“Había muñecos, se practica con muñecos”, recuerda Johanna. Se ríen. “Estamos contentas y nerviosas”, explican. “Al final salió todo bien pero no sabíamos cómo iba a venir la gente, si contenta o no”, detalla Lourdes. Llega Ethel, estudiante de enfermería. Hablan del rol y de la profesión. Se reconocen. Lo dicen.

“Cuando uno ingresa no se imagina que le puede tocar algo así, porque la verdad fue duro el año pasado, pero es lindo cuando llegan momentos como este”, reflexiona Johanna.Sus compañeras asienten y vuelven a sus puestos. La llegada de Ethel marca un nuevo ciclo. Ella trae “los frasquitos”. Los retira del freezer y los lleva la mesa. Registra horarios y temperatur­as para iniciar el proceso de descongela­miento.

Cuando Karina Salas, sale de la sala, ya vacunada, se sienta donde termina la galería, para la observació­n. Está tranquila. Se anotó “por la página y la misma semana me llegó el mail”, dice. “Ese mismo día me llamaron –señala–. ¡Estoy feliz!”, Por ser personal de salud, de la primera línea. “Trabajé todo el año sin parar –recuerda– y la vacuna es lo único con lo que contamos para vencer al miedo, a la incertidum­bre, la vacuna es lo único”, señala.

Ahora María Clean, de 73 años, espera a ser llamada por el equipo de enfermeras. “Me anotó mi hija”, cuenta. “Y está bueno, muy bueno, ya pasé diez meses adentro de mi casa, no me dejaban ir ni a los mandados, estoy agradecida y feliz.”

El operativo

Noelia López es la directora de Salud Comunitari­a de la provincia. Supervisa los puntos de vacunación territoria­les. Hoy: 169 hospitales y 170 escuelas. Cuando el ciclo lectivo haya iniciado, de las escuelas se van a trasladar a universida­des, centros deportivos o culturales, para seguir la campaña. “Ya llevamos 270.000 personas vacunadas. El viernes se vacunaron más de 20.000 personas. Y 150 aquí”, confirma la directora del área Comunitari­a.

El segmento etario de la población a vacunar en esta segunda etapa “depende de los factores de riesgo”, señala López. Docentes y equipos de salud con situacione­s de riesgo le seguirán a los mayores de 70 y los mayores de 60 años.

“Son 5.800.000 bonaerense­s, es una población importante y creemos que estarán vacunados antes del invierno,” añade Salvador Giorgi, jefe de Gabinete de Salud bonaerense y médico psiquiatra. Se estima que “al vacunar a los trabajador­es de salud y los docentes, baje la incidencia del virus, y su letalidad”. Depende de la pirámide demográfic­a de cada región y de su dinámica, puntualiza­n los funcionari­os.

“Se abre un horizonte distinto –agrega López, la directora del área Comunitari­a–, con el aislamient­o se perdió mucho, muchos perdieron sus trabajos, ahora hay que recuperar, y empezar por lo cotidiano”. Giorgi apunta: “Incluso para nosotros es emocionant­e, ya no contamos casos por día o camas ocupadas, estamos contando personas vacunadas, aunque seguimos en pandemia ¡es una gran ventaja!” describe.

En provincia ya hay más de 2.600.000 inscriptos para el procedimie­nto que hoy atraviesan Alcira con 75 años y su marido de 84 años. “Hay una campaña negativa, mucha televisión en contra, pero hay que hacerlo, es una necesidad y hay que aprovechar la oportunida­d, porque es una oportunida­d”, insiste ella. Para Marilú, de 72 años, es “algo maravillos­o”. Coincide en que es una “oportunida­d”. Y culmina con una explicació­n: “lo estaba esperando con muchas ganas, porque significa más salud, estar protegidos, es la esperanza, pues la esperanza es que la vacuna pueda solucionar esta situación que estamos pasando”.

“Trabajé todo el año sin parar –recuerda– y la vacuna es lo único con lo que contamos para vencer al miedo, a la incertidum­bre.”

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 ?? Bernardino Avila ?? Las y los vacunados salían de la salita con una sonrisa ancha.
Bernardino Avila Las y los vacunados salían de la salita con una sonrisa ancha.
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