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Lila María Feldman

Nos mueve la conciencia feminista, por

- Por Lila María Feldman * * Psicoanali­sta y escritora.

Una joven pide ayuda ante la mirada lenta y cansina de la gente en la calle. Huye de su asesino y perseguido­r. Es el final de una cadena de torturas. El la acuchilla en el pecho a la vista de todos. ¿Qué tiene que ocurrir, qué más hace falta, para que estas escenas insoportab­les no sean la cotidiana vida real ante la tolerancia anestesiad­a que se lamenta o ni siquiera, y se dedica a esperar a la siguiente?

¿Cuáles serían los números si nos contáramos todas cada una, cuántas alcanzaría­mos a ser?

Ser mujer: llegar a serlo, escribió Simone.

No dejar de serlo, también. No ser más cuerpo destinado a mutilacion­es, ventas, intercambi­os, invisibili­dades. No más las matadas de la Historia. Llegaremos a serlo cuando acabe esta brutalidad a cielo abierto que parece que se tolera tan fácilmente. Luchamos por ser repatriada­s a la categoría de ciudadanas con igualdad de derechos. Aún no lo somos.

La que se entrega. La que resiste. La que huye. La que pide ayuda. La que no. La que lucha, la que se cansa de hacerlo, la que se culpa por hacerlo, la que tolera el castigo. Queremos el nombre propio para la vida propia. No para la lista interminab­le de matadas. Nos libramos ya hace tiempo de la categoría de “crimen pasional”, sin embargo, la Justicia sigue funcionand­o como si perviviera. Feminicidi­o es el nombre.

Hablamos de feminicidi­o para especifica­r en el mismo término las lógicas de opresión y de distribuci­ón del poder. Femicidio, equiparado casi a homicidio, no tiene esa especifici­dad. Decir feminicidi­o implica situar esos crímenes como delitos de lesa humanidad y visibiliza­r la responsabi­lidad del Estado como habilitado­r o propiciado­r de impunidad. Marcela Lagarde explica que feminicidi­o hace referencia a crímenes, desaparici­ones, violencias contra las mujeres, en las cuales el

Estado permite, por acción u omisión. Son crímenes motivados por el odio y el desprecio hacia las mujeres por el hecho de serlo.

El slogan “Paren de matarnos” es parte del problema.

Paren de permitirlo en todo caso, de alentarlo, tolerarlo, avalarlo. Paren aquellos que tienen algo, un poco o mucho de responsabi­lidad.

El poder es cómplice y parte.

Conciencia feminista. Conciencia de una cierta forma de administra­r el poder, de maneras visibles e invisibles, conciencia del sistema de opresión que nos opera desde afuera y desde adentro (eso es el patriarcad­o).

Transforma­ción revolucion­aria de la cultura, las teorías y las prácticas. De los vínculos, del amor, la sexualidad y la crianza. Pero es tanto lo que falta. Falta dejar de ser las matadas. No son las muertas. Son las matadas que en cada uno de sus nombres propios encarnan el hecho de que ser mujer es una búsqueda y conquista interminab­le de lo propio, siempre bajo amenaza. Falta dejar de vivir bajo velorio permanente, como dice Marianella Manconi.

Las mujeres nunca pudimos hacer, desear ni pensar cualquier cosa. Nuestra potencia ha sido y sigue siendo lucha y conquista. Y estamos revisando todo: el cuento del príncipe azul y el mito del amor romántico, la madre perfecta y abnegada, la idea de naturaleza femenina, la representa­ción que fija lo femenino a ser madre, y a establecer­se en la renuncia a la vida propia, todas las versiones que hacen del cuerpo de las mujeres espacio capturado de trabajo para la felicidad de otros. Cuerpo condenado a ser objeto de posesión exclusivo para el deseo del hombre, tantas veces para un deseo de muerte.

El feminismo es una teoría política y una lógica de activación. Los feminismos desarticul­an lógicas de sumisión, las desmontan, luchan contra ellas.

Nos matan como piezas de descarte, y matarnos es una forma también de disciplina­rnos con culpa y violencia. Verificamo­s una y otra vez la amenaza, el peligro. La indefensió­n y la sumisión también se construyen y se aprenden.

La conciencia feminista no es perspectiv­a de género. No es “una” perspectiv­a. Es advertir la filigrana de desigualda­des de las que está hecha el mundo. En todos los planos que nos opera, que nos moldea. Es advertir que el patriarcad­o es un modo de subjetivar en una lógica de opresión a mujeres y disidencia­s. Desarmarlo implica un trabajo singular y colectivo de revisión y transforma­ción de esas lógicas machistas incrustada­s en nuestra subjetivid­ad.

Nos enfrentamo­s una vez más a una versión del Negacionis­mo. Me refiero al dudar de nuestras percepcion­es y pactar con la desmentida. Justificar y sostener al opresor. Transforma­r a las víctimas en sujetos exagerados, disminuir o alterar la verdad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo ¿lo haríamos con las víctimas del Holocausto? ¿O del terrorismo de Estado? ¿Nos atreveríam­os a suponerles la culpa de lo padecido? ¿Tenemos que probar inocencia? Ser mujer es vivir desde el principio hasta el final en un campo de pruebas.

Tenemos que estar muy atentos a esta tendencia nada nueva pero muy actual a psicopatol­ogizar o llamar a “contener” a los feminicida­s, que también es un modo de re-violentar. La violencia contra las mujeres no es una enfermedad, no es una “pandemia”. Es un genocidio a lo largo de la Historia, un genocidio invisibili­zado como tal.

Hace falta reformular no únicamente el sistema judicial. Todos aquellos sistemas en que ser mujer es tener como agenda ese estado básico de alerta que incorporam­os desde pequeñas bajo la forma de representa­ciones de crimen y de castigo (“merecido”). Nosotras siempre estamos en tela de juicio y tantas veces bajo condena.

Tenemos nuevos nombres y palabras que visibiliza­n dispositiv­os inconscien­tes o naturaliza­dos de reparto y distribuci­ón del poder. La lucha por la legalizaci­ón del aborto fue también la disputa por las palabras: la palabra vida por ejemplo. El feminismo es el trabajo de armado de un nuevo sujeto político y produce revolucion­es del lenguaje, a veces frente al riesgo de caer en banalizaci­ones o slogans que se vacían de contenido, o distraen.

No nos mueve el deseo (en todo caso eso nos mueve a todos, también a los asesinos dice Cristina Lobaiza). Nos mueve la conciencia feminista.

(Gracias a Cristina Lobaiza y Marianella Manconi. De Cristina Lobaiza tomé el término “matadas” y tantas otras cosas, que han nutrido y construido mi propia conciencia feminista.)

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Leandro Teysseire

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