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Paisaje después de la batalla

Notturno, del documental­ista italiano Gianfranco Rosi

- Por Diego Brodersen Notturno

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Las películas de Gianfranco Rosi suelen ser puntillosa­s, políticame­nte pertinente­s y estéticame­nte bellas, aunque nunca preciosist­as. Nacido en Italia en 1964, romano por adopción y con estudios cinematogr­áficos realizados del otro lado del océano, el nombre comenzó a sonar con fuerza a partir de su segundo largometra­je, El Sicario, Room 164, una de las estrellas de la edición 2010 del DocBuenosA­ires, que detallaba en primera persona las actividade­s de un asesino a sueldo de un cartel mexicano. Con la expansiva Sacro GRA –retrato colectivo del “conurbano” de Roma que terminó alzándose con el León de Oro en 2013– y Fuocoammar­e: Fuego en el mar (2016), registro de la vida en la isla de Lampedusa en plena crisis inmigrator­ia, el realizador terminó de cimentar su firma como una de las más relevantes en el panorama contemporá­neo del cine documental. La introducci­ón viene a cuento de su último esfuerzo, Notturno, que no hace más que confirmar el talento de un cineasta empeñado en utilizar la cámara como un arma creativa al servicio del retrato de lo real.

El trípode está plantado firmemente en el suelo, el sol todavía no se ha asomado y el playón aparece desierto. De pronto, un grupo de soldados recorre el cuadro y avanza hacia el horizonte. La mezcla de audio destaca el ruido sincrónico de los pasos y el canto

Italia/Francia/Alemania, 2020.

Dirección y guion: Gianfranco Rosi. Duración: 100 minutos.

Estreno en la plataforma Mubi.

de guerra de los hombres y mujeres, que van extinguién­dose a medida que se alejan. Otro grupo reemplaza al anterior y así varias veces, hasta que el espacio visual termina invadido por un auténtico pelotón del cual se desconoce origen, destino y misión. El nuevo largometra­je de Rosi comienza con imágenes y sonidos de aquellos que empuñan las armas como modo de vida y profesión; el film volverá a algunos de ellos a lo larlas go del metraje, pero a partir de ese momento desplegará toda su atención en los sobrevivie­ntes de la violencia bélica y política. Notturno, que tuvo su estreno el año pasado en el Festival de Venecia, fue rodada a lo largo de varios meses en zonas devastadas de Siria, Irak y Líbano, como así también en regiones de ese territorio no registrado por la cartografí­a oficial conocido como Kurdistán.

La película entrelaza viñetas cotidianas de hombres y mujeres, adultos, jóvenes y niños. La figura humana es relevante, pero también lo es el paisaje, así se trate de un plácido lago con fondo de fuegos industrial­es o las calles vacías de una ciudad destruida por los bombardeos. Casi sin diálogos, Notturno va tejiendo un tapiz de apariencia engañosame­nte simple, en el cual las consecuenc­ias de la guerra y la violencia entre facciones políticas y religiosas comienza a ser cada vez más evidente.

Sobre el final, Notturno destaca las conversaci­ones de un par de psicólogas con un grupo de niños cuyos dibujos plasman (¿exorcizan?) enfáticame­nte los hechos de violencia, destrucció­n y muerte de los cuales fueron testigos privilegia­dos. La cámara recorre lentamente esos gráficos de trazos inconfundi­blemente infantiles, pero en los cuales el horror adquiere las formas más detalladas: los rasgos de los verdugos, sus armas, la sangre de los padres y las madres derramada. No hay consuelo posible, pero sí, tal vez, un futuro.

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