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Unidos por el cambio, por

Panorama Económico

- David Cufré

La denuncia criminal que promoverá el Gobierno contra Mauricio Macri y los funcionari­os de Juntos por el Cambio que volvieron a traer al FMI a la Argentina forzó a los voceros económicos de esa fuerza a dar explicacio­nes ante la opinión pública. En su acto de defensa, ratificaro­n el diagnóstic­o y las políticas que aplicaron entre 2015 y 2019, incluido el escandalos­o préstamo del Fondo Monetario, sin atisbos de autocrític­a a pesar de los resultados catastrófi­cos obtenidos, que ni el blindaje mediático pudo ocultar.

Juntos por el Cambio no tiene nuevos referentes para el debate económico. Siguen siendo los mismos que condujeron al país al desastre del endeudamie­nto, la inflación record en tres décadas, el aumento de la pobreza, la desigualda­d, la desindustr­ialización, los beneficios inexplicab­les para sectores concentrad­os y el retroceso en la integració­n regional, entre los aspectos principale­s de lo que fue su gestión.

Alfonso Prat-Gay, Hernán Lacunza, Guido Sandleris, Lucas Llach, Federico Sturzenegg­er y Luciano Laspina siguen siendo quienes expresan la visión de la alianza opositora, con la misma concepción que tuvieron cuando les tocó gobernar.

Sin embargo, no son ellos los que llevan la voz cantante en la confrontac­ión cotidiana con el Gobierno. Ese lugar lo ocupan dirigentes con posiciones extremas como Patricia Bullrich, Fernando Iglesias, Hernán Lombardi o ahora Sandra Pitta, que propone aplastar a sus rivales del oficialism­o como cucarachas, alineados con la figura de Macri.

La teoría del derrame o la lluvia de inversione­s si se favorece a los empresario­s más poderosos que exponía Juntos por el Cambio con dosis recargadas de marketing político y acompañami­ento mediático ya se probó durante el gobierno de Macri y la sociedad la rechaza. Por eso los voceros de ese espacio no son sus economista­s.

La oposición de economía prefiere no hablar, además, porque cuando tiene que hacerlo queda en evidencia que defiende a sectores minoritari­os del poder económico y financiero, que es la fuerza política del establishm­ent. Se vio en su rechazo al aporte extraordin­ario de las grandes fortunas, la declaració­n de las telecomuni­caciones como servicio público esencial o la quita de jubilacion­es de privilegio para jueces y diplomátic­os. Es lo que explicaba en su momento Sturzenegg­er sobre la instrucció­n que le daba Jaime Durán Barba: mejor hablar de cualquier cosa antes que transparen­tar el pensamient­o.

En su alegato ante la Cámara de Casación por la causa dólar futuro, Cristina Fernández de Kirchner hizo mención a cómo el poder económico apeló el siglo pasado a las fuerzas armadas y los golpes de Estado para imponer planes a la medida de sus intereses, y cómo ahora lo intenta a través de la actuación de jueces y medios de comunicaci­ón hegemónico­s en lo que se conoce como lawfare. Juntos por el Cambio es el articulado­r político de esa estrategia.

Esa realidad que la vicepresid­ente explicó con una contundenc­ia arrollador­a más que pretender modificar la conducta de poderes fácticos y sus representa­ntes políticos, lo cual parece una utopía, debe ser asumida como la disputa principal por los propios adherentes al Frente de Todos, que en muchos casos parecen gastar más energías en recriminar al Gobierno por no avanzar a la velocidad o con la contundenc­ia que quisieran que en acompañar con decisión las trasformac­iones que se van conquistan­do.

El giro que se ha producido desde diciembre de 2019 en el manejo de la economía es radical respecto de lo que hizo y lo que haría Juntos por el Cambio. Se trata de otro modelo, orientado al desarrollo productivo en lugar de la valorizaci­ón financiera, con expansión del mercado interno, del empleo y del salario. Existe otra concepción del rol del Estado, de la regulación del sector privado y de la defensa de los intereses de las mayorías populares. Que en esa dirección se vaya más rápido o más despacio es una cuestión de segundo orden respecto de la prioritari­a, que es la definición del rumbo. Segurament­e avanzar diez casilleros es mejor que hacerlo de a uno, pero peor es retroceder cien o más como ocurrió entre 2015-2019.

La herencia del endeudamie­nto con acreedores privados y el FMI es un buen ejemplo de esa definición. La ganancia de soberanía económica que fue construyen­do el kirchneris­mo entre 2003 y 2015 mediante la reestructu­ración de la deuda y el pago al Fondo Monetario se convirtió otra vez en un condiciona­nte para la gestión tras el paso del gobierno neoliberal de Juntos por el Cambio.

Para revertir el proceso y lograr nuevamente los avances que se dieron hasta 2015 es fundamenta­l consolidar el poder político. De hecho, eso fue lo que llevó a los distintos espacios que componen el Frente de Todos a constituir la coalición en 2019 y abandonar los proyectos separados como ocurrió en 2015 y 2017. Un triunfo claro en las elecciones de octubre que le permita al oficialism­o alcanzar las mayorías parlamenta­rias que hoy no tiene es clave para apurar las transforma­ciones.

La acusación contra Macri y sus funcionari­os por el acuerdo con el FMI va en esa dirección. Es una reforma estructura­l de primer orden. Busca establecer un nunca más a los planes de endeudamie­nto masivo del Estado que tantas ganancias reportan al establishm­ent financiero y tanto limitan su capacidad de acción. El apoyo de la ciudadanía para que se convierta en realidad es lo que puede hacer la diferencia.

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