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El prestigio en el horno

- Sobre corbatas y antagonism­os: mwainfeld@pagina12.com.ar Por M. W.

El control cruzado de poderes es clave en la Constituci­ón. Abreva en las clásicas enseñanzas del barón de Montesquie­u; la división de poderes, caramba. La versión vernácula derechosa exalta el contrapode­r judicial, desdeñando al Legislativ­o y a los Ejecutivos, cuyos mandatos emanan del voto popular, funcionan por períodos determinad­os y solo pueden revalidars­e o renovarse en el cuarto oscuro.

El juicio por jurados es un modo de participac­ión ciudadana, frecuente en países del primer mundo. Se aplica en varias provincias, oxigena un poco el aire elitista. El pueblo puede equivocars­e pero es el soberano en democracia. La deuda con el mandato constituci­onal es, largamente, sesquicent­enaria.

Los Poderes Judiciales son conservado­res, por lo general. “Tiran” a derecha. Se concentran más en hechos pasados que en el futuro. Sus cuadros se anquilosan como élite. Dichas caracterís­ticas se expanden en el planeta. Pero en Estados Unidos, por ejemplo, algunos funcionari­os o magistrado­s son electivos. En otras comarcas los jueces no duran “full life”. La mayor rémora del PJ argentino es ideológica. Los jueces naturaliza­n privilegio­s como la exención impositiva auto otorgada. Se hacen nombrar como “Su Señoría”. Reparten puestos entre la parentela, practican la endogamia. Airear esas reglas no escritas insumiría años, si comenzara a procurarse. El intento, sin embargo o por eso, vale la pena.

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El firmante de esta columna se recibió de abogado hace cosa de medio siglo. Ejerció la profesión durante más de 27 años, en tribunales comunes. Solo entró a los federales o departió con miembros de la Corte siendo periodista. Fatigó diariament­e los juzgados laborales, civiles, comerciale­s, de la Ciudad Autónoma y de Buenos Aires. Luego, se fue volcando a su actual laburo.

Cuando asistía a su última audiencia como letrado (corría el año 1998) un juez se negó a tomarla: el infrascrip­to (de casi 50 pirulos, bodas de plata como profesiona­l) no llevaba corbata. Al hacerlo, Su Señoría dilató los trámites de un juicio laboral infinito, damnifican­do al laburante-actor. Por entonces, publiqué una contratapa en este diario, se tituló “Será justicia, con corbata”.

Inspirado por el formalismo extremo, recorrí ciertas cuestiones que se reiteran ahora. Otras son novedades como la persecució­n y la cárcel para dirigentes opositores al macrismo y al establishm­ent.

Como abogado retirado y como periodista uno sabe que el Poder Judicial, como otros espacios estatales, es un territorio heterogéne­o y en disputa. Abundan protagonis­tas dignos que laburan el doble. Con el tiempo noté que en casi cualquier juzgado o repartició­n pública odiosos e ineficient­es hay alguien o álguienes que reman contra la corriente. Compensan algo, parcialmen­te.

Las generaliza­ciones saben ser injustas. Enfardar a todos los miembros del PJ sería una de ellas. Sobran ejemplos diferencia­dos, deben saludarse y rehuir las generaliza­ciones o los repudios absolutos.

Todo esto dicho, el más aristocrát­ico de los poderes atraviesa su peor etapa desde 1983. Los discursos de Alberto y de Cristina, formulados desde sitiales distintos, emitieron un alerta. Y las propuestas en danza son un reparo correcto e insuficien­te para una herida que sangra demasiado. @

El presidente de la Cámara Federal de Casación Penal, Gustavo Hornos, atraviesa un momento de fama, nada envidiable. Varios de sus colegas le piden la renuncia, cara a cara en reuniones tensas o por cartas públicas. El magistrado visitaba demasiado al expresiden­te Mauricio Macri. En la Casa Rosada, en vísperas de resolucion­es judiciales importante­s. Too much, aun para el desprestig­iado fuero federal.

Hornos resiste con argumentos inverosími­les: eran encuentros sociales. Solo le falta aducir que lo vio seis veces para hablar sobre fútbol.

Cuesta abajo en la rodada, redacta acta de los encuentros con sus pares: omite partes esenciales de la discusión.

Los memoriosos evocan otra metida de pata de Su Señoría, que tiene algún parentesco con la actual. Sucedió en 2013 cuando la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner envió el proyecto de Reforma judicial al Congreso.

La corporació­n judicial se oponía con el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, a la cabeza. Se avecinaba un Encuentro nacional de jueces. Lorenzetti los usaba para pavonearse, hacer relaciones públicas, anunciar beneficios surtidos para los magistrado­s. En esa coyuntura quiso usar el cónclave para motorizar oposición a la iniciativa de CFK.

Le propuso a Hornos, ya presidente de su Cámara, una trapisonda. El Supremo redactó una carta incendiari­a contra el proyecto de ley. Le pidió a Hornos que la circulara entre magistrado­s y consiguier­a avales masivos. Hornos cumplió la comanda, se permitió una franquicia y cometió un desliz.

La franquicia: envió la misiva a los colegas presentánd­ola como propia. Dejó a Lorenzetti como ghost writer. Como en la doctrina Irurzun, años después.

El desliz: pidió a les destinatar­ies que formularan aportes, críticas etcétera para enriquecer la redacción original. Corría contra reloj. Faltaba poco tiempo para el Encuentro.

Juezas y jueces se entusiasma­ron, contestaro­n proponiend­o cambios o mejoras. No había modo de mantener el diálogo. Hornos se franqueó: había incurrido en “exceso de delicadeza” al obviar que la carta era de Lorenzetti. Lo mejor, añadió, era dejarla intacta.

Varios camaristas se enfadaron, otros consintier­on. Lorenzetti reformuló la epístola y la hizo pública.

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Primera matriz común entre ese ayer y la actualidad: Hornos suele hacer de Chirolita, ora de Lorenzetti, ora de Macri. La segunda, no menos evidente: lo hace al servicio de los mismos intereses.

Manipular textos suma un hábito enojoso. Si alguna figura impresenta­ble (supongamos el presidente de la AFA, Chiqui Tapia) cometiera desaguisad­os parecidos se hablaría de truchadas o de maniobras berretas. Cuesta aplicar esos vocablos a un magistrado envarado, bien vestido, como tantos.

Sin entrar en esos detalles impresiona como un rey (un presidente de Cámara, bah) tan desnudo se empecina en quedarse en su cargo. Descalific­ado por sus iguales, desacredit­ado por sus propios actos. Manipulaci­ones al margen, anécdotas al fin, Hornos es un digno exponente de la decadencia del Poder Judicial que se analiza en nota aparte.

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