El prestigio en el horno
El control cruzado de poderes es clave en la Constitución. Abreva en las clásicas enseñanzas del barón de Montesquieu; la división de poderes, caramba. La versión vernácula derechosa exalta el contrapoder judicial, desdeñando al Legislativo y a los Ejecutivos, cuyos mandatos emanan del voto popular, funcionan por períodos determinados y solo pueden revalidarse o renovarse en el cuarto oscuro.
El juicio por jurados es un modo de participación ciudadana, frecuente en países del primer mundo. Se aplica en varias provincias, oxigena un poco el aire elitista. El pueblo puede equivocarse pero es el soberano en democracia. La deuda con el mandato constitucional es, largamente, sesquicentenaria.
Los Poderes Judiciales son conservadores, por lo general. “Tiran” a derecha. Se concentran más en hechos pasados que en el futuro. Sus cuadros se anquilosan como élite. Dichas características se expanden en el planeta. Pero en Estados Unidos, por ejemplo, algunos funcionarios o magistrados son electivos. En otras comarcas los jueces no duran “full life”. La mayor rémora del PJ argentino es ideológica. Los jueces naturalizan privilegios como la exención impositiva auto otorgada. Se hacen nombrar como “Su Señoría”. Reparten puestos entre la parentela, practican la endogamia. Airear esas reglas no escritas insumiría años, si comenzara a procurarse. El intento, sin embargo o por eso, vale la pena.
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El firmante de esta columna se recibió de abogado hace cosa de medio siglo. Ejerció la profesión durante más de 27 años, en tribunales comunes. Solo entró a los federales o departió con miembros de la Corte siendo periodista. Fatigó diariamente los juzgados laborales, civiles, comerciales, de la Ciudad Autónoma y de Buenos Aires. Luego, se fue volcando a su actual laburo.
Cuando asistía a su última audiencia como letrado (corría el año 1998) un juez se negó a tomarla: el infrascripto (de casi 50 pirulos, bodas de plata como profesional) no llevaba corbata. Al hacerlo, Su Señoría dilató los trámites de un juicio laboral infinito, damnificando al laburante-actor. Por entonces, publiqué una contratapa en este diario, se tituló “Será justicia, con corbata”.
Inspirado por el formalismo extremo, recorrí ciertas cuestiones que se reiteran ahora. Otras son novedades como la persecución y la cárcel para dirigentes opositores al macrismo y al establishment.
Como abogado retirado y como periodista uno sabe que el Poder Judicial, como otros espacios estatales, es un territorio heterogéneo y en disputa. Abundan protagonistas dignos que laburan el doble. Con el tiempo noté que en casi cualquier juzgado o repartición pública odiosos e ineficientes hay alguien o álguienes que reman contra la corriente. Compensan algo, parcialmente.
Las generalizaciones saben ser injustas. Enfardar a todos los miembros del PJ sería una de ellas. Sobran ejemplos diferenciados, deben saludarse y rehuir las generalizaciones o los repudios absolutos.
Todo esto dicho, el más aristocrático de los poderes atraviesa su peor etapa desde 1983. Los discursos de Alberto y de Cristina, formulados desde sitiales distintos, emitieron un alerta. Y las propuestas en danza son un reparo correcto e insuficiente para una herida que sangra demasiado. @
El presidente de la Cámara Federal de Casación Penal, Gustavo Hornos, atraviesa un momento de fama, nada envidiable. Varios de sus colegas le piden la renuncia, cara a cara en reuniones tensas o por cartas públicas. El magistrado visitaba demasiado al expresidente Mauricio Macri. En la Casa Rosada, en vísperas de resoluciones judiciales importantes. Too much, aun para el desprestigiado fuero federal.
Hornos resiste con argumentos inverosímiles: eran encuentros sociales. Solo le falta aducir que lo vio seis veces para hablar sobre fútbol.
Cuesta abajo en la rodada, redacta acta de los encuentros con sus pares: omite partes esenciales de la discusión.
Los memoriosos evocan otra metida de pata de Su Señoría, que tiene algún parentesco con la actual. Sucedió en 2013 cuando la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner envió el proyecto de Reforma judicial al Congreso.
La corporación judicial se oponía con el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, a la cabeza. Se avecinaba un Encuentro nacional de jueces. Lorenzetti los usaba para pavonearse, hacer relaciones públicas, anunciar beneficios surtidos para los magistrados. En esa coyuntura quiso usar el cónclave para motorizar oposición a la iniciativa de CFK.
Le propuso a Hornos, ya presidente de su Cámara, una trapisonda. El Supremo redactó una carta incendiaria contra el proyecto de ley. Le pidió a Hornos que la circulara entre magistrados y consiguiera avales masivos. Hornos cumplió la comanda, se permitió una franquicia y cometió un desliz.
La franquicia: envió la misiva a los colegas presentándola como propia. Dejó a Lorenzetti como ghost writer. Como en la doctrina Irurzun, años después.
El desliz: pidió a les destinataries que formularan aportes, críticas etcétera para enriquecer la redacción original. Corría contra reloj. Faltaba poco tiempo para el Encuentro.
Juezas y jueces se entusiasmaron, contestaron proponiendo cambios o mejoras. No había modo de mantener el diálogo. Hornos se franqueó: había incurrido en “exceso de delicadeza” al obviar que la carta era de Lorenzetti. Lo mejor, añadió, era dejarla intacta.
Varios camaristas se enfadaron, otros consintieron. Lorenzetti reformuló la epístola y la hizo pública.
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Primera matriz común entre ese ayer y la actualidad: Hornos suele hacer de Chirolita, ora de Lorenzetti, ora de Macri. La segunda, no menos evidente: lo hace al servicio de los mismos intereses.
Manipular textos suma un hábito enojoso. Si alguna figura impresentable (supongamos el presidente de la AFA, Chiqui Tapia) cometiera desaguisados parecidos se hablaría de truchadas o de maniobras berretas. Cuesta aplicar esos vocablos a un magistrado envarado, bien vestido, como tantos.
Sin entrar en esos detalles impresiona como un rey (un presidente de Cámara, bah) tan desnudo se empecina en quedarse en su cargo. Descalificado por sus iguales, desacreditado por sus propios actos. Manipulaciones al margen, anécdotas al fin, Hornos es un digno exponente de la decadencia del Poder Judicial que se analiza en nota aparte.