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Un disparo en la noche

Adelanto de Tres golpes en la ventana, el nuevo libro de Edgardo Esteban

- Por Edgardo Esteban

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Joaquín mira impávido La Escopeta, el programa de humor de Hugo Moser, en donde trabajan Olinda Bozán, Perla Caron, Ulises Dumont y las hermanas Pons. Aunque quiere reírse, esta vez se divierte poco. Molesta y quejosa por la panza, Rubí intenta dormir. En el borde de la cama, sus hijos siguen despiertos: Eva se chupa el dedo y abraza a su muñeca y Floreal juega con su pesado autito Duravit.

De pronto, unos golpes en la puerta perturban la tranquilid­ad. Joaquín salta como un resorte.

Se sienta apoyando la cabeza en el respaldo. Duda en atender a esa hora de la noche a la extraña visita. Siente un mal presagio, pero sabe que desde afuera se escucha el televisor.

–Puede ser mi viejo que trae al nene –inquieta por los golpes, Rubí habla debajo de la frazada–. Si es Lalo, que entre rápido y no tome frío. Después nos vuelve locos con el dolor de oído.

Joaquín se levanta, a través del vidrio empañado trata de observar por la ventana si está estacionad­o el Di Tella de su suegro. La luz de mercurio colgada en el poste de la esquina por la fuerza del viento se balancea de un lado al otro y dificulta la visión.

Golpean de nuevo, esta vez con más fuerza. La extraña visita parece apurada. Joaquín se pone el pantalón manchado con brea que aún está sobre la cómoda y con la camiseta blanca sale de la pieza. Floreal corre detrás y, como jugando una carrera, logra llegar a la puerta antes que su papá, al mismo tiempo que, por tercera vez, golpean.

–¡Esperá, Rulito, no abras! ¡Es peligroso! –Pero es tarde, Floreal la abre y se ríe por ganarle a su papá.

–¡Hola, Joaquín!

Padre e hijo se quedan paralizado­s al no ver al viejo Leguizamón. Es Tito Corteza, el hombre más poderoso del Peronismo de la zona. Se refleja en su cara mojada la tenue luz de la lamparita de 40 watts que está colgada sobre la puerta de acceso al pequeño departamen­to de tres ambientes. A mitad de la escalera, está Pedro Martínez, que se esconde protegido por la oscuridad de la noche. Es el presidente del PJ local y candidato seguro a intendente de Morón en las próximas elecciones. Porta en su mano derecha un revólver calibre 38.

Sin pedir permiso, Tito Corteza entra al comedor de paredes salpicadas de color verde que está pegado a la cocina y al cuarto matrimonia­l.

Rubí supone que Joaquín está hablando con su suegro, escuchando las quejas por el comportami­ento de su hijo Lalo. Cambia de canal y pone Hollywood en Castellano, están proyectand­o Los

El drama de la historia reciente de la Argentina, entre el Cordobazo y el regreso de Perón en 1972, atraviesa la novela autobiográ­fica del director del Museo Malvinas y autor de

Siete Magníficos, protagoniz­ada por Yul Brynner, Steve McQueen y Charles Bronson. No le gustan las películas de vaqueros. Está molesta por la panza y se acuesta de costado para intentar dormir. Escucha de lejos una discusión y no es la voz de su padre. Se inquieta, siente que no es el momento ideal para tener una reunión para hablar de política y menos a esa hora.

–¡Pasá! Bueno, ya entraste –Para Joaquín ese hombre que lo duplica en edad no es un extraño, lo conoce bien. Intenta dar un abrazo de compromiso, pero el visitante lo rechaza.

Joaquín alza a Floreal y lo pone sobre la mesa. Tito, como si estuviera ebrio, tambalea y tropieza con la pata de madera de una silla y se sienta. Abajo de la campera negra, a la altura de la cintura sobresale un bulto. Parece un arma.

–Tigre, vengo a molestarte cinco minutitos. Necesito que hablemos.

“¡Andate ya mismo! ¡No te permito un insulto más! Tomatelás, antes de que te saque a patadas en el culo.”

En la mesa aún están los platos con restos del pollo y un vaso con vino, Joaquín los lleva a la cocina. Evita sale del cuarto, corre descalza hacia su papá. El extraño es indiferent­e y ni la mira.

–Vengo a pedirte un favor, necesito que me consigas una reunión con el doctor Raúl Matera. La hija de Pedro tiene puntadas en la cabeza, los médicos no le pueden diagnostic­ar con claridad qué tiene. ¿Me lo llamás al doctorcito así la atiende él?

–El visitante apoya los codos sobre la mesa. Joaquín escucha sin dar respuesta, sabe que esa presencia está por otros motivos.

–¿Qué querés, en serio? Para pedirme eso no hacía falta que vinieras a mi casa a esta hora. Me llamabas y listo.

–La verdad, vengo por lo que ya sabés, pelotudo. ¡Sos un pendejo de mierda! Te querés llevar a todos por delante y con nosotros no se juega –el extraño reacciona, se para, grita y lo señala amenazante.

Floreal y Evita se asustan. Sin entender lo que sucede se aferran a la pierna de su papá.

Joaquín no puede frenarlo. Al mismo tiempo, intenta sacar del lugar a sus hijos. El visitante lo toma del hombro, forcejean y el tipo le tira un manotazo.

–¡Papito! –Eva está aterroriza­da, se resiste a alejarse de su papá.

–¡Te cortaste solo, gil de cuarta! ¡Te atreviste a jodernos con esos volantes de mierda. Vos no sabés con quién te metiste –El llanto de Eva desespera a Joaquín, pero al visitante no le importan las quejas de la nena, sigue con el apriete a su rival.

–¡Tito, callate! ¿Cómo venís a mi casa y te atrevés a decirme estas cosas? ¡Estás loco! A vos te calentaron la cabeza con esas mentiras. ¡Andate ya mismo! ¡No te permito un insulto más! Tomatelás, antes de que te saque a patadas en el culo.

–¡Papito, tengo miedo! ¡El señor es malo! –Evita no entiende

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