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Regreso con tributo a Piazzolla

La velada, con la Orquesta Estable e invitados de lujo, tuvo momentos excitantes, instantes de ensoñación y otros más bien anodinos.

- Por Santiago Giordano

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El viernes, con la presentaci­ón de la Orquesta Estable bajo la dirección de Luis Gorelik, el Teatro Colón reabrió sus puertas para dar comienzo al ciclo de conciertos que hasta el 20 de marzo celebrará el centenario del nacimiento de Astor Piazzolla. Después de un 2020 prácticame­nte sin actividad a raíz de la pandemia de covid-19, el mayor escenario argentino restauró, protocolo sanitario mediante, uno de los ritos más entrañable­s para los melómanos porteños. La potencia planetaria de la obra y la figura de Piazzolla, por varias razones uno de los músicos más trascenden­tes de la segunda mitad del siglo XX, resultó el disparador necesario para que el Colón retome su actividad presencial. Junto a la Orquesta Estable y su director, “Piazzolla Sinfónico” contó con la participac­ión como invitados de Juan José Mosalini, César Angeleri, Juan Pablo Navarro, Nicolás

Gerschberg y el quinteto de Diego Schissi, para abordar un repertorio que además de obras de Piazzolla incluyó páginas de Esteban Benzecry, Beatriz Lockhardt y el mismo Schissi.

Con el aforo reducido –se habilitó el treinta por ciento de las 2400 localidade­s de la sala–, el ingreso al edificio tuvo la dinámica lenta y aburrida propia de estos tiempos. Control de temperatur­a, alcohol para las manos y la recomendac­ión de conservar el barbijo en todo momento, fueron una forma de bienvenida al foyer, donde apenas era posible detenerse a saludar. El espacio para el noble pavoneo y sus posibilida­des para cabildeos quedó así limitado por las exigencias de fugacidad y distancia que impone el protocolo. Dentro de la despoblada sala, donde prudenteme­nte el personal del teatro repetía a los callados asistentes las recomendac­iones sanitarias, el clima de abstracció­n social se acentuaba en la penumbra, con el fondo cacofónico de algunos músicos que ya ubicados en el escenario calentaban los dedos sobre sus instrument­os. Si desde el punto de vista mundano el clima de la velada resultó poco estimulant­e, desde lo sanitario dio sensación de seguridad. Y en lo artístico se pareció bastante a la música de Piazzolla: tuvo momentos excitantes, otros de ensoñación y otros más bien anodinos.

A la hora señalada para el comienzo, las luces de la sala bajaron, la orquesta se acomodó y el silencio fue el fondo perfecto para que finalmente, aunque con protocolo y por un ratito, se recompusie­ra el aura de aquellos momentos queridos y largamente esperados. La primera parte del programa presentó tres obras que directa o indirectam­ente rendían tributo a Piazzolla. Benzecry, Lockhardt y Schissi atravesaro­n, cada uno a su manera y por distintos lugares, el cenagoso territorio del homenaje como género. En su Obertura Tanguera –en la versión para orquesta de cámara– Benzecry apeló a gestos descendien­tes de la música de Piazzolla, ligados con ingeniosas ideas propias y una sólida escritura instrument­al. En Homenaje a Piazzolla –para quinteto con piano– Lockhardt diluyó cierto impulso neoclásico en un tango génerico, sin puntualiza­r demasiado en el lenguaje del homenajead­o. De los tres compositor­es, segurament­e Schissi fue quien indagó con más profundida­d en las posibilida­des de un después para la música de Piazzolla. Astor de pibe, en versión para quinteto y orquesta, es una buena prueba de esa búsqueda.

El intenso solo de bandoneón introducto­rio de Tristezas de un Doble A en las buenas manos y la sensibilid­ad de Juan José Mosalini anunció la llegada de la música de Piazzolla. Sin embargo, la versión para cuarteto y orquesta de una obra que Piazzolla supo grabar con su quinteto, no funcionó del todo. Más allá de la generosa tarea del fueye como instrument­o conductor y el rol de los solistas –Angeleri en guitarra, Guerschber­g en piano y Navarro en contrabajo– la orquesta aportó poco. Al contrario, el sonido terso de las cuerdas dispersó el nervio de una trama que se articula sobre el contraste y el gesto propio de la improvisac­ión.

Enseguida, lo mejor de la noche llegó con Hommage à Liege, el doble concierto para bandoneón, guitarra y cuerdas que Piazzolla compuso en 1984, para la quinta edición del Festival de guitarra de Lieja. El diálogo entre guitarra y bandoneón en la extensa introducci­ón resultó un encantador compendio de claves piazzollia­nas, tratadas con buen gusto y equilibrio. Desde ahí, con empatía estilístic­a, Mosalini y Angeleri encontraro­n el acento justo, que con presteza Gorelik supo transmitir a una orquesta atenta, en particular en “Tango nuevo”, el penetrante movimiento final. Después de todo, la música de Piazzolla será muy universal, pero cuando la tocan los músicos del tango, los que se formaron con ella, los que instintiva­mente captan su naturaleza, suena mucho mejor.

Entre los grandes momentos de

Lo mejor de la noche llegó con Hommage à Liege, el doble concierto para bandoneón, guitarra y cuerdas que Piazzolla compuso en 1984.

la noche entra también el bis de los solistas. Con la sensibilid­ad y la hidalguía “parrillera” de los que saben escuchar más allá de las notas, Mosalini y Angeleri armaron su versión de “Night Club 1960”, una de las cuatro piezas de L’Histoire du Tango, compuestas originalme­nte para flauta y guitarra. En el final, con los Tres movimiento­s tanguístic­os porteños, Gorelik sacó lo mejor de una orquesta que aun diseminada en el amplio espacio del escenario, con barbijos y paneles aislantes logró sonar compacta.

Al final, el aplauso catártico y agradecido del público raleado en la platea y los distintos niveles del teatro, fue el mejor reflejo de lo que no dejó de ser, aunque placentera, una noche extraña.

 ?? Gentileza Máximo Parpagnoli ?? El ciclo de conciertos en homenaje a Piazzolla continuará hasta el 20 de marzo.
Gentileza Máximo Parpagnoli El ciclo de conciertos en homenaje a Piazzolla continuará hasta el 20 de marzo.

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