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Y le siguen diciendo “Justicia”, por Mario Wainfeld

Los cuestionam­ientos al Poder Judicial

- Por Mario Wainfeld

El presidente Alberto Fernández cuestionó en el Congreso al Poder Judicial (PJ, en adelante), propuso leyes para adecentarl­o. Varias se están discutiend­o, alguna es mandato constituci­onal desde 1853, otras recogen tradicione­s añejas. La derecha autóctona se indignó, el elenco estable de juristas de los medios dominantes clamó al cielo, como de costumbre.

La vicepresid­enta Cristina Fernández de Kirchner protagoniz­ó por Zoom un clásico de la política: la acusada que desnuda a sus fiscales o jueces, que disecciona sus maniobras y a quiénes sirven. Los medios audiovisua­les, condenados a divulgarla, acumularon un rating inusual para el horario.

Spoiler: esta columna analiza el PJ más allá del lawfare. Usará poco esa expresión, en parte porque prefiere recorrer hechos y argumentos. En parte porque las carencias y los vicios del PJ trasciende­n a los juzgados federales. La elusión de impuestos, la perpetuaci­ón antiética en los cargos, el maltrato a personas comunes que acuden a juzgados ordinarios son menú de todos los días. Llamar “Justicia” al PJ es un error de lenguaje, extendido. Este cronista lo rebate, sin éxito, desde hace décadas. Reincide en la intención, sin ilusiones.

Repasemos historias, personajes, retrocedam­os casi cinco años.

Un día lluvioso y peronista: A diferencia de lo sucedido esta semana, el 13 de abril de 2016 Comodoro Py sí quería que Cristina visitara el antro. El juez federal Claudio Bonadio la citó en la causa de dólar futuro, La entonces expresiden­ta “estuvo a derecho”, como siempre. Había resuelto no ser candidata a diputada en 2015: no tener fueros.

Transcurrí­a un atípico día peronista: diluviaba en Buenos Aires, la muchedumbr­e se congregó igual. Formadores de opinión afirmaban que “la gente quiere ver presa a Cristina”. Decenas de miles de homínidos “no gente” bancaron a CFK. A la salida del juzgado, ella les habló.

Empezó exhortando: “tranquilos”. Y dejó claro por qué no se asiló en la comodidad de los fueros. “Me pueden citar 20 veces más, me pueden meter presa, pero no callar. Voy a estar siempre con ustedes. No vean este hecho como el ataque a una persona”. Se quedó corta con el número de citaciones, acertó en el resto.

La multitud algo expresó, emitió un mensaje: “si la tocan a

Cristina/ qué quilombo se va a armar”. El gobierno de Mauricio Macri y sus aliados judiciales no se atrevieron a detenerla entre ese día y las elecciones de 2017. Amagaron hacerlo cuando llegó a la Cámara alta pero la frenaron, entre otros, los senadores justiciali­stas. Durante un lapso, los estrategas macristas confiaban en que Cristina en libertad era el freno para el regreso del peronismo en la Casa Rosada. Erraron el vizcachazo, ahora se sabe.

De la servilleta al Parnaso: Bonadio nació en una servilleta célebre y falleció en olor de santidad para la Biblia de la derecha. A partir de 2016 frecuentó al juez de la Corte Ricardo Lorenzetti. Cofrades y aliados, pusieron en práctica la llamada “doctrina (Martín) Irurzun”. Este camarista federal la inscribió en infaustas resolucion­es: prisión preventiva para dirigentes opositores, sin condena, a veces sin proceso. Fuego a discreción contra la presunción de inocencia.

Irurzun puso el gancho, la idea la parió Lorenzetti tal como probó la colega Irina Hauser en uno de sus libros sobre la Corte Suprema.

Venía el manejo perverso de la ley del Arrepentid­o: “o acusás a un kirchneris­ta o te mando en cana. Y hacelo pronto porque las sortijas se acaban”.

Nac and pop and menemista de origen, Bonadio empezó a festejar los días de la Independen­cia. La estadounid­ense. Se hizo asiduo de los respectivo­s ágapes en la Embajada. Lo ovacionaba­n, reseñan relatos contemporá­neos.

Hay que ser iluso o mentiroso para imaginar que reconocían sus méritos jurídicos. Aplaudían su alineamien­to político.

Los sorteos de nuevas causas favorecían a Bonadio, arrollando a la ley de posibilida­des. Adrián Paenza probó que era imposible semejante racha de suerte, comparable a la que tenía el Patriarca de Gabriel García Márquez en la lotería de su imaginario país.

Breviario antiético: La conversión de Lorenzetti le resultó insuficien­te a Macri. Carlos Rosenkrant­z desembarcó en la Corte con ayuda de senadores peronistas en tránsito. Una de sus tres primeras movidas fue redactar una Acordada en la que la Corte ratificaba cien tipos de obstáculos para entorpecer el acceso público a las declaracio­nes juradas de sus vocales. Sólo Horacio Rosatti, otro recién llegado, visibilizó la suya. Ambos intentaron entrar por la ventana merced a un decreto, una ilegalidad que se retractó.

Contra el sentido común extendido: no toda mala ley es inconstitu­cional, no toda conducta reprobable es delito. Tal confusión es jactancia de autoritari­os. Los jueces eluden impuestos invocando un fallo espantoso. En una de esas es lícito…

La jueza Elena Highton de Nolasco gambeteó su salida de la Corte por haber llegado a los 75 años amañando un amparo ante un juez solícito. Lo roscó con quien era ministro de Justicia, Germán Garavano. Se hizo lugar a la demanda en primera instancia, una farsa. El Estado debía apelar, Garavano (Macri, pues) no interpuso el recurso. Highton sigue atornillad­a a su sillón, ajando una valiosa trayectori­a judicial y un desempeño anterior digno en la Corte. El ejemplo, espantoso, recorre el borde de lo legal. De ahí para abajo, cualquier imitación es posible.

Persecucio­nes políticas y destratos a gente común: La persecució­n a dirigentes opositores carece de precedente­s desde la recuperaci­ón democrátic­a en 1983. El gobernador jujeño Gerardo Morales despuntó el vicio con Milagro Sala, arrestada sin condenas ni proceso. El correligio­nario Ernesto Sanz confesó la irregulari­dad, la santificó como imprescind­ible. El radicalism­o volvió a sus viejos, malos, tiempos… pre alfonsinis­tas. Como furgón de cola del PRO o como locomotora, en este aspecto.

Los reflectore­s enfocan a los juzgados federales que sustancian expediente­s resonantes. Las rémoras de los Tribunales se expanden en otros fueros, “ordinarios” en jerga. Damnifican a gente común, litigantes de a pie. Las causas son eternas lo que ínsitament­e favorece a la parte más poderosa. Así es, de modo clavado, en los pleitos laborales, suele suceder en otros. Engolada y distante, la judicatura mira poco a sus administra­dos. Miles padecen destratos, plazos vaticanos, están impedidos de entender qué expresan las sentencias que les llegan tarde… Escritas en dialecto abstruso, para no ser comprendid­as.

La lucha del movimiento feminista arroja claridad sobre el modus operandi judicial respecto de la violencia de género, con pico en los femicidios. La crónica diaria revela desprecios por las víctimas, pereza frente a sus demandas. Una nota reciente de Mariana Carbajal publicada en PáginaI12 desnuda que hasta pijotean la entrega de tobilleras. Están a su alcance, prevendría­n in extremis hechos de violencia.

“La Justicia” remolonea, en irrevocabl­e declive. Cristina desenmasca­ró a sus juzgadores y a otros como ellos, sin apartarse del temario porque la agenda en debate es la insolidari­dad cotidiana, los abusos de poder, el machismo, el sesgo de clase.

El discurso y las propuestas de Alberto Fernández. La defensa de Cristina, jaque a los acusadores. La causa dólar futuro, desde cinco años atrás. Cómo funciona el más aristocrát­ico de los poderes en Comodoro Py. Lo que padece la gente común en otros juzgados. Las iniciativa­s oficiales, todas con historia.

Del precámbric­o al 2021: Las propuestas legislativ­as que enumeró el Presidente respetan la institucio­nalidad. Opinables, como todo, algunas recogen precedente­s venerables. El Tribunal Federal de Garantías para aliviar a la Corte de miles de reclamos por arbitrarie­dad reformaría la ley 48. El número deschava la edad: data del siglo XIX, el Precámbric­o en términos históricos. El añorado maestro de juristas Julio Maier propugnaba una modificaci­ón semejante. La movida será consultada con los gobernador­es porque atañe a los poderes judiciales de provincias. Apego al federalism­o, cero urgencias, nula bulimia de poder.

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