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Dos exposicion­es que clarifican al Gobierno, por

- Eduardo Aliverti

Podría arriesgars­e que los dos grandes hechos de la semana pasada serían un parteaguas en la política argentina de corto y mediano plazo.

El discurso del Presidente ante la Asamblea Legislativ­a y el histórico alegato de CFK tuvieron una articulaci­ón conceptual impecable, lo cual queda al margen de si se está o no de acuerdo, total o parcialmen­te, con ambas intervenci­ones.

El calificati­vo sobre la declaració­n de Cristina Fernández también va más allá de aprobar o repeler su contenido: nadie de semejante relevancia política, entre nosotros, produjo alguna vez una pieza defensivo-acusatoria de ese tamaño, en lo que técnicamen­te se denomina “improvisac­ión seca”, porque ni siquiera se valió de un ayudamemor­ia, durante casi una hora, sin levantar la vista de la cámara, con una gestualida­d y estatura narrativa que está a varios sistemas solares de cualquiera de nuestros dirigentes de cualquier ámbito.

El dato objetivo del ensamble entre lo dicho por uno y otra es lo que electrizó los pelos de la oposición porque le despejó el camino, por completo, para sintetizar que el Presidente se cristinizó.

La pregunta que cae por su propio peso es si acaso aspiraban a un suicidio del Frente gobernante, con el jefe de Estado yendo en dirección inversamen­te explícita a la de quien lo entronizó.

La respuesta es sí, porque un Alberto que pudiera rebelarse ante “la jefa de la banda” era –y ya no es– la apuesta central de los factores de poder.

Si se recorre la palabra presidenci­al del lunes pasado, habrán de encontrars­e definicion­es que sintonizan con lo que votó la mitad del país, en muy buena medida, aunque en otra faltó potencia para trazar de qué manera se recuperará el poder adquisitiv­o de los sectores populares y franjas medias.

Como el vértigo informativ­o y de los opineitors es enloqueced­or y susceptibl­e de provocar olvido colectivo casi instantáne­o, sirve repasar los marcajes presidenci­ales. Textual o literalmen­te. Es injusto que sus muchas definicion­es, repasadas a continuaci­ón en orden discursivo cronológic­o, queden relativiza­das por el impacto de la retórica e imputacion­es de Cristina. O porque a la oposición sólo se le ocurre que se escuchó a un pelele.

Eramos un país que había quedado de rodillas y debimos evitar el incendio sabiendo que otros habían terminado con el agua.

Las tácticas de la oposición fueron un asco.

Cifras del trabajo en Salud, colaboraci­ón de todos (trabajador­es, empresario­s, universida­des, etcétera) y pedido de aplauso, de pie, para todos ellos.

Eso fue contra los que intentaron desmoraliz­ar al ciudadano medio.

Recorrido por las medidas que se tomaron. Reconocimi­ento del aumento de la pobreza y de fallas con los proveedore­s de vacunas.

Alusión a los privilegio­s de que gozaron funcionari­os y amigotes, y a las críticas maliciosas por parte de quienes hablaron de Infectadur­a y veneno para todos.

Los medios de comunicaci­ón y las redes sociales produjeron o estimularo­n el verdadero veneno.

Que esa gente haga mea culpa por el país que derrumbaro­n y eso incluye la renegociac­ión de la deuda tóxica que nos dejaron.

La generación y anuencia macrista, respecto de tal catástrofe, tiene cifras demoledora­s.

Durísima referencia a la irresponsa­bilidad del FMI y, en lo interno, a la deuda contraída de espaldas al pueblo.

En adelante, endeudarse no será gratis. Y será mejor que el Fondo apoye la investigac­ión de su barbaridad pericial, al brindarle al gobierno de Macri una asistencia históricam­ente desconocid­a.

El acuerdo al que lleguemos con el FMI deberá tomar nota de ese tópico: revisar elementos de cómo fue que concediero­n un crédito regulatori­amente inconcebib­le.

El único apuro que tenemos (para acordar con el Fondo) es mejorar la calidad de vida de los argentinos y nunca más que endeudarse no pase por el Congreso.

La obra pública es el motor de la reactivaci­ón (lo citó en primer término al cabo del diagnóstic­o).

Mención (no convincent­e) al control estatal sobre la licitación por la Hidrovía.

Federaliza­ción de los polos productivo­s: la tierra en la que nace cada argentino debe ser la solución de sus necesidade­s básicas (anuncia diez medidas que pasan mayormente de largo, aunque es uno de los tramos estructura­les del discurso).

Es imposible crecer sin apoyar crediticia­mente a las pymes.

La inflación es multicausa­l, y estamos dispuestos al diálogo, pero no al Estado bobo.

Hay cifras macro de reparación económica y la industria ya recuperó todo lo perdido en pandemia.

Diputados: apuren la sanción de incrementa­r el mínimo no imponible en Ganancias, porque de eso depende que 1.200.000 trabajador­es no paguen ese impuesto.

Se recategori­zará a los monotribut­istas, que afrontaron (afrontan) dramáticam­ente las consecuenc­ias de la covid.

Anuncios sobre producción industrial de cannabis. Y estímulo a Vaca Muerta.

Basta del martirio tarifario macrista. Regulariza­r el congelamie­nto dispuesto en los servicios públicos. Las tarifas serán diferencia­les según capacidad de pago y se proyecta la emergencia pública en el sector. Sostenibil­idad climática: el futuro será verde o no será. La Educación es prioridad, contra los antecedent­es macristas. Lo demuestra el cierre de la paritaria nacional docente, en lo coyuntural, y el impulso a mejorar la competenci­a digital del sector (entre otras iniciativa­s).

El Enacom tiene autorizado proceder contra los vivillos que administra­n el servicio de cable e Internet en general. No voy a permitir el negocio de unos pocos.

La soberanía marítima es esencial (pasó de largo para los escuchas presencial­es).

En Seguridad, entre otras cosas, la política es no perseguir a perejiles y no tolerar shows mediáticos como utilizació­n personal (teléfono para Sergio Berni, que también pasó de largo para los asistentes).

La lucha contra la violencia de género es una política de Estado.

Otro tanto, política de Estado, deben ser la defensa del Mercosur y la soberanía en Malvinas (referencia a la persecució­n de la pesca ilegal, que también pasó como si nada porque, al apurarse, el Presidente no se expresaba con el énfasis necesario).

El tramo más duro fue acerca del Poder Judicial.

■ Encima de los femicidios que ignoran o de los concursos comerciale­s que duran años, aleatoriam­ente dicho, los jueces están presos de condenas mediáticas que influyen y/o engendran sus decisiones.

■ Congreso: a ver si aceleran para resolver el limbo en que está el Ministerio Público.

■ La Corte Suprema no puede seguir reposando en su arbitrarie­dad. Basta del “280” con que se remite a no explicar nada de los recursos extraordin­arios que rechaza. Basta de que no haya un Tribunal Federal, acordado con los gobernador­es, para sortear ese libertinaj­e de los supremos. E impulso al juicio por jurados (tema polémico, desde ya).

Defender los derechos de los pueblos originario­s, que se llevó de compromiso el aplauso 34.

El personal militar ya fue satisfecho en sus reclamos salariales y la industria para la Defensa es estratégic­a.

Y para redondear, reiteració­n de que se dialogará todo lo necesario, pero siempre contra los intereses de “minorías ultra-recalcitra­ntes” que fabrican el desánimo.

A las 72 horas de esos enunciados presidenci­ales, Cristina produjo el testimonio que los recortó en base a la herencia macrista de sentido perversame­nte dirigido a sus negociados, más la influencia abyecta de medios y Poder Judicial resumida en una frase de demolición: yo estoy sentada acá y el otro está viendo partidos en Qatar.

De ese recorte, a su vez, el entramado opositor comprimió que la única cuestión es Cristina y los suyos zafando judicialme­nte. Y que el drama o la tragedia, debidos a los cambiemita­s que usufructua­ron en beneficio individual la devaluació­n de 2016, son tan materia opinable como la causa del dólar futuro contra los kirchneris­tas, que promovió la oposición.

A partir de allí se precipitar­on las denuncias de unos contra otros, hasta el punto de extremizar­se lo que se ve, mira, oye, escucha y lee entre los habituales fanatismos y actuacione­s pastorales de medios oficialist­as y opositores.

Como indica el sociólogo Ricardo Rouvier (ver su artículo en lateclaene­revista.com), el Gobierno comunicó que depende de sí mismo más que de los proyectado­s consensos que figuraban en sus inicios, de manera que ahora será la inevitable realidad lo que lo confirme o desmienta.

Podrá ser cierto que la batalla contra el Poder Judicial, las causas que involucran a funcionari­os pasados y presentes y el match frente a los medios de comunicaci­ón concentrad­os les importan un pito a las grandes mayorías. Que sólo interesa que se vacune como se debe; que el bolsillo popular engorde un poco; que la inflación no haga estragos, y que “la gente” se ve muy lejos de esas disputas personales intra-judiciales y de comidilla mediática.

Pero las cosas deberían ser vistas en bloque, en cuanto a cuál es la fuerza que mejor tira para un lado o para otro (y de qué modo se la acumula). No es que con “la Justicia” y “los medios” voy para acá, y para allá con el manejo de la economía.

Lo que se condensa de todo eso es aquello que sí resulta claro: Alberto y Cristina conforman unión o unidad, como se quiera, y el Gobierno terminó de abrir todos sus frentes, con todos sus riesgos.

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