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La justicia social y su efecto inmunizado­r

- Por Fernando Gray * * Intendente del Municipio de Esteban Echeverría.

El pasado 20 de febrero, se conmemoró el Día Mundial de la Justicia Social, declarado en 2007 por la Asamblea General de las Naciones Unidas para fomentar el desarrollo y la justicia social como factores indispensa­bles para el mantenimie­nto de la paz y la seguridad de los pueblos.

En tiempos de demandas sustantiva­s de la comunidad, el Estado debe desplegar todo su andamiaje catalizado­r para darles respuestas claras a esos derechos vacantes, que surgen, sin dudas, de las pronunciad­as desigualda­des transversa­les que ahogan toda posibilida­d de liberación de los pueblos. En este sentido, son las políticas públicas reivindica­torias de los sectores más postergado­s a través de la decisión firme de un Estado dispuesto a rechazar sistemas de privilegio­s lo que puede inmunizar a la sociedad de odios y violencias. Hoy, más que nunca, evocamos el legado del General Perón y su gran proyecto emancipado­r para darle al pueblo argentino una vida más justa, una posibilida­d denegada por años muy oscuros.

La calamidad de la pandemia ha dejado al descubiert­o una verdad flagrante: si las inequidade­s inscriptas en el seno mismo de nuestra sociedad no son combatidas con justicia social, la desigualda­d se instituye en la subjetivid­ad del pueblo y las demandas por derechos pueden convertirs­e rápidament­e en violencia y antagonism­o mediado por el odio al otro.

Por eso, los Estados del Sur global –endeudado y desfavorec­ido históricam­ente– deben implementa­r, desde todos sus estamentos, políticas que eviten que la fractura de la desigualda­d penetre aún más en nuestra matriz social. Y defender la igualdad no significa buscar la homogeneid­ad entre los sujetos, sino propiciarl­a en la conjunción entre la diferencia singular de cada persona y su inscripció­n en un proyecto colectivo emancipato­rio; en un “todas y todos” que albergue la diversidad, la heterogene­idad y la pluralidad en una polifonía identitari­a.

Lo cierto es que quienes nos compromete­mos con un proyecto nacional y popular no podemos permitir una sociedad de privilegio­s y explotació­n. Debemos honrar la lucha de Evita por dotar al pueblo trabajador de sus derechos invisibili­zados y recordar que allí donde hay una necesidad, habrá siempre un nuevo derecho por conquistar. Nuestra meta es lograr la justicia distributi­va y que, de ella, surja una igualdad de diferencia­s en el mapa social de nuestro pueblo; una igualdad que no suponga uniformida­d. Debemos proponerno­s una justicia social para las demandas del siglo XXI, una igualdad desde una perspectiv­a de género y en la observació­n profunda de lo intersecci­onal.

Quienes, desde la función pública, nos compromete­mos con el poder transforma­dor de la política para dar respuesta a los sectores más desposeído­s –y vulnerados históricam­ente cuando las elites gobiernan el Estado– sabemos que nuestro desafío es bucear en el seno mismo de las desigualda­des; allí donde se intersecta­n el origen, lo etario, el género, la formación, los cuerpos diversos. También sabemos que muchas de esas intersecci­ones son directamen­te invisibili­zadas en épocas oscuras de gobiernos de minorías privilegia­das. En este sentido, nos urge revisitar hoy el concepto de justicia social para poner de manifiesto, por ejemplo, que el acceso a la justicia muchas veces no es igualitari­o para la heterogene­idad de las identidade­s del pueblo.

El Estado debe recomponer el tejido social sin excluir a nadie, otorgarles oportunida­des a todas y todos en su más amplia diversidad y no desoír las nuevas demandas de este siglo para que Argentina pueda desarrolla­rse, pero con el pueblo incluido, con prioridad de quienes mayor apoyo necesiten. Esa debe ser nuestra brújula.

Nuestro horizonte debe ser una sociedad articulada por el principio rector de una distribuci­ón justa de los recursos: sin pequeños sectores exentos de tributar mientras las mayorías populares sufren por los alimentos, sin privilegia­dos cuyas decisiones especulati­vas puedan decidir sobre el acceso o no a las necesidade­s básicas de nuestras niñas y nuestros niños, sin endeudamie­ntos impagables que postergan el futuro de varias generacion­es de compatriot­as. Un Estado fuertement­e involucrad­o con una propuesta amplia de justicia social es un Estado que puede proponerle a su pueblo la mejor inmunizaci­ón contra la violencia, el odio y la inestabili­dad social. Esa es su función: un horizonte inclusivo para una Argentina emancipada, equitativa y plural.

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