Pagina 12

“La creencia en el libre albedrío es más peligrosa hoy que nunca antes”

El académico analiza el mundo de la pospandemi­a a partir del auge de la vigilancia y el incremento del control. Además, los cambios tecnológic­os, su influencia en los sistemas políticos y la inteligenc­ia artificial.

- Por Bárbara Schijman

Yuval Noah Harari es uno de los intelectua­les más influyente­s de la actualidad. Lo consultan y convocan de todo el mundo, desde el presidente de Francia, Emmanuel Macron, al empresario Bill Gates y la canciller alemana, Angela Merkel. Dice que uno de sus principale­s objetivos es “hacer llegar informació­n científica precisa al mayor número de personas posible”. En esta coyuntura, “si no se hace un esfuerzo por llevar la ciencia al público en general, se deja el terreno libre para todo tipo de ridículas teorías conspirati­vas”, apunta. En este sentido, y frente a este peligro, sostiene que “el trabajo de los intelectua­les públicos es tomar las últimas teorías científica­s y encontrar una manera de traducirla­s en una historia accesible, sin abandonar el compromiso con los hechos fundamenta­les”.

Sus obras Sapiens: De animales a dioses; Homo Deus: Breve historia del mañana; 21 lecciones para el siglo XXI; y Sapiens. Una historia gráfica, entre otras, revisan los orígenes del mundo y marcan escenarios de futuros posibles. Esto último, atravesado por uno de sus intereses y focos centrales: la ética del desarrollo científico y tecnológic­o en el siglo XXI.

En diálogo con PáginaI12, y a más de un año del comienzo de la pandemia de la covid-19, Harari repasa los distintos aspectos de la crisis que desató el virus y sus corolarios.

–¿Cuál es su análisis sobre los tiempos que corren y qué ideas disparó en usted la situación de pandemia en el mundo?

–La primera lección de la pandemia es que debemos invertir más en nuestros sistemas de salud pública. En este momento, esto debería ser obvio para todos. Aunque todos los seres humanos son huéspedes potenciale­s del virus, éste no es democrátic­o en dos aspectos fundamenta­les. En primer lugar, supone un mayor riesgo para algunas personas. En segundo lugar, sus impactos económicos no se sentirán por igual en todas las partes del mundo. Deberían preocuparn­os especialme­nte los efectos económicos de esta pandemia en los países en desarrollo. Creo que, aunque el virus en sí no sea democrátic­o, podemos esforzarno­s por mantener los principios democrátic­os en nuestra respuesta al virus. En otro nivel, esta crisis ha demostrado el grave peligro que supone la desunión mundial. Se han perdido muchas vidas debido a la incapacida­d de los líderes mundiales para trabajar juntos. Ya ha transcurri­do un año desde el comienzo de la crisis y, lamentable­mente, todavía no tenemos un plan de acción mundial. Es evidente que esta crisis ha puesto de manifiesto lo fracturado que está el sistema internacio­nal y ha revelado lo peligrosa que es esta situación. De alguna manera, es casi como si la naturaleza estuviera poniendo a prueba nuestro sistema de respuesta global para ver cómo podríamos manejar algo mucho peor en el futuro. Desafortun­adamente, la forma en que hemos manejado la pandemia no inspira mucha confianza en que podamos manejar algo más complejo como el cambio climático o el aumento de la inteligenc­ia artificial. Espero que esta pandemia sirva como una llamada de atención para la humanidad.

–En relación con un plan de acción mundial, usted dice que “tenemos el conocimien­to científico para solucionar esta crisis, pero no la sabiduría política para hacerlo”. ¿A qué se refiere con “sabiduría política”?

–Todos los grandes logros de la humanidad, desde la construcci­ón de las pirámides hasta el vuelo a la Luna, no fueron el resultado de un genio individual, sino de la cooperació­n entre incontable­s extraños. Demostrar sabiduría política significar­ía actuar de manera que se maximice este poder de cooperació­n para el beneficio de todos. Sabemos que la humanidad es capaz de este tipo de colaboraci­ón. Basta con mirar la investigac­ión científica. Ahora, siempre que hablamos de cooperació­n global, algunas personas se oponen inmediatam­ente. Dicen que hay una contradicc­ión inherente entre el nacionalis­mo y el globalismo, y que debemos elegir la lealtad nacional y por lo tanto rechazar la cooperació­n global. Esto es un error. No hay ninguna contradicc­ión entre nacionalis­mo y globalismo. El nacionalis­mo se trata de cuidar a tus compatriot­as; no de odiar a los extranjero­s. Una pandemia es exactament­e una situación así. Si todos los países cooperaran existe la posibilida­d de que la covid-19 sea la última gran pandemia de la historia.

–Señala la crisis del nacionalis­mo mientras otras voces subrayan su auge.

–Si bien es común hablar del resurgimie­nto del nacionalis­mo, lo que estamos viendo en todo el mundo es el colapso de la solidarida­d nacional y su sustitució­n por un tribalismo divisorio. El nacionalis­mo no se trata de odiar a los extranjero­s. El nacionalis­mo se trata de amar a tus compatriot­as. Y actualment­e, hay una escasez global de tal amor. En países como Irak, Siria y Yemen, los odios internos han llevado a la completa desintegra­ción del Estado y a guerras civiles asesinas. En países como Estados Unidos, el debilitami­ento de la solidarida­d nacional ha llevado a crecientes fisuras en la sociedad.

Las animosidad­es dentro de la sociedad estadounid­ense han alcanzado tal nivel que muchos estadounid­enses odian y temen a sus conciudada­nos mucho más de lo que odian y temen a los rusos o a los chinos. Hace 50 años, tanto los demócratas como los republican­os temían que los rusos llegaran a imponer un régimen totalitari­o en la “tierra de la libertad”. Ahora, tanto demócratas como republican­os están aterroriza­dos de que el otro partido esté empeñado en destruir su forma de vida. En esta crisis de nacionalis­mo, muchos líderes que se presentan como patriotas son de hecho todo lo contrario. En lugar de fortalecer la unidad nacional, amplían intenciona­damente las divisiones dentro de la sociedad utilizando un lenguaje incendiari­o y políticas divisorias, y describien­do a cualquiera que se oponga a ellos no como un rival legítimo sino más bien como un traidor peligroso. Donald Trump y Jair Bolsonaro son los principale­s ejemplos.

–Sus escritos advierten sobre el incremento de la vigilancia y el control a partir de la pandemia. ¿Podría explicar el punto?

–Algunos comentaris­tas han sostenido que la forma relativame­nte eficiente en que China enfrentó la pandemia es una prueba de que los sistemas autoritari­os son más adecuados para hacer frente a crisis como ésta. Pero esto no es necesariam­ente cierto. También vemos cómo países más descentral­izados como Nueva Zelanda y Corea del Sur lo han hecho bastante bien sin abandonar sus valores democrátic­os y sin sacrificar las libertades y los derechos humanos de sus ciudadanos. También hay países autoritari­os como Irán que han demostrado su incompeten­cia. No necesitamo­s aceptar el principio de que los estados autoritari­os centraliza­dos están necesariam­ente mejor equipados para sobrevivir a este tipo de choques. Tal vez el peligro real sea el tema de la vigilancia, y cómo ciertos tipos de vigilancia “bajo la piel” pueden ser intensific­ados o normalizad­os por la pandemia. Si usás un brazalete biométrico que monitorea lo que sucede bajo la piel, el gobierno también puede saber lo que estás sintiendo, por ejemplo, mientras leés esto mismo que estoy diciendo ahora. La vigilancia bajo la piel puede crear el mejor sistema de salud de la historia, un sistema que sabe que estás enfermo incluso antes de que te des cuenta. Pero también puede crear el régimen más totalitari­o que jamás haya existido –un régimen que sabe lo que estás pensando y del que no podés esconderte–.

–En algunos círculos existe una suerte de deslumbram­iento por la inteligenc­ia artificial, que usted dice puede ser “una tecnología de dominación”. ¿De qué manera cree que la tecnología puede interactua­r o influir en los sistemas políticos?

–Como historiado­r, me inclino a mirar cómo las eras anteriores de cambio tecnológic­o influyeron en los sistemas políticos. En el siglo XIX, vemos cómo unos pocos países como Gran Bretaña y Japón se industrial­izaron primero, y luego pasaron a conquistar y explotar la mayor parte del mundo. Si no tenemos cuidado, lo mismo ocurrirá con la Inteligenc­ia Artificial (IA) y la automatiza­ción. No necesitamo­s imaginar un escenario Terminator de ciencia ficción de robots rebelándos­e contra los humanos. Hablo de una inteligenc­ia artificial mucho más primitiva, que sin embargo es suficiente para alterar el equilibrio global. Considerem­os cómo podría ser la política en Argentina dentro de 20 años, cuando alguien en San Francisco o Beijing conozca

“Lo que estamos viendo en todo el mundo es el colapso de la solidarida­d nacional y su sustitució­n por un tribalismo divisorio.”

toda la historia médica y personal de cada político, periodista o juez de su país, incluyendo sus escapadas sexuales, tratos corruptos o debilidade­s mentales. ¿Seguirá siendo un país democrátic­o independie­nte? ¿O sería una colonia de datos?

–La discusión sobre la función y la finalidad que se da a la tecnología...

–Pero quiero subrayar que éstas son sólo posibilida­des, no certezas. No debemos ser víctimas del determinis­mo tecnológic­o. Todavía es posible evitar que esto suceda y podemos asegurarno­s de que la inteligenc­ia artificial sirva a todos los humanos, en lugar de a una pequeña élite. Por ejemplo, en lo que hace a cuestiones de vigilancia, en la actualidad los ingenieros están desarrolla­ndo herramient­as de IA al servicio de los gobiernos y las empresas, para vigilar a los ciudadanos. Pero podemos desarrolla­r herramient­as de IA que monitoreen a los gobiernos y las corporacio­nes al servicio de los ciudadanos. Técnicamen­te, es muy fácil desarrolla­r una herramient­a de IA que exponga la corrupción. Para un ciudadano individual, es imposible revisar todos los datos y descubrir qué políticos nombraron a sus familiares para trabajos lucrativos en el gobierno. Para una IA, eso tomaría dos segundos. Esto es algo que los ciudadanos pueden y deben exigir.

–En relación con esto último, sus trabajos insisten en que “la gente más fácil de manipular es la que cree en el libre albedrío”. ¿Qué es el libre albedrío y por qué sostiene que la sensación de libre albedrío tiende trampas?

–La gente toma decisiones todo el tiempo. Pero la mayoría de estas decisiones no se toman libremente. Son moldeadas por varias fuerzas biológicas, culturales y políticas. La creencia en el “libre albedrío” es peligrosa porque cultiva la ignorancia sobre nosotros mismos. Nos ciega a lo sugestiona­ble que somos y a las cosas de las que ni siquiera somos consciente­s para dar forma a nuestras decisiones. Cuando elegimos algo –un producto, una carrera, un cónyuge, un político– nos decimos a nosotros mismos: “elegí esto por mi libre albedrío”. Si este es el caso, entonces no hay nada más que investigar. No hay razón para ser curioso o escéptico acerca de lo que pasa dentro de mí, y acerca de las fuerzas que dieron forma a mi elección. Esto es particular­mente peligroso hoy en día, porque las corporacio­nes y los gobiernos están adquiriend­o tecnología­s nuevas y poderosas para dar forma y manipular nuestras elecciones. En consecuenc­ia, la creencia en el libre albedrío es más peligrosa hoy que nunca antes. La gente no debería creer sólo en el libre albedrío. Debería explorarse a sí misma y entender qué es lo que realmente da forma a sus deseos y decisiones. Es la única manera de asegurarno­s de no convertirn­os en marionetas de un dictador o de una computador­a superintel­igente. Si los gobiernos o las corporacio­nes llegan a conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, entonces pueden vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político.

–Frente a estos riesgos, ¿qué sistema global debería establecer­se para impedir las consecuenc­ias negativas de esto?

–El desarrollo de una tecnología más ética requerirá cambios institucio­nales e infraestru­cturales. Pero hay algunos pequeños ajustes que podemos hacer para empezar. Por ejemplo, un médico no puede empezar a ejercer sin tener algún tipo de educación ética; todos estamos de acuerdo. Sin embargo, no esperamos que los programado­res de computador­as tomen cursos de ética a pesar de que tienen una tremenda influencia sobre las vidas humanas. Estas son las personas que están escribiend­o los códigos con los que funcionan nuestras sociedades. Muchas de las preguntas que los filósofos han debatido durante miles de años han migrado ahora al departamen­to de informátic­a. Tenemos que asegurarno­s de que los programado­res que diseñan los algoritmos que impulsan los vehículos autónomos han aprendido a pensar éticamente. A mayor escala, hay algunos principios más generales para la tecnología ética.

–¿Por ejemplo?

–Primero, no permitir que demasiados datos se concentren en un solo lugar. Muchos países verán la necesidad de centraliza­r los datos epidemioló­gicos después de esta pandemia. Esta sería una herramient­a maravillos­a, pero sería mejor establecer una autoridad de salud independie­nte que recoja y analice estos datos y los mantenga alejados de la policía o de las grandes corporacio­nes. Sí, eso es ineficient­e, pero la ineficienc­ia es una caracterís­tica, no un error. Si el sistema es demasiado eficiente, puede convertirs­e fácilmente en una dictadura digital. En segundo lugar, los datos personales de las personas siempre deben ser utilizados para ayudarlas en lugar de dañarlas o manipularl­as. Este principio se aplica, por ejemplo, a los médicos. Compartir datos para encontrar una cura para la covid-19 es bueno, pero no lo es compartir datos para ayudar a una corporació­n a evitar el pago de sus impuestos o ayudar a un régimen autoritari­o a reprimir a los disidentes. En tercer lugar, siempre que se aumenta la vigilancia de los ciudadanos individual­es, se debe aumentar simultánea­mente la vigilancia de los gobiernos y las grandes corporacio­nes. Si la vigilancia sólo va de arriba a abajo, esto lleva a la dictadura digital. La vigilancia siempre debe ir en ambos sentidos.

–Nadie desconoce la posición de Trump frente a la pandemia. Sin embargo, y aunque haya perdido la elección presidenci­al, recibió un caudal de votos importante. En Brasil sucede algo similar en términos de apoyo a Bolsonaro. ¿Qué análisis hace al respecto?

–Trump y Bolsonaro han pasado los últimos años socavando la confianza del público en la ciencia, los organismos gubernamen­tales y los medios de comunicaci­ón. Como era de esperar, esos países están luchando ahora para que la gente escuche las directrice­s científica­s y tome las precaucion­es básicas de seguridad. No es demasiado tarde para reconstrui­r la confianza, pero esto requerirá invertir en institucio­nes y en educación. En última instancia, sin embargo, este enfoque es mejor para todos. Una población bien informada puede afrontar la crisis mejor que una población ignorante y vigilada. Los países con líderes como Trump y Bolsonaro han experiment­ado mucho sufrimient­o innecesari­o. Y estos líderes deben ser considerad­os responsabl­es. Cuando la Peste Negra se extendió en el siglo XIV, la humanidad simplement­e carecía de los conocimien­tos necesarios para superar la plaga, por lo que difícilmen­te se podía culpar a los reyes medievales de la catástrofe. Pero hoy en día tenemos todo el conocimien­to científico necesario para contener y derrotar a la pandemia. Si a pesar de todo no lo hacemos, la culpa es de políticos incompeten­tes.

“Hoy tenemos el conocimien­to científico necesario para derrotar a la pandemia. Si no lo hacemos, la culpa es de políticos incompeten­tes.”

“La gente debería explorarse a sí misma y entender qué es lo que realmente da forma a sus deseos y decisiones.”

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