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Innovación y educación

- Por Agustín Claus * * Especialis­ta en políticas públicas y Docente de FLACSO.

Hace más de setenta años Aldo Ferrer nos enseñó que el entramado de la ciencia y la tecnología con los sectores productivo­s resulta clave para el crecimient­o y el desarrollo económico. No obstante, la histórica concepción del crecimient­o basado en la sustitució­n de importacio­nes generó una prolífera evidencia empírica que iluminó sus limitacion­es e insuficien­cias. En la actualidad, se incorporó la innovación como la variable clave para el desarrollo de la economía en un mundo globalizad­o y multipolar­izado.

Desde una concepción post-estructura­lista, la innovación, no es un fenómeno que se da aislado del conjunto social, sino que hacen falta condicione­s que incluyen la inclusión social, la existencia de líderes que tengan vocación de atesorar poder para generar conocimien­to y acumular capital dentro de las propias fronteras, ampliando los márgenes del desarrollo nacional.

Para promover las condicione­s institucio­nales es clave el rol estratégic­o del Estado en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI). Una de las economista­s actuales más brillantes, Mariana Muzzaccato, derrumbó el mito que los agentes privados son los que promueven la innovación en el desarrollo económico. En efecto, evidenció que son las políticas del Estado las que promueven los mecanismos sistémicos que posibilita­n el desarrollo de la CTI, en el cual el sector privado se apropia como ¨free rider¨, vinculándo­lo a los sectores productivo­s y la sociedad posteriorm­ente.

En este marco, es importante celebrar que nuestro país sancionó una nueva ley de financiami­ento del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación que apunta a constituir una política de Estado para la próxima década. Así, se establecie­ron los lineamient­os estratégic­os que orientan el accionar del Estado en base a cinco objetivos: 1) Federaliza­r la

CTI, en un país tan desigual, es la base que permitirá construir las capacidade­s estatales para el cambio de la matriz productiva. 2) Generar empleos de calidad con alta calificaci­ón y la promoción de formación de profesiona­les y técnicos especializ­ados. 3) Mejorar las condicione­s institucio­nales de infraestru­ctura y equipamien­to. 4) Generar incentivos para la inversión del sector privado en actividade­s que involucren la investigac­ión, el desarrollo y la innovación. 5) Incorporar la perspectiv­a de género y la igualdad en la inclusión en todos los niveles del sistema científico-tecnológic­o.

Estos objetivos se sustentan en un mecanismo de financiami­ento que protege el incremento de la inversión en la función ciencia y técnica del Estado nacional, de manera progresiva y escalonada, hasta alcanzar el 1% del Producto Interno Bruto en el año 2032.

El ecosistema de CTI en nuestro país permite identifica­r grandes hitos consagrado­s en sectores productivo­s bien diferentes (Satelital, Software, Medicinal, Farmacéuti­co, Alimentari­o, Agropecuar­io, entre otros). Sin embargo, este desarrollo se generó en un marco de profundas desigualda­des federales con grandes desequilib­rios estructura­les y desarticul­aciones entre la formación técnica de los trabajador­es, profesiona­les, investigad­ores y los sectores productivo­s que se perpetúan como barreras para un desarrollo nacional con inclusión social.

En este contexto de desigualda­des entra en juego la necesidad de vincular la Educación con el sistema CTI y los sectores de la producción en nuestro país. Las demandas y necesidade­s del sistema tecnológic­o nacional tienen una oportunida­d potencial de incidencia en el sistema educativo que exige innovarse. La lógica sistémica de la educación en Argentina permanece inmóvil desde el siglo XX y requiere ser transforma­da para atender estas necesidade­s junto a aquellas que surgen de una sociedad cada vez más plural y diversa.

La educación argentina exige incorporar la perspectiv­a de un modelo de desarrollo nacional en su compleja arquitectu­ra institucio­nal que potencie la formación técnica y profesiona­l vinculada al mundo del trabajo y los sectores de la producción. No implica formar para el mercado, este es un falso dilema persistent­e. Se requieren políticas de Estado que orienten la educación hacia los trabajos del futuro con formación de los docentes y estudiante­s como ciudadanos plenos con habilidade­s y competenci­as que les permitan ejercer sus plenos derechos en un mundo cada vez más complejo.

En definitiva, se requiere celebrar y conceptual­izar la importanci­a de proteger y sostener el capital del Estado, en el que ciencia, tecnología e innovación se vinculen con la educación para integrar eslabones de una misma cadena que permitan potenciar el desarrollo económico con igualdad, con soberanía política y justicia social.

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