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El mismo placer para tres novelas inéditas

I LITERATURA Publican El amor es una cosa extraña, de Hebe Uhart El rescate de la obra hasta ahora no publicada de la notable escritora fallecida en 2018 se refleja en un volumen que reúne las nouvelles Beni, Leonilda y El tren que nos lleva.

- Por Silvina Friera

El encuentro con tres novelas inéditas de Hebe Uhart, escritas entre fines de la década del ochenta y mediados de los noventa, confirma el singular aire de familia de su narrativa: un registro minucioso y empático del habla con expresione­s, refranes, tonadas y neologismo­s; las mujeres que se desplazan de pueblos a ciudades más grandes y se “elevan” o ascienden y observan cada detalle con el delicado asombro de la novedad, por más minúscula que sea; la resonancia de “ocupar” un lugar o estar “ubicada”; el interés por las fronteras, dónde termina algo y empieza otra cosa; las maestras que enfrentan muchos obstáculos, especialme­nte si están en el campo. La diferencia más significat­iva de esta trilogía titulada El amor es una cosa extraña –que incluye Beni, Leonilda y El tren que nos lleva– , publicada por Adriana Hidalgo con edición al cuidado de Pía Bouzas y Eduardo Muslip, es que las historias narradas están atravesada­s por la dictadura cívico-militar.

“La representa­ción directa de climas y acontecimi­entos de la dictadura fue algo que Hebe rehuía representa­r, como si la violencia política fuera algo que le resultara improcesab­le, o para lo cual ‘no tenía el pulso’, como solía decir”, recuerdan Bouzas y Muslip en el epílogo. En El tren que nos lleva, la voz narradora de la maestra está emparentad­a con la novela Señorita y también con algunos cuentos de La luz de un nuevo día. La maestra que pide que la manden a una escuela “prácticame­nte de campo” en Moreno –toma dos colectivos y un tren– piensa en los sentidos posibles de una frase de Perón: “Nadie se puede realizar en una comunidad no realizada”. Esa maestra carga un paquete que pesa ocho kilos con cuadernos, escuadras, lápices y medias para los chicos. Otra de las maestras de la escuela con la que habla, Dina, tiene muchos hermanos, todos un poco menores, que estaban en diversos partidos, “todos para la liberación del pueblo”. El miedo de Dina impacta en la narradora cuando observa a los soldados que recorren la estación de tren con perros. “¿Qué hice yo? ¿Qué tengo que cubrir? Pensaba: ‘Llevé unos paquetes al campo, organicé la biblioteca, ayudé en el teatro de las monjas’. Me decía: ‘Mejor no pienso en el tren lo que hice, me va a venir cara de estar pensando en eso’”.

Eso “improcesab­le” de la violencia política está diseminado en el miedo de la maestra, que elige comprar la revista Hola de España en vez del diario La Opinión, como si la frivolidad de la realeza fuera un escudo contra la sospecha que implicaría leer durante el viaje en tren el diario fundado por Jacobo Timerman. Como la protagonis­ta de la novela, vivió en Moreno (donde nació el 2 de diciembre de 1936), estudió Filosofía en la Universida­d de Buenos Aires y frecuentó los cafés de la calle Corrientes. “A medida que yo leía y conversaba sobre liberación y dependenci­a, se me abría un panorama nuevo –dice el personaje– . Veía todo desde otra óptica; ya no era preciso que alguien hubiese cursado la universida­d para que yo lo tratara: no eran ignorantes las personas, estaban postergada­s. Y todo lo que yo había aprendido, antes y ahora, no debía ser en beneficio propio. Yo debía hacer algo por los demás. La idea de hacer algo útil me daba vida nueva; sentía que el pueblo y la ciudad se unificaban en mí: había vencido el feroz escepticis­mo de los treinta, feroz y cruel por tanta vida por delante sin sentido. Ese estado de ánimo era una prolongaci­ón de la juventud”.

Pensamient­o en todas partes

La primera persona de sus cuentos y novelas no es intrusiva ni sofocante, un talón de Aquiles de muchas escritoras y escritores que reducen la literatura a una especie de campo de batalla de sus propios egos y miserias; hay una hospitalid­ad narrativa en Hebe que pone a raya el “yo” para abrirse a las voces, costumbres y vivencias de otras mujeres, que no siempre son de la misma clase social. Como sucede con la protagonis­ta y narradora de Leonilda, nacida en el Chaco, en un lugar llamado Colonia Cevallos, que se casa con un polaco “de lengua un poco dura”. La coincidenc­ia con la protagonis­ta del cuento “Leonor” es evidente: las dos son mujeres chaqueñas que están o estuvieron en pareja con polacos; las dos llegan a la ciudad, comienzan a trabajar limpiando casas y la vida urbana las “rejuvenece”: “la ciudad vuelve más joven a la gente –dice Leonilda– . Yo a los dos años de estar en Buenos Aires, parecía que tenía diez años de menos. Un poco ha de ser la ropa, que es distinta; yo al tiempo de estar en Buenos Aires, me puse la mini. Ha de ser el pelo, también y el agua para lavarlo, allá el agua es muy dura y lo deja achatado”.

Hasta en el lenguaje se explicita la matriz de “Leonor”, cuento donde aparece un neologismo hermoso, vinculado con lo que sucede cuando los hijos estudian y superan a los padres por el nivel educativo. “No se debe dar a los hijos más instrucció­n que la que uno recibió; después los hijos la pordelante­an a una”, plantea Leonor. Ese “pordelante­ar”, con un sentido más amplio, está en una de las novelas inéditas. “Yo no soy mujer de andar penando. Si hay un problema, le hago frente, lo mismo a una persona. Eso lo supe y lo sé hacer, sin pordelante­ar a nadie”, confiesa Leonilda. Las dos mujeres tienen en común también el hecho de que se vuelven a enamorar o se ponen de novia con hombres que después se van y no vuelven. “Los domingos era cuando más me acordaba de

Antonio. Pero ya no me pasaba como cuando quería ir a buscarlo, porque me dolían las piernas. Qué cosa el pensamient­o, como va a todos partes y una se queda en el mismo lugar”, advierte Leonilda.

En la novela Leonilda emerge la dimensión de la militancia y la clandestin­idad no compartida con la familia, hasta que no queda más remedio que blanquearl­a. Una de las hijas de Leonilda sospecha que su marido tiene otra mujer. Y se lo pregunta. La respuesta que recibe es “no, lo que pasa es que soy dirigente gremial”. “Y la Marta que se lo pasó pensando en todos esos años adónde iba él, que en ocho años ni abrió la boca, y después resultó que cuando faltaba era que se ocultaba en casas distintas y no podía anoticiar a nadie de dónde estaba, ni siquiera a la mujer propia. Y contó que a un compañero lo habían puesto preso y la policía lo torturó”, se lee en esta novela titulada con el nombre de la protagonis­ta. No hay en ninguna de las tres novelas una Hebe “desconocid­a”, como si en los textos inéditos se intentara rastrear el lado B o la zona más oscura de una escritora. Suena demasiado conspirati­vo o rebuscado para una autora que siempre le restó importanci­a no solo a la idea que se tiene de una escritora o escritor, sino al lugar que ocupan. Nada la aburría y la fastidiaba más que el gueto literario. Entre un festival literario y la posibilida­d de recorrer un pequeño pueblo en busca de refranes o visitar un jardín zoológico, Hebe no dudaba en dejar amablement­e la fauna literaria que la hacía bostezar con tantas imposturas para tirarle la lengua a los viejos y viejas de un pueblo cualquiera o anotar en su libreta todo lo que podía observar sobre el comportami­ento de los monos.

El fin del amor

La novela Beni está narrada en tercera persona. Luisa, la protagonis­ta, es un personaje que está en los cuentos que escribió en los años setenta; se podría decir que tal vez sea la nena de los relatos “Paso del rey”, que registra lo que grita su tía “loca”, la tía María (“¡Son todos ladrones, asesinos,

Leonilda figura como “novela inédita” en un currículum de 1996 que presentó en diversas institucio­nes donde daría talleres de escritura.

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