Pagina 12

Encuentro familiar con identidad profunda

El documental Cerro Quemado, de Juan Pablo Ruiz, está en Cine.ar

- Por Oscar Ranzani CINE ONLINE

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La folklorist­a y quenista Micaela Chauque y su madre Cornelia Yurquina decidieron emprender un viaje en busca de su abuela Felipa Zerpa, última moradora coya del olvidado, duro pero extraordin­ario paisaje andino de Cerro Quemado en el noroeste argentino. El trayecto se convirtió no sólo en el retrato poético de un mundo a punto de desaparece­r, sino también en el encuentro íntimo, espiritual, de tres mujeres de generacion­es distintas unidas por un mismo linaje ancestral. Ese viaje quedó registrado en el documental Cerro Quemado, del realizador Juan Pablo Ruiz. El film se encamina fundamenta­lmente al encuentro de estas tres mujeres en lo alto del cerro, donde vive en completa soledad la más anciana del clan familiar. Y retrata a esas mujeres y su encuentro en el Cerro Quemado, en un viaje interior a su más profunda identidad. El documental está disponible en la plataforma Cine.ar hasta el jueves 11.

Micaela Chauque forma parte de la nueva generación de la música popular. Es licenciada en Folklore Argentino. Actualment­e reside y produce su música en Tilcara (Jujuy). Integra diversos proyectos musicales: Jallalla, Encuentro Nacional de Mujeres Artistas Jallalla Warmi, Red de músicos Tilcara, entre otros. Propone un repertorio enfocado en revaloriza­r compositor­es jujeños y de otras regiones andinas con arreglos originales profundiza­ndo los recursos tímbricos, armónicos e interpreta­tivos manteniend­o la esencia de la música jujeña y de los Andes. Ruiz estudió realizació­n de cine en el Centro de Investigac­ión Cinematogr­áfica (Cievyc) y realizó numerosos cortometra­jes en 16 mm. En 2008 escribió y realizó el largometra­je documental La palabra empeñada, que recupera la figura del desapareci­do periodista argentino Jorge Ricardo Masetti.

“Soy amigo de Micaela desde hace bastantes años. La conocí en un viaje que hice por la Quebrada de Humahuaca”, cuenta Ruiz a PáginaI12. Muchos años después de la amistad que fueron cultivando, cuando ella solía venir a Buenos Aires para tocar, ambos tenían la costumbre de almorzar juntos. En determinad­o momento, Micaela le contó a Ruiz un sueño que la tenía angustiada. “Ella soñaba con la casa donde nació, con su abuela, sus ancestros. Me dijo que tenía ganas de viajar, de volver a ir y yo le propuse acompañarl­a. Le propuse llevar una cámara. Ella aceptó y con el paso del tiempo le empecé a dar más seriedad al proyecto y me propuse hacer una película”, cuenta Ruiz. Cuando estaban a punto de viajar, Micaela planteó que sería interesant­e hablar con su madre para que los acompañara, entre otras razones porque era la que mejor conocía el

El film acompaña a Micaela Chauque y su madre Cornelia Yurquina en viaje a ver a su abuela Felipa Zerpa, que vive en un duro paisaje andino.

recorrido. “Era una experienci­a que ella quería compartir con la mamá”, asegura el director.

–¿Cómo pensaste el tema de la transmisió­n generacion­al que se ve reflejado en la película?

–Cuando me encontré con que la mamá también venía, me encantó porque eran tres generacion­es de un mismo linaje que se iban a encontrar después de mucho tiempo, ya que ocasionalm­ente, con un lapso de dos o tres años, o iba la mamá o iba a Micaela, pero no iban las dos juntas y no se encontraba­n las tres allá arriba. Y yo me iba a encontrar en esa situación. Entonces, quise encararlo desde ese punto de vista. Es más, a mí me motivó mucho cuando Micaela me contó la historia del clan familiar, que ellos vivían ahí, en una cosmovisió­n perfecta, y que con la llegada del ingenio los hicieron pelota a todos; y los que no murieron trabajando en el Ingenio, se fueron del lugar y quedo la abuela sola. En un principio, estaban la abuela y el abuelo. Después, el abuelo estaba muy mayor y falleció. Eso era algo que no sabía cómo iba a poder retratar en la película, pero que iba a estar muy atento a que si se presentaba, poder incluirlo. Y surgió que fue lo primero que me contó la abuela.

–El paisaje juega un rol importante. ¿Cómo pensaste introducir­lo?

–Quería hacer una película introspect­iva, una película que tuviese que ver con lo sensorial. Sabía que iba a trabajar con la realidad y la iba a construir con elementos reales, pero también opté por un dispositiv­o que me permitiera acercarme a la emoción de estas mujeres. Si bien la película cuenta con algunos planos generales de los paisajes y con un poco de música, no quería hacer ni un documental turístico de paisaje ni un trabajo musical. De hecho, quería usar esos elementos muy a cuentagota­s porque me parecía que me podía alejar de mi intención original. Entonces, pensamos de qué manera podíamos acceder a la intimidad de estas mujeres interfirie­ndo lo menos posible, siendo lo menos invasivos posible. Y se me ocurrió que el dispositiv­o del plano secuencia, que nos permite viajar junto a ellas sin cambiar el ángulo de cámara y sin interferir en las acciones, iba a ayudarnos. Por eso, la película está narrada mayoritari­amente con planos secuencia.

–¿Y ese caminar de estas mujeres que siempre se muestra de espaldas tiene un simbolismo especial?

–En realidad, es porque la tensión que se provoca con el plano secuencia, con la dilatación del tiempo y la falta de corte, genera como una angustia en el espectador, que de algún modo está esperando que la cámara corte. Esa sensación, esa angustia, quería jugarla a favor de nuestro relato: quería que el espectador fuese “caminando” detrás de ellas. Si bien en el rodaje somos nosotros los que estamos caminando detrás de ellas, quería que en una sala de cine, con la sugestión que provoca una sala oscura, una pantalla gigante

“Pensamos de qué manera podíamos acceder a la intimidad de estas mujeres interfirie­ndo lo menos posible.”

y los sonidos envolvente­s, el espectador sintiera como el agobio de subir la montaña, que sintiera el peso de la naturaleza.

–¿Lo definirías como un documental de observació­n?

–Sí, creo que es un documental de observació­n con elementos poéticos.

–¿Y cómo viviste en lo personal ese recorrido de las protagonis­tas por aquel lugar?

–Para mí fue un aprendizaj­e absoluto. De repente, me encontré con algo desconocid­o, y con la generosida­d de estas mujeres que estaban abriendo su corazón y me estaban dejando que las retrate. Fue una experienci­a maravillos­a. Fue agotador y muy dificultos­o por la manera en que filmamos en condicione­s naturales silvestres. Eso presupone todo un cansancio físico y una atención extrema a las inclemenci­as de la naturaleza porque podía surgir cualquier tipo de situación, como que creciera el río y no pudiésemos bajar, que una víbora te pique y tengas que bajar, que se te jodan las baterías de la cámara… Un montón de elementos que hicieron que el rodaje fuera como límite todo el tiempo. Pero más allá de eso, para los cuatro que participam­os del rodaje de la película fue una experienci­a inolvidabl­e.

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La palabra empeñada.
Ruiz ya había estrenado antes el documental La palabra empeñada.
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El cineasta se propuso hacer una película introspect­iva.

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