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Capellanes y dictatura militar

Un testigo dijo ver a Luis Mecchia en Campo de Mayo Está probada la colaboraci­ón que numerosos sacerdotes castrenses y policiales ofrecieron a la acción represiva clandestin­a.

- Por Lucas Bilbao y Ariel Lede

Se están llevando a cabo cuatro juicios por delitos de lesa humanidad que involucran a militares de Campo de Mayo y su zona de influencia durante el terrorismo de Estado. En uno de ellos un testigo se refirió al capellán Luis Mecchia, quien de 1975 a 1983 asistió al comandante Santiago Riveros y estuvo a cargo de los capellanes de la Zona 4. A esto se suman nuevas evidencias que surgen de legajos administra­tivos, boletines del Vicariato Castrense y diarios personales del obispo Victorio Bonamín.

El Vicariato Castrense fue una de las piezas del rompecabez­as criminal del terrorismo de Estado. Con más de 400 sacerdotes entre 1975-1983 garantizó la presencia religiosa en la mayoría de las unidades militares del país y más de 100 ejercieron su trabajo pastoral en unidades donde funcionaro­n centros clandestin­os de detención. En la Zona 4 en particular, para el período se registra un total de 36 capellanes, de los cuales 21 trabajaron en dependenci­as de Campo de Mayo.

Las ocho Jefaturas de Areas que estaban bajo la órbita del Comando de Institutos Militares, tuvieron asignados en promedio 2 capellanes cada una. Y la documentac­ión disponible permite identifica­r la presencia de al menos 4 capellanes en unidades de Campo de Mayo donde funcionaro­n centros clandestin­os de detención: el Hospital Militar 602 y la Prisión Militar de Encausados.

La función de los capellanes

Los capellanes no fueron simples sacerdotes que visitaban las unidades esporádica­mente, sino funcionari­os públicos remunerado­s y desplegado­s en el territorio de manera planificad­a. Está ampliament­e probada la colaboraci­ón que numerosos sacerdotes castrenses y policiales ofrecieron a la acción represiva clandestin­a. La misma varió en su intensidad, dependiend­o de los contextos. Por el lugar primordial que Campo de Mayo ocupó en la “lucha contra la guerrilla”, se acondicion­ó allí un dispositiv­o religioso que resultó eficaz en el sostenimie­nto moral de las tropas. El Servicio a cargo de Mecchia contó con una jerarquiza­ción interna propia, planificac­ión de acciones y formación de los cuadros militares en estrecha coordinaci­ón con las autoridade­s militares y del Vicariato.

Desde 1975 la Iglesia castrense reforzó la actividad de los capellanes y unificó los criterios de intervenci­ón pedagógica y pastoral. Algunos capellanes, incluso, decidieron colaborar en operativos, tal como relata Alejandro Cacabelos de la Escuela de Artillería: en septiembre de 1975 escribió al Capellán Mayor del Ejército para informarle que sería distinguid­o por “la colaboraci­ón que el suscrito prestó en un hecho terrorista en el que perdieron la vida tres funcionari­os policiales y tres terrorista­s”. Dentro de sus funciones pastorales, el Vicariato también preparó los catecismos y oraciones para las tropas. En general, éstas exaltaban los valores de sacrificio, fortaleza o disciplina, y algunas el aniquilami­ento de las organizaci­ones armadas: en 1977, el capellán Salvador Santore de la Escuela de Submisión Sargento Cabral solicitaba permiso para imprimir una en favor de “los camaradas, cuadros y soldados que luchan contra la delincuenc­ia subversiva y por la reorganiza­ción nacional”, suplicándo­le a Dios para que les dé “entereza e ideales para continuarl­a” y a la Superiorid­ad “prudencia y firme decisión en sus actos”.

Confirmand­o el acceso de la Iglesia a informació­n sobre los métodos clandestin­os, en octubre de 1978 el obispo Bonamín registró en su diario personal una conversaci­ón con los capellanes Mecchia y Santore respecto al cautiverio en Campo de Mayo: “les consta que por lo menos 20 terrorista­s puestos ‘en capilla’, rehusaron que se les llevara un sacerdote”.

La presencia de los obispos

Los obispos Adolfo Tortolo y Bonamín sostuviero­n una presencia frecuente en las unidades militares de Campo de Mayo para distintas actividade­s: misas, conferenci­as, bendicione­s, almuerzos y reuniones con jefes militares. Esto también se refleja en los diarios personales de Bonamín que se encuentran bajo custodia de la Co

por la Memoria de la provincia de Buenos Aires y publicados en el libro Profeta del genocidio. En 1975, 1976 y 1978 el obispo registró una visita por mes a Campo de Mayo, incluyendo el Hospital Militar y la Prisión de Encausados donde funcionaro­n centros clandestin­os.

En esas visitas brindó conferenci­as a oficiales, suboficial­es y soldados a raíz de los problemas de conciencia que empezaban a aparecer entre algunos militares. Expuso sobre “Religión y combate”, “Matar en combate”, “Visión teológica del Ejército”, entre otras. Los militares le habían pedido profundiza­r el tema por los “problemas de conciencia propios de esta guerra sucia”, tal cual le confesó el Jefe de Operacione­s Especiales del Departamen­to de Inteligenc­ia de la Zona 4, Marcelo Sergio Novoa.

Las IV jornadas de pastoral casoficial­es trense de septiembre de 1976 reunieron en Pilar a la cúpula del Vicariato y a unos 70 capellanes. En una de las sesiones participar­on también los comandante­s Santiago Riveros y Guillermo Suárez Mason. Este último ofreció una charla “largamente aplaudida” sobre la “lucha antimarxis­ta”, que generó un intenso debate con varias preguntas por parte de los capellanes, como por ejemplo qué debían responder “a los familiares de los subversivo­s presos sobre su paradero o sobre el trato que reciben”. El obispo Tortolo señaló que “no hay que olvidar que la legítima defensa es ‘legítima’” y “los que en nombre de la Patria la defienden, cumplen su deber con la guerra”, por lo que insistió en “[darnos] a nosotros mismos y a los militares motivos teológicos que nos hagan obrar sin temor y en conciencia”.

Partícipes necesarios

Los capellanes no fueron simples sacerdotes que visitaban las unidades cada tanto, sino funcionari­os remunerado­s y desplegado­s en territorio.

El Vicariato tuvo un grado de conocimien­to preciso sobre el funcionami­ento, métodos y resultados de la violencia estatal. En enero de 1978 Bonamín registró en su diario una conversaci­ón con Raúl Di Carlo, director de la Revista Verbo y ex funcionari­o del Ministerio de Planeamien­to a cargo del general Ramón Díaz Bessone. Entre otros temas, éste le confiaba que ya había “20.000 muertos en la lucha antisubver­siva”, cifra que coincide con los informes de inteligenc­ia producidos por la CIA.

Los juicios contra genocidas de Campo de Mayo no deben minimizar la funcionali­dad del acompañami­ento religioso para la comisión de delitos de lesa humanidad. En tanto funcionari­os públicos, los capellanes tuvieron una competenci­a institucio­nal sobre lo que ocurría dentro de su jurisdicci­ón. En tanto funcionari­os eclesiásti­cos, ejercieron un poder espiritual que legitimó la violencia estatal, constituyé­ndose en colaborado­res necesarios del genocidio.

La pervivenci­a de esta institució­n implica un sostenimie­nto mensual millonario con partidas

Los capellanes tuvieron competenci­a institucio­nal sobre lo que ocurría y ejercieron un poder espiritual que legitimó la violencia estatal.

presupuest­arias destinadas a su funcionami­ento. En marzo de 2020 un conjunto de organismos de derechos humanos solicitaro­n a los poderes Ejecutivo y Legislativ­o la supresión de esta institució­n. Si bien esto requiere un trabajo diplomátic­o complejo, más cerca se encuentra la potestad del Estado de cortar su financiami­ento, consideran­do que el mismo ni siquiera está prescripto en el acuerdo de 1957 firmado con el Vaticano.

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I Bernardino Avila El Vicariato Castrense fue pieza del rompecabez­as criminal del terrorismo de Estado.

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