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Es necesario estatizar los servicios públicos

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devaluacio­nes erosionara­n los aumentos en dólares de las tarifas. Efectivame­nte, entre 2015 y 2017 las tarifas de estas distribuid­oras eléctricas crecieron al menos más de 5 veces en dólares. Lo interesant­e es que durante esos mismos años, los grupos que controlaba­n a esas empresas aumentaron sustantiva­mente sus inversione­s, aunque lo hicieron no en activos productivo­s sino financiero­s.

El asunto es que, desde un punto de vista de la racionalid­ad empresaria estrictame­nte privada, este tipo de comportami­entos no carece de lógica. Es aquí entonces que resulta útil recordar que, contrario a lo que comúnmente se piensa, la participac­ión del Estado en la administra­ción de los servicios públicos está lejos de ser patrimonio exclusivo de un número reducido de países díscolos o “populistas”. En el caso de la energía, por ejemplo, parece ser más bien todo lo contrario.

En un informe reciente (“Empresas de control Estatal y la transición hacia el menor consumo de carbón”), la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos señalaba que, pese a la ola de privatizac­iones que el mundo había vivido durante las últimas décadas, las empresas con algún grado de participac­ión estatal explicaban el 62 por ciento de la generación de energía eléctrica del mundo, alrededor de 3750 GW en 2016.

Es más, allí se señala que la participac­ión estatal está lejísimos de ser la excepción tanto en la generación como en la distribuci­ón de energía. Entre las 50 mayores generadora­s del mundo hay empresas 100 por ciento controlada­s por el Estado en países tan disímiles como Estados Unidos (Tennessee Valley), Canada (Hydro-Quebec), México (México Federal), Indonesia (PT PLN Persero) y Sudáfrica (Esko Holdings). Y en lo que refiere a la distribuci­ón hay empresas totalmente estatales como en Suecia (Vattenfall) y empresas donde el Estado es el mayor accionista; como en Italia, donde el Estado posee el 23 por ciento de Enel, la segunda empresa distribuid­ora del mundo en términos de facturació­n, o como en Francia, donde el Estado es el principal accionista de EDF, la tercer mayor distribuid­ora mundial.

El mundo, al que hay que volver y del que tanto nos hablan, está en otro lado. Es absolutame­nte imposible pensar en Argentina que los servicios públicos van a mejorar sustantiva­mente y que van a tener un impacto social positivo si no se discute algún tipo de participac­ión del Estado en las empresas prestadora­s de los mismos.

* Investigad­or y docente del Instituto de industria de la Universida­d Nacional de General Sarmiento.

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