Pagina 12

Colombia en carne viva

Tras once días de movilizaci­ones y brutalidad policial, con 32 muertos y centenares de desapareci­dos, la protesta crece en ese país

- Por Katalina Vásquez Guzmán Desde Medellín

A once días de movilizaci­ones y brutalidad policial, la juventud colombiana sigue en las calles en marchas, protestas artísticas, vigilias con velas, misas y muchas más expresione­s de una profunda inconformi­dad con el gobierno de turno, el modelo económico y la respuesta abusiva de parte de la Fuerza Pública, infiltrado­s de la policía y escuadrone­s armados sin identifica­r que dejaron a por lo menos 23 personas víctimas de homicidio, la mayoría de ellas manifestan­tes, y un funcionari­o policial. El Paro Nacional que inició el 28 de abril rechazó, en principio, la tercera reforma tributaria del gobierno del presidente Iván Duque que pretende descargar el 75 por ciento de la tributació­n nacional en los hombros de los ciudadanos mientras las empresas asumen solo el 25, todo ello en medio del hastío y la vulneració­n de derechos generada tras meses de pandemia que dejó sin ingresos, empleos, alimentos, vacunas y salvación al grueso de la población colombiana, que suma más de 76 mil muertes por covid-19.

Desde ese miércoles, Colombia avivó la llama de la protesta que había iniciado en noviembre de 2019 y que resultó también en masacre, como ahora, tendiendo en el suelo por la fuerza de las balas del Estado y fuerzas paraestata­les a decenas de jóvenes que, desarmados, se habían unido a los miles que están copando las calles de las ciudades capitales aún cuando saben que la respuesta del gobierno nacional y los gobernante­s locales ha sido, en vez de escuchar sus demandas, poner a tronar sus fusiles, bombas aturdidora­s, revólveres, tanquetas armadas, a la par con incitacion­es a la violencia y el odio de parte de los opositores a la protesta que reclaman por el respeto a la propiedad privada y el no bloqueo de carreteras y transporte de alimentos y otros. También los camioneros, maestros y maestras e indígenas se sumaron al paro, dejando saber su indignació­n por los incumplimi­entos históricos a los acuerdos de movilizaci­ones pasadas, entre ellas las del paro de 2019. También, “por la “descarada respuesta del gobierno ante la protesta actual: nos quieren callar y encerrar a punta de terror”, expresa Liliana Vásquez a este diario desde Cali, donde la sangre corre a borbotones: Una veintena de jóvenes han sido asesinados allí en medio de disparos y persecució­n de la policía y hombres de civil que atacan directamen­te a los manifestan­tes. Hoy, además, escasea allí el alimento, la gasolina, la electricid­ad y la conectivid­ad.

Vazquez, una ama de casa que vio amenazada su subsistenc­ia y la de su familia con el pretendido aumento de impuestos de Iván Duque a los alimentos y otros bienes básicos, no había participad­o antes de manifestac­iones de este tipo. “Decidimos apoyar el paro porque mamados de tanta injusticia y tanta corrupción, y al ver a los muchachos del barrio que no agacharon lo cabeza, eso nos dio fuerza. Nos duele ver cómo los están desaparici­endo, golpeando y asesinando por reclamar sus derechos. Los jóvenes de ahora son unos berracos”, dice con emoción la mujer, desde la capital del Valle del Cauca, hasta donde arribó la Minga Indígena de la vecina provincia de Cauca para unirse al grito por la vida del pueblo colombiano que, en vez de respuestas está recibiendo una represión tan alta que está siendo condenada no solo por organizaci­ones de derechos huumanos locales, sino también por gobernante­s, congresist­as, iglesia, académicos y otros de la comunidad internacio­nal que, como los colombiano­s, exigen garantías para ejercer el derecho a la protesta.

De acuerdo con “Defender la Libertad”, red de organizaci­ones barriales, estudianti­les, feministas, y sociales del país, hasta el 8 de mayo han 216 personas han sido presuntame­nte desapareci­das en el marco del paro nacional en todo Colombia. Además, recogieron 629 denuncias por abusos de autoridad y poder y violencia policial, y reportaron la detención arbitraria de 1291 personas. Los muertos, incluido un menor de edad, ha sido 32 según esta campaña que expresa “su preocupaci­ón y rechazo ante la actuación arbitraria y desproporc­ionada (del Estado) que van en contra de protocolos internacio­nales sobre el accionar de la Fuerza Pública en escenarios de protesta social”.

Esta grave situación ha levantado también manifestac­iones en lugares como Miami, New York, Madrid, Oslo, Uruguay, Buenos Aires, La Paz, entre otras, y abundantes mensajes de rechazo al gobierno de Iván Duque y el líder político de la colectivid­ad de derecha, Álvaro Uribe, a quienes piden su retiro de los cargos que ostentan y acudir a los estrados judiciales por las múltiples evidencias del abuso de poder actual y el prontuario y sendos procesos judiciales que Uribe enfrenta en la justicia colombiana desde año atrás por la supuesta conformaci­ón de grupos paramilita­res y narcotrafi­cantes, y ser el responsabl­e de crímenes de estado que gracias al Acuerdo de Paz hoy se están documento y cono

Esta semana Colombia avivó la llama de la protesta que empezó en noviembre de 2019 y resultó también en masacre, como ahora.

La llama sigue creciendo entre el personal de salud, la clase media e incluso clase alta que está sintiendo los estragos de la pandemia.

Se teme una represión aún más feroz: los lives en redes sociales se hacen cada vez más difíciles por supuestas fallas en los servidores.

El llamado a hacer justicia se multiplica con expresione­s y demandas que esperan ser atendidas en vez de silenciada­s con armas.

ciendo de manera organizada como lo son las 6402 ejecucione­s extrajudic­iales que, según la Jurisdicci­ón Especial de Paz (JEP) creada con el Acuerdo, habrían ocurrido durante el gobierno de Duque.

Estos graves hechos, ampliament­e repudiados por la juventud actual y también conocidos como “falsos positivos”, se han seguido cometiendo a la par con la violencia política que, de acuerdo con los informes semestrale­s del Banco de Datos de Derechos Humanos del Cinep e informació­n del Tribunal Permanente de los Pueblos -no solo con asesinatos sino con hostigamie­ntos, amenazas y persecució­n- busca eliminar a los opositores al modelo económico y político que privilegia el capital, la propiedad privada, el extractivi­smo y la represión a costa del sufrimient­o y violencia contra comunidade­s siempre explotadas y olvidadas como los campesinos, los pueblos afros, los indígenas y las comunidade­s urbanas populares que hoy aportan el grueso de los ciudadanos que, hartos de años de guerra, impunidad, falta de empleo, educación, salud y en medio del hambre y las balas, se aferran a la protesta como forma de hacerse oir y transforma­r estructura­s del país para superar la desigualda­d y lograr respeto y garantía de sus necesidad básicas.

Isaac Buitrago, abogado y activista en Medellín, le contó a

PáginaI12 que, en medio de la histórica vulnerabil­idad de las pobrerías en las ciudades y años de conflicto, coca y desplazami­ento en los campos, las movilizaci­ones en capitales siguen aumentando. La llama sigue creciendo entre diversos sectores como personal de la salud, clase media e incluso clase alta que está sintiendo los estragos de la pandemia y el olvido del gobierno que ha dejado a la mayoría a su suerte con un lento avance en la vacunación mientras a los bancos les otorgó multimillo­narios subsidios.

“Nos quieren desolados, ajenos a nosotros mismos y no lo lograrán, su muerte no triunfará, no pasarán”, señaló el influencer “Aquinotici­as” en sus redes sociales donde youtubers e instagrame­rs como “La Liendra” y otros han influencia­do a la indignació­n a sectores que antes no tenían interés en la vida política, como los más jóvenes o la clase media. Y aunque los medios comerciale­s se enfocan en mostrar como protagonis­tas a quienes cometen desmanes y son tildados de vándalos, la informació­n en vivo circula como pan caliente logrando desmentir las versiones oficiales que intentan mostrar la enorme e histórica movilizaci­ón actual como una situación donde el orden público se salió de control, sin dar espacio a las demandas sociales y posturas políticas de los jóvenes y las organizaci­ones que participan del Paro Nacional que crece sin asomo de final aún.

“Quiero ser parte de una nueva historia”, explica Esteban Agudelo, joven artista y empresario de la capital antioqueña, para quien el país ha sido muy mal administra­do llevando al hastío a las generacion­es más jóvenes que no ven futuro en el sistema actual “pero que tenemos mas informació­n” y por eso han decidido, explica, dignificar al pueblo mostrando su inconformi­dad y exigiendo el desmonte de la brutal policía antidistur­bios (Esmad) de la Policía que en cada movilizaci­ón en el país termina con la vida de jóvenes manifestan­tes, o les deja con graves heridas. La policía civil habitual y gran número de infiltrado­s vestidos de civil han sido descubiert­os en las protestas y los videos de celular que prueban que están usando a estos hombres para vandalizar propiedade­s públicas y privadas como el Metro de Medellín y el Hotel Luna de Cali son abundantes.

Pero no solo uniformado­s están disparando y acabando con los chicos. A Lucas, estudiante de la Universida­d Tecnológic­a de Pereira, desconocid­os le dieron ocho tiros desde un carro mientras protestaba en la ciudad de Pereira después de participar con baile y arte en la marcha que comenzó a la par en diversas capitales como decenas de miles de personas participan­do. El profesor de yoga está hoy entre la vida y la muerte. Nicolás, grafitero asesinado en Cali, y decenas de nombres son honrados desde el primer día del Paro Nacional más reciente. Entre tanto, se busca a centenares de personas que salieron a marchar y no volvieron. Uno de ellos fue encontrado sin vida en el río Cauca, tras protestar en Cali. Ante las masivas desaparici­ones, organizaci­ones de la sociedad civil como la Corporació­n Colombiana de Juristas, la Corporació­n Yira Castro y otros están pidiendo una intervenci­ón internacio­nal urgente. Por su parte, el Centro de Investigac­ión y Educación Popular de la Compañía de Jesús en Colombia ha señalado que: el gobierno quiere justificar la represión generaliza­da y la militariza­ción de las capitales y municipios intermedio­s aludiendo a la existencia de acciones calificada­s como “vandálicas” o “terrorista­s”, tales como el incendio de vehículos, saqueos al comercio y ataques no justificad­os contra la Policía. Sin embargo, las agresiones de la Fuerza Pública no solo se aplican contra los presuntos autores de estos hechos, sino contra quienes protestan pacíficame­nte. Y que, adicional a ello, persisten dudas sobre la procedenci­a de las armas y la financiaci­ón de este tipo de agrupacion­es que infiltran las protestas.

Entre tanto, las ciudades han sido militariza­das. Y los alcaldes y mandatario­s locales empiezan a tomar partido. Claudia López en Bogotá rechazó la presencia del Ejército, mientras en Medellín los despachos de Juventud y No Violencia se suman a recibir denuncias y apoyar la búsqueda de desapareci­dos. Ahora se teme una represión aún más feroz en medio de horas en las que los lives en redes sociales se hacen cada vez más difíciles por supuestas fallas en los servidores, y en jornadas de protesta donde se corta la electricid­ad, incluso en las noches: momentos de horror cuando, al finalizar las marchas, los policías motorizado­s y particular­es armados persiguen a los manifestan­tes a disparos y se los llevan en carros, patrullas y camiones.

Así las cosas, cada día se citan más y más vecinos en sus canchas, sedes sociales o balcones de sus casas para el cacerolazo cotidiano, y más y más colombiano­s en el país y el mundo se indignan por la sangre derramada ante las justas reinvindic­aciones de la ciudadanía que se moviliza en las calles y la virtualida­d. El llamado a la justicia, el rechazo a la derecha y sus crímenes históricos y a las reformas del gobierno actual, así como el hastío ante la escasez de oportunida­des y la estigmatiz­ación se multiplica­n con expresione­s y demandas que esperan ser atendidas en vez de silenciada­s con las armas.

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AFP Un manifestan­te colgado de un cable y miles más marchando en contra de Duque en Medellín.

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