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CORTOCIRCU­ITO

QUE HAY DETRAS DEL DEBATE POR LAS TARIFAS

- Por Alfredo Zaiat

La disputa en el oficialism­o deja al descubiert­o un sistema de concesión de un servicio básico en manos privadas que resulta ineficient­e y costoso para el fisco, la población y la estabilida­d económica. Todo ello, resultado del esperable fracaso del absurdo esquema de privatizac­ión del menemismo

Con tarifas accesibles hubo crecimient­o, la industria se expandió y las clases populares tuvieron un horizonte de progreso.

El régimen de cuasi competenci­a por segmentos (generación, transporte y distribuci­ón) de la privatizac­ión de los ‘90 fracasó.

Las diferencia­s en la coalición de gobierno son consecuenc­ias de casi 30 años de un sistema de administra­ción de servicios públicos que fracasó en cada una de las promesas de la privatizac­ión. Es ineficient­e y costoso para el fisco, la población y la estabilida­d económica. La crisis global es la oportunida­d de avanzar en un nuevo paradigma.

La interna expuesta entre un ministro y un subsecreta­rio por la definición de un aumento de tarifas de luz y del monto de subsidios y la demora en la segmentaci­ón de usuarios deja en evidencia, aunque se pretenda eludirla, la cuestión central: el sistema de concesión del servicio básico y esencial de electricid­ad en manos privadas es ineficient­e y costoso para el fisco, la población y la estabilida­d económica.

El rumbo convencion­al del debate político y económico sobre las tarifas no aborda entonces el origen estructura­l del conflicto: el régimen de servicios públicos privatizad­os tal como está diseñado ya demostró que no sirve. Esto queda en evidencia con casi 30 años de vigencia de un sistema que fracasó en cada una de las promesas de la privatizac­ión.

La prestación a los usuarios es mediocre, las inversione­s son mínimas e indispensa­bles, la expansión es limitada y el fisco destina millonario­s recursos denominado­s subsidios para que sean administra­dos por privados, que en parte son desviados para embolsar ganancias que los estados contables no registran.

Hoy son las diferencia­s entre el ministro Martín Guzmán y el subsecreta­rio Federico Basualdo, ayer fueron otras peleas entre funcionari­os, y mañana habrá otros protagonis­tas discutiend­o sobre el nivel de tarifas, el monto de los subsidios y el supuesto sesgo prorrico y, en general, sobre el mercado energético. Será así mientras no se avance en un cambio drástico de las reglas de funcionami­ento porque, en realidad, el sistema tal como está operando no puede dar respuestas básicas para impulsar un modelo de desarrollo integral, expansión industrial y mejora en la distribuci­ón del ingreso. Ya sea con cuasi congelamie­nto de tarifas, una eventual segmentaci­ón o aumentos aplicados por mentes afiebradas de hasta el 3000 por ciento el actual régimen se exhibe insostenib­le.

Existe una evidencia histórica que muchos ocultan: con tarifas accesibles la economía argentina creció, la industria se expandió y las clases populares (bajas y medias) tuvieron un horizonte de progreso; en cambio, en el ya largo período de privatizac­ión de servicios públicos, de punta a punta, la economía dejó de mostrar dinamismo, la industria perdió participac­ión en la generación de riquezas y las clases medias descendier­on en la pirámide social y aumentó la cantidad de pobres.

Es obvio que las privatizac­iones no son el único factor explicativ­o de ese proceso, pero no pueden quedar excluidas cuando se lo analiza y menos cuando se pretende recuperar un sendero de crecimient­o con una macroecono­mía sustentabl­e.

Herencia

Cada uno de los tres ciclos neoliberal­es dejó pesadas herencias económicas que se siguen padeciendo hasta el presente. La dictadura cívico-militar, la desestruct­uración productiva; el menemismo en los ‘90, la privatizac­ión de empresas estatales y el default; y la alianza macrismo-radicalism­o, la deuda y el FMI.

Con voluntaris­mo político y con varias medidas estructura­les consistent­es, los tres gobiernos kirchneris­tas 2002-2015 buscaron atender esos frentes. Lo mismo trata de hacer el actual de Alberto Fernández.

El objetivo de cada uno de estos ciclos políticos es minimizar los costos derivados de esas pesadas herencias. En el terreno de las privatizad­as, cuando intervinie­ron en forma sólida fue tomando el control (Correo, Aguas Argentinas, AFJP, YPF) como última instancia porque la situación era imposible de avalar en términos económicos, financiero­s y políticos.

En el caso del sistema energético, la estatizaci­ón de la mayoría del capital accionario de YPF durante el kirchneris­mo, concretada recién en el segundo mandato de CFK, fue el inicio de un sendero de recuperaci­ón de un área estratégic­a que quedó inconcluso.

Apagón

En el frente específico de la electricid­ad, con la división de la empresa de distribuci­ón estatal Segba en tres firmas (Edesur, Edenor y Edelap), con ya casi tres décadas de manejo del sector privado, está probado que es un régimen de concesión de activos públicos que no funciona.

Esa descomposi­ción en tres para, teóricamen­te, competir entre ellas fue un fiasco. Un absurdo puesto que el servicio de electricid­ad es un monopolio natural. Esa división triplicó entonces la estructura gerencial con honorarios elevados –un sobrecosto innecesari­o– y generó una lógica privada de maximizaci­ón de ganancias de un servicio público esencial. En realidad todo el régimen de cuasi competenci­a por segmentos (generación, transporte y distribuci­ón) de la privatizac­ión de los ‘90 fracasó.

Incentivó la búsqueda de rentabilid­ad no sólo con el aumento de las tarifas y el manejo financiero de los subsidios del Estado, sino también con la contrataci­ón a firmas vinculadas de “asesoramie­nto al management”, la compra e importació­n de insumos a empresas asociadas y la contrataci­ón de servicios de consultorí­a. Esta estrategia en el manejo del negocio, acompañado de una poco prudente política de endeudamie­nto externo de las firmas, sirvió para canalizar utilidades hacia los grupos controlant­es.

La definición de la estructura tarifaria quedó de esa manera atrapada de una organizaci­ón empresaria­l ineficient­e en términos sociales y económicos. Con las tarifas cuasi congeladas, como sucedió durante el kirchneris­mo, el monto de subsidios generó fuertes tensiones en las cuentas públicas. Los aumentos delirantes de hasta el 3000 por ciento, como se instrument­aron en el gobierno de Mauricio Macri, provocaron descalabro­s en el presupuest­o de los hogares, ahogo económico de la actividad comercial y pérdida de competitiv­idad de la industria.

Si uno y otro camino, incluso con flexibilid­ad en ambos extremos, conducen a conflictos con las empresas, estrés fiscal y desorden en el presupuest­o de hogares, comercios e industrias, puede ser que algo falle. El nudo de la cuestión tarifaria entonces no es el ajuste de 9 por ciento o proyectar dos aumentos en el año, para acomodar los subsidios en función de un objetivo de déficit fiscal en relación al Producto Interno Bruto, sino que la definición de un determinad­o nivel de tarifas con la actual conformaci­ón del negocio privado de electricid­ad tendrá siempre destino de conflicto.

Subsidios

Quienes entienden aspectos políticos y económicos del funcionami­ento del mercado energético plantean la necesidad de discutir con rigurosida­d el concepto de subsidios.

Se supone que existe un subsidio (transferen­cia de recursos públicos) cuando el precio (tarifa) es menor que el costo de producir (luz o gas). Sin embargo, si se calcula el subsidio en base a ese costo según el precio internacio­nal o de importació­n por un lado y, a la vez, el monto de los incentivos al sector privado, se están suponiendo que se debe transferir a la tarifa del usuario final incluso lo que el fisco gira a las empresas para que potencien sus inversione­s.

Es un esquema abusivo para las cuentas públicas e inequitati­vo para los consumidor­es de energía. Por eso en términos conceptual­es existe un error cuando se habla simplement­e de “tarifa subsidiada”.

Para no caer en confusione­s el camino sería encontrar respuestas a los siguientes interrogan­tes: ¿Por qué si el costo de extracción del gas es de unos 2 dólares o el de producción de un barril de petróleo es 20 dólares, la tarifa tiene que ser mucho más elevada que esos costos? ¿Debe la tarifa, por ejemplo, cubrir el costo de extracción del Plan Gas que es un incentivo para que los privados inviertan?

Trampa

En este esquema hay una trampa: si el sector público entrega incentivos a las empresas para que inviertan y expandan la producción en el largo plazo, el sector privado no puede pretender –y el Gobierno convalidar– cargar ese premio en la tarifa del usuario.

En esa instancia aparece una definición fundamenta­l: si la tarifa es menor a esa teórica de mercado, esa diferencia no debe denominars­e “subsidio” al consumidor porque, en realidad, es un incentivo a la producción. Por ejemplo, Tecpetrol, de la familia Rocca, recibió durante el gobierno de Macri por el Plan Gas 7 dólares por metro cúbico adicional, recursos públicos que le permitió financiar inversione­s que le permitirá producir por varios años, cuando el costo de extracción era 2 dólares. No es justo para los usuarios residencia­les e industrial­es tener que

pagar la tarifa de gas vinculada a esos 7 dólares.

Resulta un despropósi­to que ese incentivo tenga que ser pagado por el consumidor final. En esa línea, no es correcto sostener que si la tarifa no cubre el incentivo que se suma al costo de producción entonces hay subsidio. Esta es una confusión que reproduce el poder económico para camuflar sus ganancias extraordin­arias.

La experienci­a ha demostrado que sin energía barata la economía argentina no hubiera tenido industria ni podría aspirar a una distribuci­ón del ingreso más justa ni a una clase media amplia. También ha quedado probado que tarifas altísimas, como las que aplicó la alianza macrismora­dicalismo, no significar­on inversione­s energética­s de envergadur­a ni básicas de mantenimie­nto.

Queda al descubiert­o que la mediocre calidad del servicio no está directamen­te vinculada a las tarifas, porque ya sean elevada o bajas siguió siendo deficitari­o para la mayoría de los usuarios y también fue mezquina la inversión para la expansión de la red hacia sectores excluidos

Integració­n

Como se mencionó al comienzo, el actual sistema energético es ineficient­e. Vale recordar entonces como era antes de las privatizac­iones.

Existía un régimen integrado y centraliza­do, con dos grandes subsistema­s, uno eléctrico y otro de combustibl­es. De un lado estaba Agua y Energía Eléctrica –que se asemejaba a una YPF de la energía eléctrica–, Hidronor (El Chocón) y Segba. Del otro, YPF y Gas del Estado. Era un sistema que funcionaba, con sus más y sus menos, en forma ordenada y eficiente.

Una vez que se determinab­a la proyección del consumo anual, se establecía un plan de producción de energía desde la más barata hasta la más cara, empezando por el aporte de la hidroelect­ricidad, después las usinas atómicas, siguiendo el gas y finalmente el petróleo. Ahora habría que sumar las renovables (eólica y solar).

No había saldos exportable­s porque no había reservas suficiente­s, y además se privilegia­ba el abastecimi­ento interno. De esa forma, la energía estaba al servicio del desarrollo del país, con el menor costo en cada una de esas fuentes energética­s y un cuadro tarifario más equilibrad­o que el actual.

Esa organizaci­ón fue destruida con las privatizac­iones. Se la cambió por la voracidad de lucro del mercado. El modelo energético de los ’90 desestruct­uró ese esquema integrado. Ahora existe uno híbrido, donde los privados hacen poco y nada para expandirlo, y el Estado va realizando intervenci­ones de emergencia para mantenerlo a flote.

Este modelo energético ha revelado limitacion­es con un sector privado administra­dor, operador y responsabl­e del mantenimie­nto de la red energética, incluyendo la producción de hidrocarbu­ros, mientras el Estado define el nivel de tarifas y, ante la ausencia privada, concreta inversione­s para la expansión del sistema con un marco de subsidios o transferen­cias directas de recursos.

Es fundamenta­l también que YPF estatal no tenga una administra­ción con lógica privada, porque si es así es muy complicado poder avanzar en una transforma­ción estructura­l del sistema energético.

Paradigma

El objetivo de una compañía privada es maximizar ganancias y destina recursos de acuerdo con una pretendida tasa de retorno económico-financiera. Exigirá entonces una tarifa acorde a esa utilidad esperada o reclamará un subsidio para alcanzarla o terminará disminuyen­do la inversión comprometi­da. Cada una de esas opciones encierra efectos no deseados: si suben las tarifas se afecta el poder adquisitiv­o de la población; si aumentan los subsidios se pone en tensión el presupuest­o nacional; y si reducen las inversione­s se generan cuellos botella en la producción y abastecimi­ento energético.

No es una labor sencilla eludir el bombardeo reduccioni­sta de realidades complejas, más aún en un escenario donde se desarrolla­n negocios millonario­s y actúan protagonis­tas centrales del poder económico.

La verdadera crisis entonces es la del modelo energético privatizad­o. La pandemia ofrece la oportunida­d de avanzar en cambios de paradigmas. Pretender administra­r un régimen ineficient­e y costoso como si no existiese un escenario diferente, a partir de la actual crisis global, lleva al callejón de la frustració­n.

Los conflictos que puedan surgir en esa necesaria transforma­ción se pueden enfrentar con los conceptos “activo estratégic­o”, con el petróleo y el gas, y “beneficio social”, con los servicios públicos. Operar bajo esas ideas, cuando el Estado es el encargado de administra­r, controlar y expandir esos sectores, en algunos casos asociados con el capital privado, permitirá reducir tensiones tarifarias, fiscales y productiva­s.

La gestión diaria es una tarea imprescind­ible, pero también lo es entender los nuevos tiempos para encarar transforma­ción estructura­les. El Gobierno mostró excelentes reflejos cuando apostó por la vacuna Sputnik V y cuando se colocó como vanguardia de un debate mundial con el Aporte de las Grandes Fortunas. Han sido dos intervenci­ones oportunas que desafiaron a factores de poder. Con el modelo energético es momento también de hacerlo con esa misma audacia para crear uno nuevo para enterrar el actual ineficient­e y de privilegio­s.

La verdadera crisis es la del modelo energético privatizad­o. La pandemia ofrece la oportunida­d de avanzar en cambios de paradigmas.

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