Biden recicla Roosevelt
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La reorientación macroeconómica de la Administración Biden originó un sinnúmero de elucubraciones acerca de cuán lejos llegaría el mandatario estadounidense en este nuevo rumbo. Una lectura cuidadosa de su discurso, pronunciado ante ambas cámaras del Congreso al cumplir 100 días de su mandato, permite vislumbrar una primera respuesta.
Biden dijo que sus palabras tenían que interpretarse en el marco de una triple crisis: “la peor pandemia del siglo, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y el peor ataque a la democracia desde la Guerra Civil.” Enfrentar estas amenazas no era algo que podía hacerse con las políticas habituales sino que requerían creatividad y renovados esfuerzos. De su discurso se desprende que es más fácil combatir a la pandemia, más difícil atacar a la crisis económica y más aún restañar las heridas sufridas por la democracia estadounidense que, a juicio de muchos observadores dentro de ese país, se ha degradado al rango de una voraz plutocracia.
New Deal consultores económicos que siguen propalando las falacias del neoliberalismo en muchos medios de la Argentina, eran archisabidas en los ambientes académicos y políticos de izquierda en Estados Unidos, pero casi por completo desconocidas por el gran público e, inclusive, los miembros del Congreso. Por ejemplo, que el diferencial existente entre el ingreso del CEO de algunas empresas y el trabajador promedio es de 320 a 1, siendo que en el pasado era de un ya intolerable 100 a 1, ecuación incompatible con el “sueño americano”. Por lo tanto la triplicación de ese hiato debe ser corregido por las políticas públicas. Los billonarios se han enriquecido aún más con la pandemia, y han utilizado todos los mecanismos a su alcance para evadir el pago de impuestos, que recaen sobre las capas medias y los trabajadores, una afirmación que viene como anillo al dedo para describir la situación en la Argentina. De ahí su propuesta de establecer un impuesto de 39.6 por ciento a quienes registren ingresos superiores a los 400.000 dólares anuales. Es inadmisible, dijo, que 55 de las mayores corporaciones del país no hayan pagado un centavo de impuestos federales pese a que obtuvieron ganancias superiores a los 40.000 millones de dólares. Las resonancias rooseveltianas de su discurso se acrecentaron cuando aseguró, contrariando un credo muy difundido, que “Wall Street no construyó este país. Las clases medias lo hicieron. Y fueron los sindicatos quienes crearon a las clases medias.” A renglón seguido requirió del Congreso la pronta aprobación de una legislación que respalde el derecho a organizar sindicatos, mismo que había sido severamente recortado por Reagan. Walmart y Amazon, para mencionar los dos casos más conocidos, han sido los abanderados de la lucha anti-sindical en tiempos recientes y librarán duras batallas contra las propuestas de Biden.
¿Cómo interpretar este giro tan significativo en el discurso y en las propuestas legislativas planteadas por Biden? ¿Se ha convertido al nacional-populismo, al socialismo? Nada de eso. Es la respuesta defensiva ante la inédita profundidad de la crisis del capitalismo estadounidense y el rotundo fracaso de las políticas ortodoxas impulsadas por el FMI y el Banco Mundial para enfrentarla. Y ante el fiasco producido por la reducción de impuestos a los ricos de Trump que, previsiblemente, no surtió el efecto deseado. Pero más que de Biden la reacción viene de las alturas del aparato estatal que, en la tradición marxista, en ocasiones críticas juega el papel del “capitalista colectivo ideal”. Es decir, un sujeto que se eleva por encima de los mezquinos intereses corporativos o sectoriales y apela a estrategias que protegan a la clase capitalista en su conjunto y al capital como sistema económico, amenazados, por la competencia de China y la belicosidad de Rusia. De la primera, a causa de su arrollador dinamismo económico y sus grandes avances tecnológicos; de Rusia por su maligno ingerencismo en la política norteamericana. Y al hablar de los cambios tecnológicos (con implicaciones en la defensa tanto como en la vida cotidiana) Biden afirmó que Estados Unidos está quedando rezagado en esa crucial carrera con las “autocracias” de China y Rusia, que desafían el liderazgo que Estados Unidos debe ejercer en el mundo aunque nadie puede decir quién, cómo y cuándo le confió tan elevada misión. De ahí la radicalidad de los cambios propuestos. @
El ritmo al que Estados Unidos venía desplegando su campaña de vacunación decreció en las últimas semanas. Si a mediados de abril se daban unas tres millones de dosis diarias en promedio, ese número ahora está por debajo de las dos millones. Ahora, el desafío para el gobierno de Joseph Biden, que centraliza la iniciativa, no está tanto en la logística o la distribución sino en las acciones para convencer a los menos entusiasmados con la idea del pinchazo.
Hasta este sábado, el 57 por ciento de las personas mayores de 18 años ya había recibido al menos una dosis de la vacuna contra la covid-19. El martes pasado, el presidente estadounidense anunció su nuevo objetivo: que ese número llegue al 70 por ciento el 4 de julio, día de la independencia estadounidense. Ya lo había prometido a fines de marzo, cuando alentó a la gente a vacunarse para que el principal festejo del verano del país norteamericano vuelva a contar con reuniones familiares y barbacoas.
Pero a esta altura, cuando faltan menos de dos meses para esa fecha límite, el ritmo de la campaña de vacunación cayó un 43 por ciento en la última quincena, según números de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades que monitorea el New York Times.
Estados Unidos actualmente distribuye tres vacunas: PfizerBioNTech, Moderna y Johnson & Johnson. Produce dosis de AstraZeneca que no usa, porque la Administración de Medicamentos y Alimentos todavía no la aprobó en el país. No parece que vaya a necesitarlas: se dio el lujo de parar la vacunación con Johnson & Johnson por una semana y la sustituyó con dosis de las otras dos empresas.
Los problemas de logística también parecen haber quedado atrás. La campaña pasó de ser únicamente a través de turnos que se conseguían por teléfono e internet a distribuirse en farmacias que permiten que cualquiera entre a pedir su dosis sin cita previa. El país quiere llegar a vacunar a más del 70 por ciento de su gente y alcanzar la inmunidad de rebaño, pero el objetivo está lejos.
A nivel nacional, Estados
Unidos ya vacunó al 46 por ciento de su población total. Hay estados que superan incluso esa marca. Vermont y Massachusetts, en el noreste, ya vacunaron al 60 por ciento de sus habitantes. Nueva York, a la mitad y ya se ilusiona con un turismo de vacunas que le permita reactivar la vida en Manhattan. Pero ese no es el panorama en todo el país.
Como ocurre con muchos temas que dividen a la sociedad estadounidense, el mapa de estados que manejan cifras alentadoras en la vacunación y el de los que están por debajo del promedio nacional se superpone casi a la perfección con el de distritos demócratas y republicanos, respectivamente. En el sur, en estados como Alabama, Louisiana o Mississippi, la cantidad de personas vacunadas no supera el 35 por ciento. Son estados que han tenido pocas restricciones también a lo largo de la pandemia. Texas, con solo un 40 por ciento de la población vacunada, decidió reabrir al 100 por ciento.
No debería ser una sorpresa. Una encuesta reciente de la Fundación Kaiser Family encontró que, entre todos los grupos demográficos, los republicanos y los blancos cristianos evangélicos son los que menos dispuestos están a darse la vacuna. Casi el
Miami Beach, en Florida, se prepara para dar descuentos en bares a quienes muestren que recibieron sus dosis de vacunas de coronavirus.
30 por ciento de esos grupos sostuvo que “definitivamente no” lo hará. Eso sí, uno de cada cinco republicanos dijo que era más probable que se la dé si el expresidente Donald Trump le pide que lo haga.
Entre las razones esgrimidas para rechazar la vacuna, la más común entre los encuestados fue que las vacunas son demasiado nuevas y que no hay demasiada información sobre sus efectos a largo plazo. Sin embargo, informarles a esas personas que la ciencia lleva años trabajando en la tecnología que utilizan las vacunas casi no provoca ningún cambio en sus ideas. Solo el seis por ciento de ese grupo dijo que el argumento lo hacía más abierto a la idea de la vacuna.
Algunos de los “no” rotundos de la encuesta, no obstante, aceptarían la vacuna si estar inmunizado se transformara en un requisito obligatorio. Pero la posibilidad de la aparición de “pasaportes de vacunación” también es rechazada. El gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, ya firmó un decreto para prohibir la emisión de estos