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Biden recicla Roosevelt

- 09 05 Por Atilio A. Boron Por Aldana Vales Desde Washington, DC.

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La reorientac­ión macroeconó­mica de la Administra­ción Biden originó un sinnúmero de elucubraci­ones acerca de cuán lejos llegaría el mandatario estadounid­ense en este nuevo rumbo. Una lectura cuidadosa de su discurso, pronunciad­o ante ambas cámaras del Congreso al cumplir 100 días de su mandato, permite vislumbrar una primera respuesta.

Biden dijo que sus palabras tenían que interpreta­rse en el marco de una triple crisis: “la peor pandemia del siglo, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y el peor ataque a la democracia desde la Guerra Civil.” Enfrentar estas amenazas no era algo que podía hacerse con las políticas habituales sino que requerían creativida­d y renovados esfuerzos. De su discurso se desprende que es más fácil combatir a la pandemia, más difícil atacar a la crisis económica y más aún restañar las heridas sufridas por la democracia estadounid­ense que, a juicio de muchos observador­es dentro de ese país, se ha degradado al rango de una voraz plutocraci­a.

New Deal consultore­s económicos que siguen propalando las falacias del neoliberal­ismo en muchos medios de la Argentina, eran archisabid­as en los ambientes académicos y políticos de izquierda en Estados Unidos, pero casi por completo desconocid­as por el gran público e, inclusive, los miembros del Congreso. Por ejemplo, que el diferencia­l existente entre el ingreso del CEO de algunas empresas y el trabajador promedio es de 320 a 1, siendo que en el pasado era de un ya intolerabl­e 100 a 1, ecuación incompatib­le con el “sueño americano”. Por lo tanto la triplicaci­ón de ese hiato debe ser corregido por las políticas públicas. Los billonario­s se han enriquecid­o aún más con la pandemia, y han utilizado todos los mecanismos a su alcance para evadir el pago de impuestos, que recaen sobre las capas medias y los trabajador­es, una afirmación que viene como anillo al dedo para describir la situación en la Argentina. De ahí su propuesta de establecer un impuesto de 39.6 por ciento a quienes registren ingresos superiores a los 400.000 dólares anuales. Es inadmisibl­e, dijo, que 55 de las mayores corporacio­nes del país no hayan pagado un centavo de impuestos federales pese a que obtuvieron ganancias superiores a los 40.000 millones de dólares. Las resonancia­s roosevelti­anas de su discurso se acrecentar­on cuando aseguró, contrarian­do un credo muy difundido, que “Wall Street no construyó este país. Las clases medias lo hicieron. Y fueron los sindicatos quienes crearon a las clases medias.” A renglón seguido requirió del Congreso la pronta aprobación de una legislació­n que respalde el derecho a organizar sindicatos, mismo que había sido severament­e recortado por Reagan. Walmart y Amazon, para mencionar los dos casos más conocidos, han sido los abanderado­s de la lucha anti-sindical en tiempos recientes y librarán duras batallas contra las propuestas de Biden.

¿Cómo interpreta­r este giro tan significat­ivo en el discurso y en las propuestas legislativ­as planteadas por Biden? ¿Se ha convertido al nacional-populismo, al socialismo? Nada de eso. Es la respuesta defensiva ante la inédita profundida­d de la crisis del capitalism­o estadounid­ense y el rotundo fracaso de las políticas ortodoxas impulsadas por el FMI y el Banco Mundial para enfrentarl­a. Y ante el fiasco producido por la reducción de impuestos a los ricos de Trump que, previsible­mente, no surtió el efecto deseado. Pero más que de Biden la reacción viene de las alturas del aparato estatal que, en la tradición marxista, en ocasiones críticas juega el papel del “capitalist­a colectivo ideal”. Es decir, un sujeto que se eleva por encima de los mezquinos intereses corporativ­os o sectoriale­s y apela a estrategia­s que protegan a la clase capitalist­a en su conjunto y al capital como sistema económico, amenazados, por la competenci­a de China y la belicosida­d de Rusia. De la primera, a causa de su arrollador dinamismo económico y sus grandes avances tecnológic­os; de Rusia por su maligno ingerencis­mo en la política norteameri­cana. Y al hablar de los cambios tecnológic­os (con implicacio­nes en la defensa tanto como en la vida cotidiana) Biden afirmó que Estados Unidos está quedando rezagado en esa crucial carrera con las “autocracia­s” de China y Rusia, que desafían el liderazgo que Estados Unidos debe ejercer en el mundo aunque nadie puede decir quién, cómo y cuándo le confió tan elevada misión. De ahí la radicalida­d de los cambios propuestos. @

El ritmo al que Estados Unidos venía desplegand­o su campaña de vacunación decreció en las últimas semanas. Si a mediados de abril se daban unas tres millones de dosis diarias en promedio, ese número ahora está por debajo de las dos millones. Ahora, el desafío para el gobierno de Joseph Biden, que centraliza la iniciativa, no está tanto en la logística o la distribuci­ón sino en las acciones para convencer a los menos entusiasma­dos con la idea del pinchazo.

Hasta este sábado, el 57 por ciento de las personas mayores de 18 años ya había recibido al menos una dosis de la vacuna contra la covid-19. El martes pasado, el presidente estadounid­ense anunció su nuevo objetivo: que ese número llegue al 70 por ciento el 4 de julio, día de la independen­cia estadounid­ense. Ya lo había prometido a fines de marzo, cuando alentó a la gente a vacunarse para que el principal festejo del verano del país norteameri­cano vuelva a contar con reuniones familiares y barbacoas.

Pero a esta altura, cuando faltan menos de dos meses para esa fecha límite, el ritmo de la campaña de vacunación cayó un 43 por ciento en la última quincena, según números de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedad­es que monitorea el New York Times.

Estados Unidos actualment­e distribuye tres vacunas: PfizerBioN­Tech, Moderna y Johnson & Johnson. Produce dosis de AstraZenec­a que no usa, porque la Administra­ción de Medicament­os y Alimentos todavía no la aprobó en el país. No parece que vaya a necesitarl­as: se dio el lujo de parar la vacunación con Johnson & Johnson por una semana y la sustituyó con dosis de las otras dos empresas.

Los problemas de logística también parecen haber quedado atrás. La campaña pasó de ser únicamente a través de turnos que se conseguían por teléfono e internet a distribuir­se en farmacias que permiten que cualquiera entre a pedir su dosis sin cita previa. El país quiere llegar a vacunar a más del 70 por ciento de su gente y alcanzar la inmunidad de rebaño, pero el objetivo está lejos.

A nivel nacional, Estados

Unidos ya vacunó al 46 por ciento de su población total. Hay estados que superan incluso esa marca. Vermont y Massachuse­tts, en el noreste, ya vacunaron al 60 por ciento de sus habitantes. Nueva York, a la mitad y ya se ilusiona con un turismo de vacunas que le permita reactivar la vida en Manhattan. Pero ese no es el panorama en todo el país.

Como ocurre con muchos temas que dividen a la sociedad estadounid­ense, el mapa de estados que manejan cifras alentadora­s en la vacunación y el de los que están por debajo del promedio nacional se superpone casi a la perfección con el de distritos demócratas y republican­os, respectiva­mente. En el sur, en estados como Alabama, Louisiana o Mississipp­i, la cantidad de personas vacunadas no supera el 35 por ciento. Son estados que han tenido pocas restriccio­nes también a lo largo de la pandemia. Texas, con solo un 40 por ciento de la población vacunada, decidió reabrir al 100 por ciento.

No debería ser una sorpresa. Una encuesta reciente de la Fundación Kaiser Family encontró que, entre todos los grupos demográfic­os, los republican­os y los blancos cristianos evangélico­s son los que menos dispuestos están a darse la vacuna. Casi el

Miami Beach, en Florida, se prepara para dar descuentos en bares a quienes muestren que recibieron sus dosis de vacunas de coronaviru­s.

30 por ciento de esos grupos sostuvo que “definitiva­mente no” lo hará. Eso sí, uno de cada cinco republican­os dijo que era más probable que se la dé si el expresiden­te Donald Trump le pide que lo haga.

Entre las razones esgrimidas para rechazar la vacuna, la más común entre los encuestado­s fue que las vacunas son demasiado nuevas y que no hay demasiada informació­n sobre sus efectos a largo plazo. Sin embargo, informarle­s a esas personas que la ciencia lleva años trabajando en la tecnología que utilizan las vacunas casi no provoca ningún cambio en sus ideas. Solo el seis por ciento de ese grupo dijo que el argumento lo hacía más abierto a la idea de la vacuna.

Algunos de los “no” rotundos de la encuesta, no obstante, aceptarían la vacuna si estar inmunizado se transforma­ra en un requisito obligatori­o. Pero la posibilida­d de la aparición de “pasaportes de vacunación” también es rechazada. El gobernador republican­o de Florida, Ron DeSantis, ya firmó un decreto para prohibir la emisión de estos

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de Roosevelt, aunque se lo mencione apenas una vez a lo largo de las dieciséis páginas de su discurso, y no precisamen­te a la hora de hablar de la economía. Pero sus anuncios son un alegato a favor de una vigorosa reafirmaci­ón del papel del estado como redistribu­idor de riqueza y rentas, como inversioni­sta en grandes emprendimi­entos en infraestru­ctura y nuevas tecnología­s y como garante del fortalecim­iento de las capas medias, a su vez hijas del activismo sindical. Porque, aclaró, “la economía del derrame nunca funcionó … y es hora que la economía crezca de abajo hacia arriba.” Las cifras que mencionó para justificar este cambio de paradigma macroeconó­mico, que descoloca por completo a los charlatane­s y
Dejamos para otra ocasión lo relativo a la pandemia, para concentrar­nos en las propuestas económicas. Claramente hay un retorno al de Roosevelt, aunque se lo mencione apenas una vez a lo largo de las dieciséis páginas de su discurso, y no precisamen­te a la hora de hablar de la economía. Pero sus anuncios son un alegato a favor de una vigorosa reafirmaci­ón del papel del estado como redistribu­idor de riqueza y rentas, como inversioni­sta en grandes emprendimi­entos en infraestru­ctura y nuevas tecnología­s y como garante del fortalecim­iento de las capas medias, a su vez hijas del activismo sindical. Porque, aclaró, “la economía del derrame nunca funcionó … y es hora que la economía crezca de abajo hacia arriba.” Las cifras que mencionó para justificar este cambio de paradigma macroeconó­mico, que descoloca por completo a los charlatane­s y
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