El océano y la torta
ción a músicos/as, técnicos/as de grabación, diseñadores/as, artistas de tapa, contactos de cada artista, etc.”, precisan. También contará con un observatorio de género que tendrá como fin garantizar el “material en línea de mujeres y disidencias sexo-genéricas compositoras, arregladoras e intérpretes, artistas sonoras y etnógrafas musicales” y “contar con una perspectiva que revisite contenidos que ofenden o promueven la violencia de género”.
“Hace algunos años no había una conciencia social sobre las letras de los tangos, las cuestiones estereotipadas en el folklore o las letras sexistas en el reggaetón. Pero en muy poco tiempo se tomó conciencia de que hay algunas cosas que no son inocuas o inocentes, sino que tienen una consecuencia social”, explica la música y musicóloga Marcela Perrone, a cargo del archivo musicológico e integrante del observatorio de género. “También tenemos leyes que mencionan el tema de la violencia simbólica, institucional, laboral, entonces queremos ser consecuentes con eso. Ahora eso también nos pone en la disyuntiva de ver qué hacemos con un montón de contenidos de años y de décadas anteriores que las volvés a escuchar y ‘no resisten una ESI’, como suelo decir.
Quizás no es la voluntad la prohibición o la eliminación sino enmarcarlos en un análisis social y cultural de cómo era leído o escuchado eso en otro momento. Darle un marco también es ponerlo en perspectiva para no seguir reproduciendo ese patrón”.
–¿Cómo recibió la propuesta el Ministerio de Cultura y en qué instancia está el diálogo? Nicolás Gort:
–Al Estado le interesó, le parece que es importante tener una plataforma de estas características y recibieron la propuesta. Están al tanto de la construcción de Musica.Ar y tenemos pautadas reuniones para seguir profundizando en el documento. Lo único que falta es la acción directa para que esto funcione y se lleve adelante. En principio, solo se necesita la voluntad política para llevarlo a cabo, porque no se trata de una inversión inabarcable. Como está dado el mapa, si el Estado no participa de esto es muy difícil establecer esta posibilidad; por el dinero de una inversión, por la capacidad técnica que hace falta para sostener una plataforma de streaming, etc.
–Que el Estado vea que esto puede generar un cambio grande cultural y económico a todo el sector. El dinero se concentra en manos que están afuera. Yo grabo un disco acá, lo subo a Spotify y a partir de ahí la explotación comercial de eso está dirigida por otra gente, que persigue otros intereses. Y para ganar un mango ahí tienen que pasar un montón de cosas según los condicionamientos que ellos te ponen. Entonces, si logramos que esto funcione tenemos un mecanismo de distribución mucho más transparente en donde, por ejemplo, no va a haber un dueño que se queda con una parte del capital. Todo lo que entra de forma privada, ya sea por publicidad o por abonos, va a ser regalías para los músicos y las músicas.
“Algunas producciones tienen más difusión y otras son marginadas por el mercado. Hay música a la que no tenemos acceso.”
Gabriel Lombardo:
■ Para sumar adhesiones escribir a musicxsargentinxsenred@gmail.com o la página web donde se puede leer el proyecto.
Es imposible no coincidir con el concepto inicial: todo lo que sea acceso a un banco gigante de canciones, de artistas, de cultura, no puede sino ser bueno. Siempre queda la nostalgia por aquella poesía de buscar y buscar el disco imposible, y el inefable éxtasis del hallazgo y el orgullo de compartirlo con amigos, el rito de escuchar en privado o en grupo. Pero el advenimiento de la revolución digital, la nueva explosión del negocio musical a través del streaming, abrió un torrente de posibilidades que se agradecen.
Claro que el torrente se volvió océano, y bucear en el océano es abrumador. La “democratización” –las comillas se imponen dado que para acceder al mundo digital hay que pagar al menos un servicio de internet– trajo también la necesidad de curaduría, de guías que permitan encontrar rumbos artísticos y no solo una gran masa informe de obras esperando un click. Toda la música cuelga por ahí y muchos artistas acceden a herramientas de producción y difusión antes inalcanzables, pero no basta con lanzar las botellas al agua. Y para conocer quiénes intervienen en cada obra sigue siendo necesario ir a otras fuentes de consulta: eso es lo que busca integrar el proyecto de Musica.Ar, y es una movida ya imprescindible.
En el fondo sigue estando la misma discusión. Al permanecer viejas legislaciones inaplicables al mundo streaming –por omisión involuntaria o deliberada–, el esquema de negocios en el siglo XXI sigue siendo tan injusto como los viejos contratos que destinaban migajas a los principales responsables de que esa obra existiera. O más. No hace mucho, varios artistas ingleses de primera línea reclamaron al Gobierno que tome cartas en el asunto: hoy tienen la vida resuelta, pero saben muy bien que fueron carne de cañón para un negocio millonario, que hay decenas de miles de músicos que apenas consiguen pescar en el océano. Y que debería llegar la hora de hablar en serio sobre el reparto de la torta.