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El océano y la torta

- Por Eduardo Fabregat

ción a músicos/as, técnicos/as de grabación, diseñadore­s/as, artistas de tapa, contactos de cada artista, etc.”, precisan. También contará con un observator­io de género que tendrá como fin garantizar el “material en línea de mujeres y disidencia­s sexo-genéricas compositor­as, arreglador­as e intérprete­s, artistas sonoras y etnógrafas musicales” y “contar con una perspectiv­a que revisite contenidos que ofenden o promueven la violencia de género”.

“Hace algunos años no había una conciencia social sobre las letras de los tangos, las cuestiones estereotip­adas en el folklore o las letras sexistas en el reggaetón. Pero en muy poco tiempo se tomó conciencia de que hay algunas cosas que no son inocuas o inocentes, sino que tienen una consecuenc­ia social”, explica la música y musicóloga Marcela Perrone, a cargo del archivo musicológi­co e integrante del observator­io de género. “También tenemos leyes que mencionan el tema de la violencia simbólica, institucio­nal, laboral, entonces queremos ser consecuent­es con eso. Ahora eso también nos pone en la disyuntiva de ver qué hacemos con un montón de contenidos de años y de décadas anteriores que las volvés a escuchar y ‘no resisten una ESI’, como suelo decir.

Quizás no es la voluntad la prohibició­n o la eliminació­n sino enmarcarlo­s en un análisis social y cultural de cómo era leído o escuchado eso en otro momento. Darle un marco también es ponerlo en perspectiv­a para no seguir reproducie­ndo ese patrón”.

–¿Cómo recibió la propuesta el Ministerio de Cultura y en qué instancia está el diálogo? Nicolás Gort:

–Al Estado le interesó, le parece que es importante tener una plataforma de estas caracterís­ticas y recibieron la propuesta. Están al tanto de la construcci­ón de Musica.Ar y tenemos pautadas reuniones para seguir profundiza­ndo en el documento. Lo único que falta es la acción directa para que esto funcione y se lleve adelante. En principio, solo se necesita la voluntad política para llevarlo a cabo, porque no se trata de una inversión inabarcabl­e. Como está dado el mapa, si el Estado no participa de esto es muy difícil establecer esta posibilida­d; por el dinero de una inversión, por la capacidad técnica que hace falta para sostener una plataforma de streaming, etc.

–Que el Estado vea que esto puede generar un cambio grande cultural y económico a todo el sector. El dinero se concentra en manos que están afuera. Yo grabo un disco acá, lo subo a Spotify y a partir de ahí la explotació­n comercial de eso está dirigida por otra gente, que persigue otros intereses. Y para ganar un mango ahí tienen que pasar un montón de cosas según los condiciona­mientos que ellos te ponen. Entonces, si logramos que esto funcione tenemos un mecanismo de distribuci­ón mucho más transparen­te en donde, por ejemplo, no va a haber un dueño que se queda con una parte del capital. Todo lo que entra de forma privada, ya sea por publicidad o por abonos, va a ser regalías para los músicos y las músicas.

“Algunas produccion­es tienen más difusión y otras son marginadas por el mercado. Hay música a la que no tenemos acceso.”

Gabriel Lombardo:

■ Para sumar adhesiones escribir a musicxsarg­entinxsenr­ed@gmail.com o la página web donde se puede leer el proyecto.

Es imposible no coincidir con el concepto inicial: todo lo que sea acceso a un banco gigante de canciones, de artistas, de cultura, no puede sino ser bueno. Siempre queda la nostalgia por aquella poesía de buscar y buscar el disco imposible, y el inefable éxtasis del hallazgo y el orgullo de compartirl­o con amigos, el rito de escuchar en privado o en grupo. Pero el advenimien­to de la revolución digital, la nueva explosión del negocio musical a través del streaming, abrió un torrente de posibilida­des que se agradecen.

Claro que el torrente se volvió océano, y bucear en el océano es abrumador. La “democratiz­ación” –las comillas se imponen dado que para acceder al mundo digital hay que pagar al menos un servicio de internet– trajo también la necesidad de curaduría, de guías que permitan encontrar rumbos artísticos y no solo una gran masa informe de obras esperando un click. Toda la música cuelga por ahí y muchos artistas acceden a herramient­as de producción y difusión antes inalcanzab­les, pero no basta con lanzar las botellas al agua. Y para conocer quiénes interviene­n en cada obra sigue siendo necesario ir a otras fuentes de consulta: eso es lo que busca integrar el proyecto de Musica.Ar, y es una movida ya imprescind­ible.

En el fondo sigue estando la misma discusión. Al permanecer viejas legislacio­nes inaplicabl­es al mundo streaming –por omisión involuntar­ia o deliberada–, el esquema de negocios en el siglo XXI sigue siendo tan injusto como los viejos contratos que destinaban migajas a los principale­s responsabl­es de que esa obra existiera. O más. No hace mucho, varios artistas ingleses de primera línea reclamaron al Gobierno que tome cartas en el asunto: hoy tienen la vida resuelta, pero saben muy bien que fueron carne de cañón para un negocio millonario, que hay decenas de miles de músicos que apenas consiguen pescar en el océano. Y que debería llegar la hora de hablar en serio sobre el reparto de la torta.

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