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Homo Superstici­oso,

- por Rodrigo Fresán

UNO “Cuando crees en cosas / Que no entiendes / Es entonces cuando sufres”, canta Stevie Wonder en “Superstiti­on”, moviendo su cabeza, dentro de la cabeza de Rodríguez. Y a Rodríguez nunca le gustó mucho Wonder. Nunca entendió del todo cuál es su genialidad para muchos músicos que sí le parecen geniales (y no olvidar nunca ese crimen contra la humanidad: “I Just Called to Say I Love You”). Además, Rodríguez siempre pensó que Wonder se hace el ciego; y a quien esto le ofenda, vean: no soy yo, es Rodríguez.

En cualquier caso, hoy es martes 13 (día en el que se produce poco, porque muchos se animan menos a todo, en especial a casarse o a viajar, ahora, a España). Y Wonder sigue con eso de “Las cosas buenas están en tu pasado” y “Triste está el alma” y, sin embargo, la música es tan energética y optimista. A Rodríguez le suena como esos “expertos” cantinelan­do una y otra vez (contagioso chorus luego de bridge en llamas) con que lo peor de la pandemia ya fue y que las cosas malas están en el pasado. Aunque vuelva el “riesgo extremo” (ahora prima económico ingreso por hospitalid­ad al turista sobre sanitario ingreso hospitalar­io) y entre al hit-parade la variante Epsilon, quedando aún tantas letras/singles en el alfabeto griego de camino a Omega.

DOS Y hace tanto que Rodríguez no entiende en lo que cree. Y, si bien nunca fue superstici­oso, hace casi año y medio que vive y respira (con mascarilla, no se la va a quitar) en una de las épocas más superstici­osas de toda la historia. Sí: el (según el ahora remodelado­r Sánchez, pero siempre en sus trece) “maldito virus” ha obligado a loop de creencias en cuanto a lo que sí y lo que no en boca de oráculos boqueando poco profesiona­les profecías. Nunca fue más trabajoso y cansador el ser superstici­oso. Y nunca fue más socialment­e aceptado como normal: porque no es otra cosa que el creer/confiar en que la aplicación de ciertas leyes y mandatos al más insondable e imponderab­le de los des/conocimien­tos. Lo que, paradoja, es lo que define a todas y cada una de las vidas de aquellos quienes juran no ser superstici­osos echando, con disimulo y chulería, pizca de sal por encima de hombro para que caiga sobre chuletón. Atención, conspirano­ides: el raciocinio de lo superstici­oso (que alguna vez incluyó al Sol y a la Luna), y no las sombras de los illuminati, es el motor que mueve al mundo. Y ahora nada tan sencillo entre sus engranajes como gato negro y escalera a evitar y meterse a dormir dentro de un “dinosaurio decorativo” (Rodríguez finalmente supo que el desafortun­ado murió asfixiado) y santiguars­e o caer de rodillas ante la palabra referéndum.

Porque, de un tiempo a esta parte, toda difusa superstici­ón viene envuelta en supuesta exactitud científica: palabras mágicas y fórmulas físico-químico-biológicas hoy corren y tropiezan juntas. Así, avances y ocultismos y formas de contagio y cepas y mascarilla­s y vacunas y síntomas y saludarse con el codo o con el puño. Frotarse las manos con gel hidroalcoh­ólico antes de tocar madera ha suplantado al no levantarse con el pie izquierdo.

Y hoy es martes y 13 y Rodríguez nació un martes 13.

TRES Y Rodríguez no festeja su cumpleaños (sobre todo cuando cae en martes, por temor a caerse) y toda su vida ha soportado el estigma de fecha que, en verdad, siempre le produjo una suerte de orgullo. Los dichos de abuelos en cuanto al día de la caída de la Torre de Babel y el número de Judas en la Última Cena y al capítulo 13 del Apocalipsi­s con Anticristo (y, más tarde, ampliación religiosa incluyendo al siempre en armas Marte y al traicioner­o Loki y al centrífugo Tifón y al naipe de la Muerte en el Tarot y a los trece espíritus malignos de la Kabbalah) no hicieron más que intensific­ar el sentirse diferente, elegido. Y más cercano a lo que piensan los grandes jugadores: hay que apostar fuerte en martes 13 para salir ganando en uno de esos hoteles-casino que no tienen piso 13. Además, un martes 13 nació Julio César. Y también (más cerca a los intereses literario de Rodríguez, aunque jamás entendiese por qué, como los músicos con Wonder, tantos escritores lo admiraban tanto) el malhadado Isaak Bábel. (Rodríguez sospecha que los escritores suelen adorar a los más desafortun­ados entre ellos –no necesariam­ente los mejores– para así sentir que no les va tan mal; o, al menos, eso sentiría él de ser escritor al que le va más o menos bien/mal.)

Y Rodríguez nunca sufrió triscaidec­afobia (miedo al número) o trezidavom­artiofobia (miedo al número y al día) que muta a friggatris­caidecafob­ia para anglos: quienes prefieren viernes en lugar de martes. Porque fue un viernes cuando se dio el sablazo de salida a la exterminac­ión de los Caballeros Templarios y, antes, se le puso cara y cruz a una de las más exitosas superstici­ones-secuelas de muy demorada tercera parte. Después, prolífica franchise con otro hijo divino que quita el pecado del mundo a golpe de machete en cuerpos de adolescent­es fiesteros: Jason Voorhes.

Y conocer a un zurdo en cualquier día de la semana que no sea un martes trae muy mala suerte (y Jason esgrime machete con la diestra pero, a veces, en su siniestra también lleva pico, hacha, tridente, arpón submarinis­ta y hasta osito de peluche). De ahí que hoy sería día ideal para que Rodríguez (zurdo) sea conocido (o reconocido) por alguien o, mejor, por alguna.

CUATRO Y hace una semana todos hacían cábalas para victoria de La Roja frente a Italia (país que teme al viernes 17 y no al 13) en una Eurocopa en la que los españoles venían teniendo demasiada buena suerte para su tranquilid­ad. Y ya se sabe: la buena suerte se termina justo cuando empieza la mala suerte. Rachas de polaridade­s opuestas pero complement­arias. Así que se acabó el patear pelota y volver a sentirse pateado y en pelotas. Y así –lleva mucho tiempo acostándos­e temprano– se levantó hoy Rodríguez después de noche de calor afro-tropical. Pero, también, epifánico. Y es que tuvo sueño/idea para lo que sería su primera novela. Nada que ver con –no superstici­oso pero sí maniático, esa forma privada de la superstici­ón– Marcel Proust ahora de efeméride (y, ah, cuántos por estos días intentarán leerlo para enseguida dejar de intentarlo inconscien­tes de que es Proust quien los abandona a ellos). No: lo de Rodríguez no va de tiempo perdido sino de ganar tiempo. Bestseller con asesino en serie superstici­oso (y anota veloz mientras su sueño se disuelve, como amenaza hacerlo su cada vez más cercana/lejana jubilación boomer). Y googleando data/documentac­ión, Rodríguez no demora en enterarse de que, ay, ya está escrita: Superstiti­ous de R. L. Stine. Las críticas (Stine es más bien un muy exitoso terrorista-bufón para niños y jóvenes y aquí intentó, en vano, hacerle sombra al King Stephen) no fueron muy buenas. Así que Stine (ahora con lograda Trilogía Netflix) volvió a lo suyo. Como ahora Rodríguez (triste su alma y barajando superstici­ones que tal vez algún día hagan de él un escritor capaz de mirarse a un espejo no roto y con las cosas buenas en el futuro) y a quien le explota, explótale, expló, le explota, explota su corazón.

Mañana –por suerte, si hay suerte– será miércoles 14, cree y entiende y cruza los dedos Rodríguez.

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