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Pasión por el fueye

Diego Maniowicz, de Astillero y Nox

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Los Gatos, Manal, Almendra Vox Dei, entre otros.

En el plano musical, el encuentro no presentó fisuras y reafirmó la vigencia de las primeras composicio­nes del rock argentino, con una banda estable conformada por Vitale, el bajista Juan Pablo Rufino, el guitarrist­a Marcelo Delgado y el baterista Martín González Puig. El concierto fue abierto por David Lebón, Juanchi Baleirón y Baltasar Comotto con una impresiona­nte versión de “Color humano” que permitió el lucimiento de sus guitarras, al que le siguió una incendiari­a lectura de “Las Guerras”, de Vox Dei, a cargo de Willy Quiroga y Fernando Ruiz Díaz. Litto Nebbia e Hilda Lizarazu recrearon “El rey lloró” mientras que Moris y su hijo Antonio Birabent abordaron en formato acústico “Ayer nomás”, en uno de los pasajes más emotivos del recital. El blues se hizo presente a través de Alejandro Medina y Claudia Puyó con “No pibe”; y de Feli Colina, quien hizo justicia al recordar a Gabriela, figura femenina entre los pioneros, en una sexy versión de “Voy a dejar esta casa, papá”.

Previo a este momento, la misma Gabriela envió un mensaje de voz destinado a la joven intérprey @

Su historia es común a la de muchos jóvenes que en este milenio descubrier­on su pasión por el tango. Diego Maniowicz (30) hoy es músico profesiona­l que integra dos grupos –Astillero y Nox– y también enseña su destreza con el bandoneón a un alumnado heterogéne­o tanto en género como en edad. “Como muchos chicos, a los doce me gustaba el rock y tocaba la guitarra. Hasta que un día me encontré con el CD Libertango, de Ástor Piazzolla, era distinto a todo lo que había escuchado y me fascinaron el tango y ese raro instrument­o”, recuerda Diego. Sus padres ubicaron a una profesora –la prestigios­a Carla Algeri– pero como no tenía bandoneón propio, Diego llegaba a la clase un rato antes para usar el de su maestra o practicaba con un teclado de papel para memorizar las ubicacione­s de los 71 botones. Era lógico. Un bandoneón ronda los dos mil dólares y Diego apenas tenía 14 años como para hacer ese gasto y luego se aburriera de ese instrument­o.

Pero el amor –por el “fueye”– fue más fuerte y apenas terminó la secundaria consiguió un trabajo para poder comprar el bandoneón, costearse las clases y empezar a frecuentar el ambiente tanguero. Allí se llevó una sorpresa, eran muchos los que jóvenes como él con ganas hacer música porteña. A partir de allí, Diego fue gestando una carrera ascendente en la que apareciero­n giras con Astillero que lo llevaron a Europa –donde confirmó la talla de su gran admirado Piazzolla–, Estados Unidos y gran parte de Latinoamér­ica, por ejemplo a Medellín, la ciudad colombiana donde murió Gardel.

Por supuesto que también recorrió el país de punta a punta, de la Puna a la Patagonia.

La veta docente de Maniowicz surgió, espontánea, después de cada show y durante las giras, que es cuando se acercan potenciale­s alumnos o músicos profesiona­les que pretenden perfeccion­arse en el bandoneón. “En los viajes, cuenta Diego, los miembros de Astillero solemos dar talleres que, por suerte, son bastante concurrido­s”. Maniowicz ha comprobado que la variedad de sus alumnos es amplia tanto en edad como en géneros. “De adolescent­es a jubilados… Y cada vez hay más chicas entre las aspirantes a bandoneoni­stas o entre las profesiona­les ya formadas”. “¿Si es difícil aprender a tocar? Todos los instrument­os tienen su dificultad pero el bandoneón es especial. Por ejemplo, el teclado no tiene un orden lógico. En el piano, en la guitarra, en el violín, después del Do viene La sostenido, en el bandoneón es más caprichoso. Los 71 botones están distribuid­os de otra manera. Además, como uno no los ve, tiene que memorizarl­os”.

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Télam Maniowicz, músico y docente.

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