Ya son más de cien mil los muertos por covid
A dieciséis meses de la llegada del coronavirus al país
@“
La pandemia nos vulnera de manera tal que nos convierte en números. La única manera de saber lo que está ocurriendo es a través del recuento de las muertes. Se produce una situación paradójica: es necesario saber cuántas personas fallecen y, al mismo tiempo, el proceso de conteo insensibiliza y banaliza la muerte. De una u otra manera, se trata de muertes evitables que no pudimos evitar. En el marco de la globalización, el recuento es global, continuo y en tiempo real, por lo que genera una especie de pánico constante”, reflexiona el docente y ensayista Alejandro Kaufman.
Tras más de un año de pandemia, Argentina contabiliza 100.250 fallecidos por covid. De acuerdo al sitio Our World in Data –que recoge estadísticas acerca del avance del coronavirus en el mundo– el país ocupa el puesto N° 12 en cantidad de muertes por millón de habitantes. A comienzo de 2020, el mundo quedaba atónito frente a un fenómeno de excepción que amenazaba con trastrocar el conjunto de sentidos políticos, económicos y sociales. Un patógeno que –reportado en Wuhan– se propagó con velocidad por Europa durante enero y febrero. Las naciones del otro lado del Atlántico, pronto, se convirtieron en ese espejo cuya imagen se buscaba evitar en Latinoamérica. Sistemas de salud colapsados, personal de salud extenuado que debía decidir a quién salvar con un respirador y a quién no.
Argentina optó una perspectiva de salud pública. Alberto Fernández se rodeó de especialistas y pregonó que el suyo sería un “gobierno de científicos”. La evidencia proveniente desde los laboratorios sería la rectora y la que orientara, de allí en adelante, la política. Pronto, la población se acostumbró a un nuevo lenguaje: las curvas que subían y descendían, los casos, la propagación viral que marchaba desde las grandes urbes hacia las periferias, la ocupación de las camas de terapia intensiva y los fallecimientos que todos los días se informaban en reportes oficiales.
“En Argentina se produjo una paradoja: cuando las cosas funcionaron se decía que las medidas no hacían falta, pero cuando funcionaron mal es porque las soluciones llegaron tarde. De marzo a septiembre de 2020, decididamente, se aplanó la curva pero se hizo a costa de medidas que parecieran no haber hecho falta, aunque bien sabemos que sí. De hecho, la explosión que hubo en octubre/noviembre hubiera ocurrido mucho antes con un sistema de salud menos preparado”, dice Ernesto Resnik, biólogo molecular y biotecnólogo argentino en Estados Unidos.
Por otro lado, “creo que es necesario aprender de los errores. En muchos lugares del mundo existie
Lo que se hizo bien, lo que se hizo mal y lo que podría ocurrir. El dolor y la esperanza puesta en las vacunas para terminar con la pesadilla.
ron válvulas de escape. Si volviéramos a tener una pandemia de estas características, habría que posibilitar desde el comienzo la chance de reunirse al aire libre en parques y plazas”, sostiene. Avanzado el 2020, llovieron los misiles discursivos desde los medios opositores, lanzados por periodistas y por políticos que no desempeñaban funciones, que criticaban la imposición de la “cuarentena más larga del mundo” y la “falta de libertad”. “No hay lugar en el planeta en el que se haya salido de una cuarentena peor de lo que se entró, porque el aislamiento, necesariamente, lo que hace es disminuir los casos. En Argentina hablaban de la cuarentena más larga del mundo pero era algo que se respetaba poco y, en buena parte, eso se debió a los medios opositores”, plantea Resnik.
Así fue como al Aislamiento Social Preventivo Obligatorio decretado en marzo de 2020 le siguió el Distanciamiento Social Preventivo Obligatorio, con ciertas flexibilizaciones estipuladas según las regiones. Tal vez, apunta Resnik, otro aspecto que podría corregirse es que las medidas fueron similares en todo el país. En esta línea, quizás hubiera estado bien probar un Aislamiento Selectivo Planificado e Intermitente, a partir de una planificación bien estipulada de lapsos de cierres seguidos de aperturas. “No obstante, creo que en líneas generales se hizo todo lo necesario. El sistema de salud no se saturó y eso fue un éxito; de hecho, se ve en las cifras de ‘exceso de mortalidad’; nuestro país no tiene prácticamente muertos no reportados por covid, como sí tienen Brasil, Perú o México. Luego sucedió lo que en todos los países: una vez que el virus está suelto, cuesta frenarlo”.
El sistema de salud no se saturó porque fue equipado durante el aislamiento estricto. La cuarentena sirvió para no propagar el virus y, sobre todo, para ganar tiempo. Tiempo necesario para recuperar un Ministerio de Salud que, durante el mandato anterior, había sido degradado a Secretaría.
Aliadas
Mientras tanto, a medida que los laboratorios anunciaron el avance en sus ensayos clínicos, el otro objetivo fue adquirir vacunas. En general, las dosis se demoraron en aterrizar en Ezeiza porque las compañías anunciaron contratos que no estuvieron en condiciones de cumplir. De hecho, era algo esperable: un recurso tan estratégico se convirtió en un recurso muy codiciado y, por tanto, cooptado por las grandes potencias. Al comienzo, naciones como Estados Unidos o Reino Unido desarrollaron una táctica concreta: acaparar todas las dosis posibles (hasta cuadruplicar las que necesitaban para su población) y luego de inmunizar a la mayoría, distribuir los excedentes a las naciones más necesitadas del globo. En el presente, hay países de África que todavía no han inoculado ni una sola dosis.
El gran acierto de Argentina fue apostar por la Sputnik V, una tecnología diseñada por el Centro Gamaleya, institución creada en 1891 y con amplia experiencia en el rubro. A las vacunas adquiridas por el Gobierno (AstraZeneca, Sputnik V, Sinopharm, CanSino, Moderna), se suman aquellas en las que Argentina participa en algún eslabón de la producción (en las de AstraZeneca, mAbxience elabora la sustancia activa; mientras que en Sputnik V, Richmond se encarga de la última fase de fraccionamiento y envasado); así como también las que diseña por cuenta propia. La Universidad Nacional de San Martín, la Universidad Nacional de La Plata, el Conicet y el Instituto Leloir, cada cual por su parte, desarrollan actualmente las fases preclínicas, con buenas perspectivas de ensayos clínicos hacia 2022.
De cara a los próximos meses, el objetivo estará en completar los esquemas e inmunizar a los menores de 18 años. Si la meta es conseguir la inmunidad de rebaño, se necesita que el 70 por ciento de la población esté inoculado. A la fecha, ya se inoculó con al menos una dosis al 45 por ciento. Falta mucho, pero falta menos. Con las vacunas –la enorme mayoría de una muy buena eficacia– existe la posibilidad de que la enfermedad se transforme finalmente en un evento que puede ser tratable y contenido sin demasiadas complicaciones.
En Argentina, los casos disminuyen semana a semana, igual que la ocupación de camas de terapia intensiva y los fallecimientos. Los especialistas aseguran que con los cuidados pertinentes y, a medida que avance la campaña de vacunación doméstica, la primavera será un buen momento para sentir ese alivio que tanto se aguarda. De hecho, ya hay instituciones de salud del interior de la provincia de Buenos Aires que celebran no tener más internados por covid. Es cierto, aún se está lejos de que esa situación pueda extenderse hacia las instituciones sanitarias de las grandes urbes, pero el camino está trazado.
Sistemas de salud colapsados, personal de salud extenuado que debía decidir a quién salvar con un respirador y a quién no.
El sistema de salud no se saturó porque fue equipado durante el aislamiento estricto. La cuarentena sirvió sobre todo para ganar tiempo.