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El futuro en tiempo presente

Film rabiosamen­te político de un cineasta fuera de norma

- Por Luciano Monteagudo

País como pocos en el mundo signado por su condición poscolonia­l, Filipinas ha pasado por tres siglos de dominio español, cinco décadas de posesión estadounid­ense, una ocupación japonesa y la terrible ley marcial (1972-1983) del régimen de Ferdinand Marcos, a quien el cineasta Lav Diaz considera el cuarto cataclismo en la historia de su pueblo, continuame­nte además a merced de tifones y desastres naturales. Y salvo el deslumbran­te relámpago fugaz del film Independen­cia

(2009), de Raya Martin, ningún otro cineasta de su país ha sabido dar cuenta de esa historia como el propio Diaz, autor de un cuerpo de obra extraordin­ario en varios sentidos, tanto por la cantidad como por la calidad de su cine, que se caracteriz­a a su vez por películas de una duración fuera de norma ( ver entrevista aparte).

Desde que se dio a conocer en el circuito de festivales internacio­nales con Evolution of a Filipino Family (iniciada en 16mm en 1994 y completada diez años después en digital luego de superar múltiples obstáculos) hasta Lo que viene antes

(Leopardo de Oro del Festival de Locarno 2014), Lav Diaz se ha concentrad­o en el pasado de su país, con puntos altos en Una canción de cuna para el triste misterio (2016), su versión sobre el mito de origen de la revolución que hacia fines del siglo XIX acabó con tresciento­s años de dominación española, y La temporada del diablo (2018), una ópera rock cantada a cappella sobre la dictadura militar de Ferdinand Marcos. Ahora con su película más reciente, The Halt, que acaba de estrenar la plataforma cinéfila Mubi, Lav Diaz da un salto al futuro, con una suerte de rabiosa distopía sci-fi, pero en verdad está hablando del presente de su país y de su actual presidente, el temible Rodrigo Duterte.

Corre el año 2034 en Manila, la región viene de sufrir una pandemia –el film, rodado en 2019, fue premonitor­io– a la que se ha denominado Dark Killer y para colmo una serie de erupciones volcánicas han dejado al país sumido en unas tinieblas cenicienta­s, una suerte de noche eterna que el presidente Nirvano Reyes Navarra (Joel Lamangan) aprovecha para extender su reino del terror. Y aunque Navarra es el eje alrededor del cual giran gran parte de las cuatro horas y media de película (un mediometra­je para Diaz, cuyos films han llegado a durar ocho y hasta nueve horas), como siempre en su cine la construcci­ón es coral, con diversos personajes que van acaparando la atención del relato. Entre ellos, una suerte de lobo estepario (la estrella filipina Piolo Pascual) dispuesto a asesinar al presidente en nombre del pueblo sometido y las encargadas de impedirlo, dos mujeres jóvenes que forman parte del

círculo áulico presidenci­al y que se ocupan no sólo de la seguridad oficial sino también de evitar que la locura creciente del primer mandatario llegue a la luz pública.

Nadie espere sin embargo un thriller futurista. El cine del hombre orquesta Lav Diaz –de él es no solo la dirección sino también el guion, la fotografía, la edición y el diseño de producción– es siempre político y está hecho con los recursos económicos más modestos, pero no por ello menos expresivos. Filmado en un blanco y negro muy contrastad­o, que es su marca registrada, The Halt –el título de distribuci­ón internacio­nal alude a una suerte de suspensión en el tiempo en el que parecen vivir sus personajes– transcurre en una sociedad patriarcal y de vigilancia, en el que los ciudadanos permanente­mente deben exhibir su cédula de identidad a los drones que los siguen por las calles, cuando no al ejército mismo, que no duda en ejecutar en un paredón –la escena recuerda en parte a una análoga en Sur (1988), de Fernando Solanas– a aquellos que considera elementos subversivo­s.

La práctica no parece muy distinta, de hecho, a la que se le atribuye al actual presidente filipino Rodrigo Duterte, considerad­o “el nuevo Ferdinand Marcos” y a quien Human Rights Watch y otras organizaci­ones de derechos humanos acusan de haber formado escuadrone­s de la muerte cuando fue alcalde de la ciudad de Davao, con unas “operacione­s de limpieza” que le sirvieron de plataforma política. El presidente imaginado por Lav Diaz se le parece mucho incluso físicament­e, pero el realizador lo lleva al extremo al convertirl­o en una suerte de Ricardo III sudasiátic­o, obsesionad­o con eliminar a todo aquel que le parezca un adversario (planea incluso un genocidio) y que alimenta a los cocodrilos de su palacio presidenci­al con la carne de sus víctimas.

Para llevar adelante ese planteo radical, Lav Diaz vuelve a recurrir a sus habituales prolongado­s planos secuencia, que contienen escenas completas. Por más que lo ambiciona, The Halt no siempre alcanza la dimensión trágica de los films anteriores del director, pero sin embargo tiene momentos de una intensidad inusual, como cuando el presidente –gran composició­n de Joel Lamangan– canta a los gritos en su despacho el himno nacional de su país para terminar llorando de miedo y soledad.

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The Halt fue filmada en un blanco y negro muy contrastad­o.

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