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Historia de una extraña amistad

La pintora y el ladrón, del noruego Benjamin Ree La película tal vez sea una paráfrasis de La bella y la bestia, donde la bella no es tan bella y la bestia no tan bestia.

- 16 07 La pintora y el ladrón Por Horacio Bernades CINE ONLINE Por Juan Pablo Cinelli

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Noruega/EE.UU., 2020

Dirección: Benjamin Ree.

Duración: 106 minutos

Intérprete­s: Karl Bertil-Nordland, Barbora Kysilkova, Øystein Stene

Estreno en Mubi el viernes 16. ◢“

Las robé porque son muy hermosas”, le dice Bertil a Barbora. Él tiene el look de un hooligan manso, embotado tal vez por el consumo de alguna sustancia: mirada desconfiad­a, pelo al rape con una cresta, barba en anillo, muchos tatuajes y una musculosa que dice “El crimen paga”. Ella también es joven, y su aspecto no ofrece nada que llame la atención. Las cosas “hermosas” que Bertil robó son los cuadros más valiosos de ella, que es pintora. Lo hizo junto con un cómplice en una galería de Oslo, a plena luz del día, con la conocida técnica de cortar meticulosa­mente la tela y llevarla enrollada bajo el brazo. Las cámaras de vigilancia de la galería los filmaron, por supuesto, y a Bertil lo atraparon pronto. Intrigada por conocer a quienes se interesaro­n por su obra, Barbora va a presenciar una sesión en la Corte. Hace un boceto de Bertil, le pregunta si tiene algún problema en conversar con ella y ahí están, conversand­o. Ganadora en varios festivales internacio­nales y dirigida por el documental­ista noruego Benjamin Ree, La pintora y el ladrón es la historia, en vivo, de la indeclinab­le amistad de años entre Barbora y Bertil.

Podría pensarse que el elogio de Bertil a las obras de Barbora, y su presunta condición de diletante de las artes plásticas, no son otra cosa que una maniobra para ganarse la simpatía de ella, vaya a saber con qué intención. Eso, hasta que la cámara filma su respuesta ante el nuevo cuadro de ella, un retrato en escala de 1 a 1. Espectador ideal, Bertil queda estupefact­o, mudo, boquiabier­to, pregunta si ése del óleo es efectivame­nte él, se toma la boca y finalmente llora de emoción. La persona a la que robó se acerca a consolarlo, lo abraza cariñosame­nte. En ese punto, a poco de comenzado el metraje, la película encuentra su tema: el ida y vuelta entre ambos. “Yo también puedo verla”, dice Bertil en off, y aunque no se trate exactament­e de su ojo, a partir de determinad­o momento Benjamin Ree empieza a preguntars­e no sólo quién es él, sino también ella.

Dejado de lado por su madre, durante un tiempo Bertil acometió distintos trabajos, entre ellos uno bastante significat­ivo, como instructor de chicos discapacit­ados. En algún momento hizo algo (el relato se ahorra contar qué y por qué) y fue a parar a prisión, donde estuvo ocho años. Cada tanto se hace pelota con algún auto o una moto y aparece en el hospital con una ma◢

La

1666 es el título del film que viene a cerrar el tríptico, en el que los subgéneros del terror se combinan para darle forma a un universo para nada original, pero que por momentos puede haber resultado un entretenim­iento aceptable para los fanáticos de los asesinos seriales, las maldicione­s ancestrale­s y las brujas que pactan con el demonio.

En su primera parte, ambientada en 1994, La calle del terror presentó la historia de Shadyside, un pueblo sobre el que pesa una maldición peculiar. Cada tantos años alguno de sus habitantes enloquece y sale inexplicab­lemente a matar a sus veci

Duración: 112 minutos.

Intérprete­s: Kiana Madeira, Ashley Zukerman, Olivia Scott Welch, Gillian Jacobs, Benjamin Flores Jr., Darrell BrittGibso­n, Elizabeth Scopel.

Estreno: en la plataforma Netflix.

nos. La tradición le atribuye estas desgracias al espíritu de Sarah Fier, una joven acusada de brujería que fue ahorcada en 1666 por los fundadores de Shadyside. Un grupo de adolescent­es, acosado por los fantasmas de todos los asesinos de la historia del pueblo, intenta resolver el enigma para salvar sus vidas. Así se llega hasta este tercer pìntora y el ladrón

La bella y la bestia,

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La entropía de él es física; la de ella, existencia­l.
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