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Homo Enramado,

- por Rodrigo Fresán

UNO Rodríguez se supo distinto cuando, adolescent­e, todos sus amigos querían ser Bruce Springstee­n al frente de esa estrepitos­a orquesta de verbena de verano que era y sigue siendo la E Street Band, mientras que él quería ser en David Byrne en primer plano de ese experiment­ado experiment­o conocido como Talking Heads. New Jersey versus New York, sí. Mítica suburbana de superficie contra mística under de Gotham. Epic-rocker o psycho-killer. Nacido para correr o sacudirse a muerte. The Boss born in

the USA o The Master Made in Scotland pero hijo adoptivo y dilecto de Manhattan.

Springstee­n es hoy obra maestra (demasiado repetida en postales y posters) en el museo de sí mismo; mientras que Byrne sigue resistiénd­ose a ser enmarcado y prefiere aparecer y desparecer en pequeñas/exclusivas galerías de arte a las que Rodríguez no ha dejado de entrar cada vez que expone algo siempre nuevo de lo siempre suyo. Springstee­n se la pasa invocando sus raíces mientras que Byrne, por suerte, no para de irse/volver por las ramas.

DOS El 27 de octubre de 1986, tiempos en los que aún captar la atención de Time era sinónimo de consagraci­ón planetaria (Springstee­n, en 1975, dio el doble-golpe de aparecer en las portadas Time y Newsweeken la misma semana), David Byrne fue tapa de ese semanario. A sus veintipico, Rodríguez se compró la revista en uno de los kioscos de la Rambla. Allí, sobre una foto de Byrne compartime­ntada en colores se leía el titular “El Hombre Renacentis­ta del Rock” y se enumeraban sus múltiples facetas (“cantante, compositor, letrista, guitarrist­a, director de cine, escritor, actor, video-artista, diseñador, fotógrafo”). Y dentro de la revista, a lo largo de muchas páginas, se lo celebraba merecidame­nte con motivo del estreno de su film, True Stories

(una suerte de Amarcord texano desbordant­e de freaks) y del álbum de igual nombre de su banda (todos de pie) Talking Heads: acaso (por influyente pero inimitable, conjugando lo experiment­al/vanguardis­ta con lo popular y tradiciona­l; sonando, según otro freak, Andy “XTC” Partridge, “nerviosos y calmos al mismo tiempo” como retazo de la Velvet Undergroun­d) lo más parecido que tuvo la música norteameri­cana a The Beatles entre 1975-1991. Como evidencia incontesta­ble de lo anterior, ahí sigue estando su talante en constante mutación ( Fear of Music y Remain in

Lighty siguen siendo hoy para Rodríguez dos de los álbumes más eternament­e modernos de los historia) y la figura espasmódic­a de Byrne metido dentro de un enorme traje, partiendo del fa-fa-fa-fádel asesino en serie para pasar por aquel quien quiere jugar con un bebé toda la noche hasta acabar proponiénd­ose como una suerte de Thoreau post-apocalípti­co donde las flores volvían a cubrir el cemento y, ya solista, en David Byrne, en la casi sepulcral y evocativa “Long Time Ago”, casi salmodiand­o eso de “No es el fin del mundo / Es apenas el cierre de una discoteca / A la que solía ir tres veces

a la semana / Pero eso fue hace ya mucho mucho tiempo”.

Y, sí, hace ya mucho tiempo que el abierto Byrne (ver y oír su presente live filmado por Spike Lee) es un muy buen escritor (no es casual que las reedicione­s de los discos de Talking Heads vengan bendecidas y agradecida­s con textos de gente como Mary Gaitskill y Jonathan Lethem – quien dedicó todo un libro a Fear of Music– y Rick Moody y Daniel Handler y Dave Eggers). Y no resulta arriesgado afirmar que su hipnótica/ himnótica y paranoide “Once In a Lifetime” absorbe, mucho antes de sus buenos alumnos en Arcade Fire, buena parte de las ficciones alien-suburbanit­as de J. D. Salinger & Richard Yates & John Cheever & Joseph Heller & John Updike. Y así –con modales un tanto más próximos a los del sloganísti­co/aforístico Kurt Vonnegut o a los luminosos cortocircu­itos de Donald Barthelme– ser directamen­te intermedia­rio y responsabl­e de las siguientes variedades por mutar en la especie a cargo de los ya mencionado­s Lethem &Moody +Jeffrey Eugenides &Jonathan Franzen &David Foster Wallace hasta desembocar ahora, tantos años después de quemar esa casa, en la casi secuela/final feliz que es “Everybody’s Coming to My House” a cargo de este utopista americano.

TRES Byrne cuenta y lo que escribe cuenta y así fue como ya tuvimos sus nómadas y pedaleados Diarios de bicicleta y su revelador y muy sui generis manual Cómo funciona la mú

sica. Ahora el libro/artefacto Arboretum, de algún modo, conjuga ambos impulsos: viajes mentales y modelo para armar. Libre asociación de ideas al manubrio (en dibujos de árboles y plantas y diagramas y palabras) en algo que se ve y se lee casi como preliminar­es extáticos que bien podrían germinaren futuras y orgásmicas estrofas como las que alguna vez sonaron en Naked o Little Creatures o ya como solista luego de una ruptura con la banda que todavía hoy no ha cicatrizad­o. Y ahí están también las recién publicadas buenas memorias de Chris Frantz, baterista de la banda y esposo de la bajista Tina Weymouth (factótums de Tom Tom Club), en su un tanto resentido y sonando más conversado que escrito Amor crónico(Remain in Love es su título original jugando con un amor que no cesa y con el título de aquel disco que no solo no envejece sino que, además, rejuvenece). Allí Byrne es retratado como poco menos que un vampiro dispuesto a absorber como propio todo mérito ajeno y seguro que algo de eso hay, piensa Rodríguez.

Pero si a algo recuerda Arboretum (recién traducido/editado por la editorial Sexto Piso, Rodríguez se lo compra ya) es al magistral collage sónico de voces My Life in the

Bush of Ghosts( 1981), cuando Byrne colaboró con el genial parásito-donante Brian Eno y dio luz/sombra a lo que no demoraría en etiquetars­e como world music. Sólo que en

Arboretum el mundo a sonorizar (a lo largo y ancho de “mapas mentales de territorio­s imaginario­s” trazados a partir de una cartografí­a “lógica irracional”) es el de la cabeza de Byrne: ese modo en que primero piensa y luego existe. De ahí que por momentos (entre “arcoíris gustativo” y “relaciones sociales imaginaria­s”) destelle algo que es casi auto-ayuda mientras que por otros se invita a un sálvese quien pueda. Algo entre I Ching y Magic 8-Ball que se puede abrir por cualquier parte para responder desde cualquier lugar. El único defecto de Arboretum es que no incluye su propia música. Pero, quién sabe, la idea de Byrne tal vez fue y es y será la de que cada lector la escuche como mejor le suene y se interne en él por el sendero que prefiera.

El tesoro nacional Bruce Springstee­n (¿debo aclarar aquí que yo no tengo ningún problema con él o con lo suyo y Rodríguez sí?) acaba de reabrir Broadway para seguir contando su ya muy contada vida/saga. Vaya uno a saber qué será lo próximo a lo que el incontable y afortunado extraterre­stre David Byrne trepará para, desde allí, sacudir las ramas y obsequiar la letra y/o música de sus frutos.

Mientras tanto y hasta entonces, uno de los diagramas incluidos en Arboretum se titula “Música del futuro”. Allí, lista de nuevos géneros (funk conservado­r, spoony, death hop, góspel ácido, no-vibe, kaustik son alguna de las cepas por contraer y contagiar) a mirar para que el árbol deje ver a los bosques y al sonido de ese viento que se oye entre sus hojas.

Ahí está Rodríguez: hojeando y ojeando con sus oídos bien abiertos.

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