Humor absurdo
Aire acondicionado, del angolés Fradique
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El título con que HBO Max estrenó The King of Staten Island está en perfecta sintonía no solo con ella, sino con toda la obra de su director, Judd Apatow. Si hay un tópico presente en sus cinco películas previas en la silla plegable, desde Virgen a los 40 (2005) hasta Esta chica es un desastre (2015), pasando por gran parte de los trabajos ajenos producidos bajo su paraguas, es justamente el arte de ser adulto. Sus personajes son criaturas comunes y corrientes para los que la adolescencia es un lugar confortable –con todo lo bueno y lo malo que implica el confort– y deben entender cómo vivir, cómo gustarse a sí mismos, cómo disfrutar de los placeres efímeros de la rutina. Sobre aceptar y aceptarse versa esta película inclasificable, que va ramificando sus sentidos mientras abraza los códigos narrativos de la comedia y el drama sin casarse con ninguno.
El joven actor de Saturday Night Live –que tiene un show de stand up en Netflix, bautizado Alive From Nueva York, que funciona muy bien para un doble programa– protagoniza y coescribe, junto a Apatow y Dave Sirus, esta materialización de una historia teñida con el color de lo autobiográfico. Una huella que a nadie le interesa esconder, como demuestran Davidson en cada entrevista y el hecho de que la acción se ubique en Staten Island, el mismo distrito neoyorquino donde nació en 1993, fruto del matrimonio entre una enfermera y un bombero. Como ocurre en la ficción con su personaje Scott, un día papá salió a trabajar y nunca más volvió, dejando a su viuda a cargo de un hijo de siete años y una hija recién nacida. Casi dos décadas después, aquel chico es un boludón caprichoso de 24 años que pasa sus días fumando porro con amigos, vive de prestado en la casa de mamá Margie (Marisa Tomei) y se niega a enfrentar cualquier compromiso afectivo o profesional. Un veinteañero intentando negar el paso del tiempo y aferrándose a las dinámicas del pasado es un esquema habitual en la filmografía de Apatow. La diferencia es que aquí no se trata de un pasado feliz, sino de uno que ni siquiera existió, en tanto su padre asoma con una figura inmaculada, una guía ética con vacíos que Scott llena con idealización.
La vida sigue para todos, menos para él. Así como la vecina con la que se acuesta empieza a querer algo más que revolcones ocasionales @
Es verano, hace un calor africano y los aires acondicionados se caen en Luanda, capital de Angola. No se sabe por qué pero se caen. La única cura contra esta epidemia electrodoméstica es desempotrarlos, para que no sigan matando gente cuando se vienen abajo. El gobierno, por lo que puede verse, está en huelga de brazos caídos: en ningún momento se ve a alguna cuadrilla municipal ocupándose del asunto. Un funcionario especula por la radio con que se trata de una conspiración de los fabricantes de ventiladores, que están haciendo tan buen negocio como lo vienen haciendo las empresas de venta online durante la pandemia de Covid19. En esa situación, un tiranuelo de entrecasa aúlla a sus empleados –el guardia de seguridad Matacedo y la empleada doméstica Zezinha– que se ocupen del tema. Pero Zezinha tiene un segundo empleo, y Matacedo parece atenerse a pie firme al lema del Bartleby de Herman Melville: “Preferiría no hacerlo”.
La nueva comedia del director de no tiene buenos ni malos, sino personajes que intentan hacer lo que pueden con sus vidas.
Angola, 2020.
Dirección: Fradique.
Guion: Ery Claver y Fradique.
Duración: 72 minutos.
Intérpretes: José Kiteculo, Filomena Manuel, David Caracol, Tito Spyck.
Estreno en Mubi.
Estrenada en la edición 2020 del Festival de Rotterdam, la opera prima de ficción del cineasta angolés Mario Bastos, que firma como Fradique, no tiene, obviamente, el menor interés en avanzar por el terreno de la ciencia ficción. Sí en el de una distopía que resuena con lo que hoy mismo está sucediendo en el planeta Tierra. En las charlas entre Zezinha y Matacedo surgen añoranzas por aquello que fue remplazado por un mundo de electrodomésticos declarados en rebeldía. Esas saudades, compartidas por una suerte de gurú-reparador de cascajos electrónicos, evocan el viento del mar o aquel tiempo en que había árboles y plantas. El service, tampoco muy urgido por soldar o cambiar circuitos integrados, es la clase de viejo sabio resistente que suele aparecer en los films de anticipación, como el Brain de Fuga de Nueva York. Optimista del ayer, el hombre cultiva en su maltrecho taller las últimas plantas de Luanda. to
Y sabe que hay televisores a los que fueron a parar los recuerdos de la gente.
Puntuada por disrupciones de humor absurdo (en una casa se vela, a moco tendido, a un aire acondicionado fallecido) y de lo que en principio parecería mero capricho creativo (en algunas escenas los personajes se comunican telepáticamente, y al espectador se le traduce con subtítulos), la pachorra de los protagonistas, de Matacedo sobre todo, se revela como algo más de fondo que eso. En sus deambulaciones por el edificio corroído de humedad en el que trabaja, por las inmediaciones y por la ciudad, se lee en él una profunda melancolía. Un sentimiento de desesperanza que, aunque no se verbalice, parece conducir directamente a aquel pasado perdido. Con algunos dinámicos travellings de seguimiento y una hermosa banda de sonido jazzeraangoleña (entrarle con todo en Spotify), Aline Frazâo canta, durante los créditos finales, “Tempo tempo tempo”. Ar condicionado está dedicada a “los pobladores del predio”.