La ética de las consecuencias
El liberalismo y la reivindicación de una libertad sin límites
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Sabemos que nuestra libertad está restringida desde que nacemos, no elegimos a nuestros padres ni nuestro código genético, ni el día de nuestra muerte, ni las múltiples contingencias de nuestro destino. Sin embargo, hoy más que nunca se reivindica una libertad sin ambages, fuera de cualquier tipo de condicionamiento, exenta de influencias, ignorante de sus límites. Se repudian así las determinaciones que exceden el campo de las elecciones yoicas: desestimación del inconsciente, negación de la extimidad del cuerpo, increencia relativa a la muerte etc. Tales rechazos se alistan con las premisas liberales relativas a considerar al Estado como un organismo de coerción respecto a las libertades individuales. Es que como bien lo desarrolló Aníbal Leserre, el neoliberalismo cual Hidra no solo se reproduce, sino que tiene un poder omniabarcante con incidencia en nuestra clínica. Actualmente, se hacen muy patentes tales utopías cuando en medio del pico de la pandemia del covid que nos acecha se enarbola una libertad limitada supuestamente por el gobierno. Vemos en esa suerte de empuje colectivo a celebrar reuniones, sacarse el barbijo, estrechar los cuerpos desmintiendo la realidad del virus, la manera en la que la voz de la libertad no es más que el empuje a gozar bajo la orden del superyó epocal. Allí donde el sujeto se cree libre, es allí donde está más sujetado.
Máximas liberales son a veces levantadas por los mismos movimientos progresistas, que tiran por tierra cualquier determinación atribuyéndola a un pasado que debe ser superado. Fue Lacan quien supo advertir que la consigna “tu cuerpo es tuyo“marcaba las nupcias de liberalismo con la ciencia.
“...en el impulso del: tu cuerpo es tuyo, en que se vulgariza hacia principios de siglo un adagio del liberalismo «la cuestión de saber si por ignorar cómo ese cuerpo es considerado por el sujeto de la ciencia, se tendrá el derecho de dividirlo para el intercambio». [...]”
Bien distanciado de estas proclamas, Lacan estimó que lejos de ser nuestra propiedad, el cuerpo es ese extraño que nos habita y que puede en ocasiones “levantar campamento”. Un adolescente comienza a explorar el mundo gay bajo todas las ofertas que surgen vía internet, tiene relaciones sin preservativo, no solo no se inquieta por el posible contagio de enfermedades de trasmisión sexual, sino que las reivindica en nombre de la entrega absoluta. “Quiero libertad total en el sexo” –me dice–, sabiendo lo que esa afirmación tiene de desafío. Pasa de una relación a otra experimentando –según sus palabras– el placer en el vértigo de no quedar ligado a nadie. Su cuerpo de joven vegano esbelto y asexuado con una extraña belleza andrógina, anoréxica de carne, se contrapone con las prácticas tan
La autora advierte que la voz de la libertad no es más que el empuje a gozar bajo la orden del superyó epocal.