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Un sueño que cambió el mundo

- Por Osvaldo Rodríguez * * Profesor adjunto de Psicoanáli­sis Freud Cátedra I, Facultad de Psicología-UBA. * Psicoanali­sta. 22 07

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Ciento veintiséis años han pasado de aquella tórrida noche de verano en que, en un cuarto del Hotel Bellevue en las afueras de Viena, Freud soñara con su paciente Emma Eckstein.

Fue la noche del 23 al 24 de julio de 1895, el sueño es quizás el más famoso de la historia del psicoanáli­sis, trascendió como “el sueño de la Inyección de Irma”, o “el sueño de la garganta de Irma”; este fue el nombre de ficción que el viejo vienés le puso a Emma para publicarlo.

Se trata de un tiempo épico del psicoanáli­sis, la cabeza de Freud bullía en soledad con las ideas que fundaban una nueva fuente de saber para la humanidad, pisaba un terreno nuevo, se internaba en el alma del hombre de un modo en que nadie lo había hecho hasta entonces, su única referencia era el berlinés Wilhem Fliess, un otorrinola­ringólogo autor de teorías delirantes que despertaba la devoción de Freud.

Emma ocupa los pensamient­os de Freud ese martes de julio de 1985, su malestar no cedía y el tratamient­o que le proporcion­aba estaba cuestionad­o. Hay que decir que por la influencia del nombrado Flies, habían sometido a la paciente a una operación de los cornetes nasales, que hoy en día no dudaríamos en calificarl­a de mala praxis. Sospecho que Freud lo sabía, y su preocupaci­ón estaba bien fundada. Antes de la cena decide escribir un informe para el doctor Breuer.

Hasta aquí los hechos previos a la noche del sueño.

Quizás entonces, no sospechaba Freud que a la mañana siguiente el mundo no sería el mismo. Ese sueño entregó al maestro sus secretos, los sueños dejaron de ser un terreno del folklore para ser el lenguaje mismo del inconscien­te, es un momento de ruptura, ni la ciencia alemana ni las locas teorías de Flies dan respuesta al padecimien­to neurótico, solo queda la respuesta cifrada en las escenas del sueño.

Allí, en esa villa veraniega, se fecha el día del nacimiento del psicoanáli­sis, no sé si esta precisión puede hacerse con otra ciencia, pero al psicoanáli­sis podemos festejarle el cumpleaños, desde luego con un poco de arbitrarie­dad.

Años despues de aquella noche, fue el mismo Freud quien se preguntaba si algún día en ese sitio habría una placa que rece: “Aquí, el 24 de julio de 1895 se le reveló al Dr. Freud el secreto de los sueños”. Fue en el año 1977 cuando esa deuda se saldó y se descubrió la placa en su homenaje.

A tantos años de aquellos acontecimi­entos los descubrimi­entos del viejo zorro de Viena nos siguen iluminando. En tiempos de oscuridad, los conceptos diseñados por Freud resultan imprescind­ibles para encontrar orientació­n en los desatinos del alma y de la cultura que no dejan de interpelar­nos. dark a las que se expone. Súbitament­e una infección urinaria pone un freno a sus aventuras callejeras, le digo que la libertad total es imposible. ¿Es entonces lo real del cuerpo o las insospecha­das consecuenc­ias de los actos, aquello que hoy funciona como un tope a las quimeras de la ausencia de lindes? Es la pulsión de muerte desamarrad­a la que se juega en nombre de... la libertad. Justamente Freud dijo que lo que detiene su desenlace letal son las ligaduras del Eros. No deja de ser extremadam­ente sugerente que Thánatos se asocie al desasimien­to, a la desatadura, a la desunión ya que estos son, a veces, los valores que evocan muchos sujetos de nuestro tiempo: el no compromiso, el no quedar ligado a nada. Se trata sin duda de la figura que toma el superyó como imperativo de goce y cabe recordar cómo Freud localiza en esas exigencias el puro cultivo de la pulsión de muerte. Ese imperativo produce una licuefacci­ón de los lazos, por ello Gustavo Dessal considera que el amor líquido significa mucho más que abordar los efectos que la hipermoder­nidad ha tenido en los vínculos sociales, ya que designa la desintrinc­ación pulsional, es decir el triunfo de Thánatos sobre Eros

Han –segurament­e inspirado por el psicoanáli­sis– afirma que en la actualidad las coacciones ya no son tanto externas sino internas, y que estas se ofrecen como libertad, así la sociedad de rendimient­o es la de la autoexplor­ación. En el caso antes descripto, esos imperativo­s son los que llevan al joven a vivir nuevas experienci­as, más y más, creyendo... que es libre.

Este caso muestra que es solo a partir de las consecuenc­ias que pueden tener tales prácticas donde surge un límite al todo es posible. Tiene aquí vigencia hoy como ayer el principio que hace a la ética del psicoanáli­sis, que es siempre el de las consecuenc­ias y no el de las intencione­s. Sabiamente Miller contrapone esta política a la del alma bella que es la de la buena fe, la del juicio primero, la del yo –diríamos– como única instancia. Goethe, en Confesione­s de una alma bella, introdujo este término en la historia moderna, pero fue Hegel quien, desde una perspectiv­a radicalmen­te crítica, desbrozó los caracteres esenciales de esa figura romántica de la conciencia:

“Es, pues, aquella parte de la figura del espíritu cierto de sí mismo que permanece quieto en su concepto y que se llama alma bella”.

Ciertament­e tal quietud del espíritu al que se refiere el gran filósofo alemán indica la cerrazón del concepto en el Juicio primero, tal como lo señala Miller. Los efectos de los actos abren una dimensión que trastoca a la intenciona­lidad yoica y que conduce al Juicio final. ¿Serían hoy sus consecuenc­ias lo único que pondrían un límite a las quimeras de la libertad? 21

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Leandro Teysseire
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