Una red de comunidad
hacerlo de una manera “posadamente” tradicionalista porque me aburre eso. Y además creo que en esa lectura contemporánea hay un valor agregado importante. Y no solo para las nuevas generaciones, porque gente de más de setenta años me ha dicho: “Este repertorio tiene tantas canciones que vengo escuchando de toda mi vida pero me encanta el tratamiento que le dieron y para qué lado nuevo las llevaron”. Es una nueva lectura, esa es la intención.
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¿Y a la hora de interpretar siempre hay un trabajo consciente de recreación de las obras?
–No es que yo me proponga deliberadamente cómo lo voy a hacer en cuanto a la interpretación o a la manera de cantarlo. Lo llevo a mi territorio directamente, opero desde un lugar de confianza en que algo en mí va a saber mejor que yo qué hacer.
EEntonces, lo dejo librado a una intuición que es espontánea, fresca y dinámica; que se ajusta a cada canción y hace lo que siente que es más adecuado para cada una. Pero no es que estoy pensando “acá voy a hacer esto para que resulte tal cosa”. Sería un ejercicio demasiado racional, lo dejo más librado a la espontaneidad musical, a lo expresivo. Lo resumiría así: lo llevo a mi territorio. Y eso ya le va a aportar una cosa distinta porque es una lectura que es propia.
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¿Y hay canciones que te gustaría interpretar pero que las dejás de lado porque no te cierra la versión final, porque
l arte de tapa del disco, diseñado por Alejandro Ros, simboliza las conexiones que existen entre los hongos de la tierra y también las del sistema neural humano. Explica Aznar: “Lo de la raíz lo pensaba un poco como los micelios, que es la red subterránea de los hongos que conecta todo el mundo vegetal y es como una red neural que comunica alimento, información y el estado de todas las plantas a todas las demás. Es una red de comunidad. Y siento que esta música es un poco eso: un acervo común, un legado hermoso que han dejado tremendos artistas a lo largo de las décadas y que eso está a disposición nuestra y nos conecta, nos comunica, nos informa y nos alimenta. Entonces, la metáfora es redonda”.
no le encontrás tu aporte o por algún otro motivo?
–No, muy pocas veces me ha pasado. En general, cuando elijo hacer una canción de otro autor es porque me gusta mucho y porque intuyo que le puedo aportar algo. Y rara vez me equivoqué y desistí. Cuando me llama la atención para ir ahí es porque hay algo que me está llamando y porque resuena con mi visión. Y después cuando voy, corroboro que “puedo vivir en ese mundo”.
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¿Y cómo definiste el repertorio que finalmente quedó en el disco?
–En el concierto había cerca de 25 canciones, muchas de las cuales ya venía tocando desde hace mucho tiempo y ya había grabado y publicado. Y preferí hacer un disco enfocado, que tuviera doce canciones e incluir las que no había grabado previamente, con la excepción de “Maldigo del alto cielo”, que había grabado a dúo con el músico chileno Manuel García en Abrazo de hermanos (2019). Pero no había una versión mía solo. El repertorio del concierto recorría un montón de canciones, algunas de Atahualpa Yupanqui, por ejemplo, que acá no quedaron.
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El disco incluye temas de Violeta Parra, María Elena Walsh, Cuchi Leguizamón, Chico Buarque, Chabuca Granda y Alfredo Zitarrosa, entre otros.
Y lo interesante, también, es que son todos estilos musicales distintos.
–Sí, porque elegí hacer ese viaje. Que te lleve un poco por el color de cada uno de esos países y estilos. Por ejemplo, “Zamba para no morir” (letra de Hamlet Lima Quintana con música de Norberto Ambrós y Héctor A. Rosales) la llevé al territorio de la baguala, porque no había otra baguala en el disco. ¡Esa letra es tremenda! Y la baguala tiene esa hondura, esa gravedad, esa cosa de estar gritándole al destino. Y la letra de la canción quedaba perfecta para cantarla con la caja.
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Y aparece Violeta Parra, con “Maldigo del alto cielo”, que es una canción también profunda, oscura, desgarrada, que está en sintonía con estos tiempos...
–¡Es una canción punk! Eso lo podría haber escribo The Clash, tranquilamente.
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¿Y “Chacarera de los gatos”, de María Elena Walsh, tiene que ver con el amor por tus tres gatos? Aparecían bastante en los streamings…
–¡Sí, absolutamente! Además, el hecho de que la canción hable de “tres morrongos elegantes” viene como anillo al dedo. Mis gatos fueron muy protagonistas durante las transmisiones que hice el año pasado desde mi casa, tanto que la gente se encariñó mucho y les conocía los nombres. De hecho, cuando hicimos el primer show por streaming, que no era en mi casa, llevé una foto de los gatos porque sabía que la gente iba a preguntar. Así que salían en la pantalla atrás nuestro mientras tocábamos.
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¿Y cómo armaste tu versión de “La llorona”? Porque es una canción tradicional mexicana que tiene muchas versiones…
–Sí, porque hay más de 120 coplas. En las versiones que había escuchado siempre escuchaba letras distintas y me preguntaba por qué cada uno cantaba una cosa distinta. Estuve investigando y me encontré con un libro que tiene una recopilación de ciento veintitantas coplas. Entonces, me las leí todas y fui eligiendo las que más me gustaban.
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Chabuca, Cuchi Leguizamón, Zitarrosa, Violeta Parra, María Elena Walsh… ¿De qué manera alumbran estos autores en el presente, qué siguen diciendo?
–Yo creo que el arte de calidad es verdaderamente inmortal. Y sigue hablando en todas las épocas, porque habla de cosas fundamentales; de las cosas que más nos importan, que más nos ocupan y preocupan. Y se meten con los grandes temas, que no son muchos pero son los más importantes. Y los cuentan y comunican de una manera potente, profunda y hermosa. Y eso es perenne; eso vale tanto hoy como va a valer dentro de cien años. Toda esta música se va a escuchar dentro de un siglo y va a seguir siendo igual de válida. Y eso es increíblemente valioso.