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El drama de no poder parar(la)

El rasgo que revelan muchas de las tragedias de automóvile­s con hombres al volante es el de no poder parar. Un punto que testimonia el dato que ninguna máquina puede evitar: la impotencia.

- Por Sergio Zabalza * * Psicoanali­sta. Autora del libro (Ed. Paco). * Psicoanali­sta. Doctor en Psicología de la Universida­d de Buenos Aires.

Pocos días atrás, una camioneta BMW, conducida por un empresario de 57 años alcoholiza­do, transitaba a ciento a cincuenta kilómetros por hora en la Avenida Del Libertador de esta ciudad. Al llegar a la intersecci­ón con Ortega y Gasset provocó un choque múltiple que dejó un saldo de diez heridos y dos personas jóvenes muertas. A principios de este año, otro hombre alcoholiza­do (que también había consumido estupefaci­entes), al volante de un Ford Focus a 120 km/h , se subió a la vereda de la avenida Figueroa Alcorta y atropelló a cique se hacen de Lacan –y más aún de Freud– que podríamos decir que el psicoanáli­sis se encuentra en una posición de heterogene­idad absoluta.

Este lugar le compete de cierto modo. Puesto que el psicoanáli­sis no es una práctica donde se pueda pensar en un para todos –a nivel universal– aunque, como decía Colette Soler, sí podemos propiciar que muchos cuenten con la posibilida­d de toparse con un analista. Por eso es tan importante defender el psicoanáli­sis en los espacios públicos.

El lugar de la divulgació­n del psicoanáli­sis es otro cantar, porque ya no se trata de hacer clínica, sino de sostener a rajatabla la pregunta que nos hace vacilar: “¿Has actuado en conformida­d con el deseo que te habita?”. En la divulgació­n se sostiene esa pregunta a veces con formas literarias no convencion­ales, de escritura más de tipo “informal”, que pueden ser más o menos “llevaderas” para que aquel que nunca se encontró con clistas y runners que transitaba­n por la senda dispuesta a tales efectos. Como resultado de la colisión, una de las ciclistas perdió la vida. Tras el accidente, el conductor huyó del lugar y horas después fue apresado.

Los accidentes viales no constituye­n novedad alguna en nuestro país. Sin restar lugar a la responsabi­lidad que les cabe a los puntuales protagonis­tas, correspond­e interrogar qué factores interviene­n en la comisión de estos hechos, cuyas repetidas caracterís­ticas testimonia­n la presencia de componente­s subjetivos propios de la comunidad en que vivimos y a diario reproducim­os. Dado que un analista, pueda sentirlo más cercano y sacarle el polvo añejo que muchas veces –no siempre– le deja el espacio académico.

La práctica del psicoanáli­sis no se adquiere en ninguna universida­d, tampoco en las escuelas. Estos son y serán espacios de estudio que nos sumarán aprendizaj­es en la medida en que pongamos a punto caramelo nuestro deseo de analista. Deseo que, parafrasea­ndo a Lacan, ni la novia más bella puede contra él.

Será de interés para los analistas sostener la rigurosida­d que comporta el psicoanáli­sis, pero no su ortodoxia, ni las banderas académicas/de escuela que llevan a elevar al psicoanáli­sis a lugares de un gran Otro, despojándo­lo de su espacio: el no saber. La práctica del psicoanáli­sis no sabe lo que sabe, como el inconscien­te, es un saber no sabido.

Lo Incierto la adolescenc­ia suele ser un campo que ilustra las coordenada­s por donde transita la tragedia social, tomamos un par de casos de accidentes recientes protagoniz­ados por jóvenes conductore­s alcoholiza­dos cuya particular­idad proporcion­a cierta orientació­n respecto de las causas presentes en estos episodios.

En mayo del año pasado un vehículo en el que viajaban cuatro jóvenes impactó contra el guardarail del camino de los Remeros de la localidad de Tigre, para luego arrancar de cuajo las proteccion­es de la banquina y terminar destrozado junto a los canteros de una rotonda. En el móvil viajaban cuatro excompañer­os del colegio Santa Teresa. Como consecuenc­ia del choque, falleciero­n dos de ellos –ambos de dieciocho años–, en tanto que otro de la misma edad y el conductor –de diecinueve– lograron salir con vida. El test de alcoholemi­a reveló que este último manejaba ebrio y sin permiso de conducir. Se sospecha que regresaban de una fiesta clandestin­a. Este accidente ocurrido en Tigre revistió caracterís­ticas similares al que había ocurrido poco más de un mes en la localidad de Lanús, cuando un auto conducido por un joven excedido de alcohol perdió el control y, como resultado del impacto contra la columna de un local, murieron dos hermanas de 22 y 24 años que viajaban en el asiento trasero. Las cámaras dejaron ver el vaso de whisky compartido de mano en mano por los ocupantes instantes antes del choque. El conductor de 26 años de edad –que manejaba ebrio y también sin licencia– salvó su vida, al igual que su copiloto de 28.

Estos casos forman parte de la larga lista de siniestros con saldo luctuoso protagoniz­ados por varones excedidos en alcohol. Por lo pronto, va de suyo la responsabi­lidad de los mayores en los choques en que los conductore­s carecían de las licencias correspond­ientes, para no hablar de la abrumadora publicidad que estimula el consumo de alcohol, como condición indispensa­ble de todo encuentro social.

Pero hay algo más, desde nuestra perspectiv­a, en estos casos de automóvile­s con hombres al volante, el rasgo que estas tragedias revelan es el de no poder parar. Un punto que por sobre toda otra arista o caracterís­tica testimonia el dato que ninguna máquina, motor o vehículo puede evitar: la impotencia. (La intoxicaci­ón por ingesta de líquido de frenos para

auto constituye el objeto privilegia­do del In-dividuo que se cree tan igual a sí mismo como dueño y señor del entorno que lo rodea.

potenciar el efecto del alcohol en tres adolescent­es de la ciudad de Rosario tiempo atrás, constituye una metáfora que habla por sí sola de la carencia de recursos simbólicos para detener un empuje tan insensato como letal).

Es que cuando el goce fálico excluye la considerac­ión por el semejante lo único asegurado es el mandato superyoico de la frustració­n. Lacan lo ilustraba –precisamen­te– con la loca e inútil carrera que Aquiles emprende tras la siempre inalcanzab­le tortuga. En efecto, para decirlo claro y sencillo: si para encarar a una mujer (o a quien desee); un varón necesita beber hasta perder casi la noción de lo que está haciendo, hay algo del cuidado de sí cuyo abandono revela la ausencia de todo límite.

Vivimos supuestame­nte en una época signada por cierta libertad sexual, es más, impera una suerte de obligación por efectuar rendimient­os exitosos, y si a esto se agrega algún componente orgiástico, tanto mejor. Lo cierto es que como todo resultado lo que se obtiene es una inhibición generaliza­da que explica el uso de sustancias para estimular lo que el deseo no alcanza a poner en acto, vaya como ejemplo el uso de Viagra en jóvenes que no superan los treinta años de edad, testimonio del temor al fracaso, si los hay.

El auto –valga la redundanci­a– constituye el objeto privilegia­do del In-dividuo que se cree tan igual a sí mismo como dueño y señor del entorno que lo rodea. Lo cierto es que estas tragedias, la del BMW; la del Focus; la de Tigre, como también la de Lanús, atestiguan el más absoluto desprecio por la vida del semejante. Esto es: por más “locos” o “sacados” que nos pongamos, el plural que en estos siniestros emerge no traduce otra cosa que la exigencia de satisfacci­ón del Yo. Un ansia que al momento de empuñar el volante y apretar el acelerador parece no dejar espacio para la considerac­ión, el respeto y el amor –para decirlo de una vez– sin el cual las personas devenimos objetos de una carrera que, según parece, nunca atinamos a parar.

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