Faltan decisiones fuertes
La inflación no cesa y sin dudas es un problema central para nuestra economía y, sobre todo, para las familias argentinas que mes a mes enfrentan mayores dificultades para afrontar sus costos de vida.
Para encarar el fenómeno de la inflación no sirven las explicaciones simples y unicausales. Así que intentaremos desarrollar tres motivos que nos trajeron a esta compleja situación:
En primer lugar, es necesario recordar de dónde venimos. Si bien la inflación es un problema con el que convivimos hace décadas es necesario hacer una diferenciación entre lo que fue un régimen de inflación moderada y lo que podría ser el inicio de un régimen de alta inflación. Dentro del primero podemos ubicar el periodo 20072015 con un nivel promedio en torno al 25 por ciento, mientras que la segunda se originó durante el gobierno de Mauricio Macri, donde la combinación de reiteradas devaluaciones bruscas del tipo de cambio y aumentos exponenciales de tarifas elevó el piso de inflación a la zona del 50 por ciento.
En 2020, el impacto negativo de la pandemia sobre la actividad, el tipo de cambio sin saltos bruscos y las tarifas congeladas atenuaron la aceleración inflacionaria. Sin embargo, la inflación reprimida comenzó a evidenciarse a partir de la superación de la etapa más dura del Covid-19.
En segundo lugar, no es menor el efecto de los precios récord de los commodities. Los aumentos de los granos, como así también los combustibles y materias primas industriales como el caucho, el polipropileno, las fibras de algodón y poliéster, sumado al encarecimiento de logística del comercio internacional (con aumentos de hasta un 500 por ciento), fueron trasladados rápidamente al bolsillo de los consumidores. Esta situación, desatada por el coronavirus y agravada en los últimos meses por la guerra entre Rusia y Ucrania, generó la mayor inflación mundial en décadas.
Esto tiene un doble impacto en nuestra economía: por un lado, produce una mayor entrada de dólares vía exportación de granos, los cuales son absolutamente necesarios para engrosar las reservas, generar estabilidad del tipo de cambio y recursos para aplicar políticas redistributivas, pero por el otro, aporta más presión a los precios ya que importamos inflación en dólares a través de los insumos, bienes de capital, bienes finales y servicios que le compramos al exterior.
En tercer lugar, se encuentran los cuellos de botella productivos internos. La industria está atravesando un proceso de recuperación, luego de años de destrucción de capacidad productiva, un mercado deprimido y apertura indiscriminada de las importaciones. Los datos arrojan más de un año de crecimiento sostenido de la producción, el empleo e inversiones.
Sin embargo, este crecimiento presenta particularidades. Por un lado, ubica a muchas industrias de insumos básicos al tope de su capacidad productiva, lo cual trae demoras para el abastecimiento y aumentos de precios. También se ve una recomposición de márgenes en muchos casos abusiva y sin un correlato en mejoras salariares.
Si bien el crecimiento de la actividad y la recuperación de empleo existen, su efecto en cuanto a mayor bienestar de los y las trabajadoras se ve completamente atenuado por la alta inflación y la recuperación del salario real que nunca llega.
¿Qué puede hacer el gobierno?
Esta situación demanda respuestas contundentes por parte del Estado. Ningún proceso des inflacionario es inmediato ni fácil. Una política de tipo de cambio sin saltos bruscos y su coordinación con la tasa de interés y el gasto público son condiciones necesarias para no agravar el problema. Pero también existen otras herramientas antiinflacionarias, como los controles de precios (con consecuencias reales si se incumplen), desacople de los precios internacionales de los locales, ley de abastecimiento, etc.
El mayor problema actual reside en que, para llevarlas adelante, es necesario tener la decisión y el poder político suficientes para afrontar las tensiones que traerían aparejadas.