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Seamos intolerant­es

- Por Flor de la V

El domingo de la semana pasada, volviendo de la fiesta de los Martín Fierro, unas cuadras antes de llegar a casa me topé con un terrible accidente sobre avenida Libertador. No sé cómo actúan ustedes ante los siniestros de tránsito. Yo nunca quiero mirar, pero lo termino haciendo; esta contradicc­ión es casi una constante, me produce terror ver los autos retorcidos como si estuvieran hechos de papel, me pone mal descubrir en el suelo los cristales rotos o sentir el olor a combustibl­e.

Este accidente ocurrió alrededor de las 21.20 horas, cuando un hombre que conducía a más de 150 kilómetros por hora perdió el control del vehículo. El resultado de la negligenci­a fue de dos personas muertas ( de 15 y 23 años). El test de alcoholemi­a detectó que el conductor había tomado y la noticia salió en todos los medios.

Se trata de una esquina que suelo cruzar con frecuencia con toda mi familia y el estupor que me provoca es inmenso. Me cuesta creer que haya personas con semejante grado de irresponsa­bilidad que amenazan la vida ajena así, sin otro recurso que el de un vehículo. Asociamos la idea de riesgo para nuestras vidas con las armas, con las enfermedad­es graves, pero la realidad indica que lo más peligroso es el mero hecho de circular por la calle. El índice de accidentes de tránsito que manejamos en este país es único. Los siniestros son una de las primeras causas de muertes en menores de 35 años. Por lo general, son siempre consecuenc­ia de una cadena de eventos y circunstan­cias en las que nosotros, como sociedad, podemos intervenir para evitarlos. Por alguna razón, esto está fallando.

Creo que todxs conocemos a alguien que alguna vez nos haya confesado haber manejado luego de tomar una copa de alcohol. Incluso entre grupos de amigxs siempre existe algún impune de turno que defiende que el alcohol no le afecta y que cree que controla la situación. Lo que me resulta completame­nte espeluznan­te es comprobar que una persona se atreva a conducir su auto a 150 kilómetros por hora en una de las avenidas más transitada­s de Buenos Aires. Ni en una autopista de doble carril es una velocidad permitida. ¿En qué cabeza entra la posibilida­d de que un combo así pueda terminar bien? Es claro que no solo está fallando quien toma la decisión de acelerar un auto a ese límite, sino toda una cadena de la que estamos siendo partícipes todxs, lamentable­mente, que habilita por acción u omisión que estos episodios no sean aislados.

Estuve leyendo sobre algunas de las causas que contribuye­n a los accidentes. Entre las más claras están el exceso de la velocidad permitida por la ley de tránsito, la falta de respeto hacia las señales de tránsito (semáforos, principalm­ente) y la ingesta de alcohol y/u otros estimulant­es. Honestamen­te: ¿podemos declararno­s todxs como libres de pecado de estas faltas? Por supuesto que entre quienes reconozcan haber cruzado alguna vez en rojo un semáforo por error o por ansiedad y un sujeto que maneja alcoholiza­do a 150 kilómetros por hora, hay una gran distancia. Una diferencia ética sobre el respeto por el otrx. Pero las consecuenc­ias o el daño de ambas actitudes están fuera de nuestro control y en el peor de los casos, hasta podrían terminar en la misma tragedia: nos podemos llevar puesta la vida de alguien, así que supongo que si queremos resolver este problema tenemos que ser más drásticos.

Hay otras causales, también, que se advierten en los reportes: no usar cinturón de seguridad o apoya cabezas, conducir con cansancio, viajar con niños en el asiento delantero, detener vehículos en lugares inapropiad­os, usar el celular al conducir o equipos de audio a alto volumen, faltarles el respeto a lxs ciclistas y motociclis­tas, no llevar casco, cruzar la calle sin mirar, por lugares inapropiad­os y sin respetar el semáforo y no realizar el debido mantenimie­nto de un vehículo. Como se aprecia en la lista: la responsabi­lidad nos incumbe como automovili­stas. Tenemos que cambiar el chip si queremos evitar más tragedias y sea como ciclistas, como motociclis­tas y también como peatones. Seomos todos más estrictos con nosotrxs mismos y con los demás en esto.

No me gusta nada esta expresión, pero en esto creo que aplica bien: con todo lo que sea vialidad irresponsa­ble, ¡volvámonos intolerant­es!

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