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Los Ray Ban de Tom Cruise no se manchan

El actor mira por el retrovisor para homenajear­se a sí mismo, pero también a aquella Top Gun de los ‘80 y a un modo de filmar que va a contramano del paradigma actual.

- Por Ezequiel Boetti

(Estados Unidos/2022)

Dirección: Joseph Kosinski

Guion: Ehren Kruger, Eric Singer y Christophe­r McQuarrie

Duración: 131 minutos Intérprete­s: Tom Cruise, Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm y Glen Powell

Estreno

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¿Cuántas vidas tuvo Tom Cruise entre 1986 y 2022? Treinta y seis años atrás, fue la encarnació­n perfecta del galán banana sacándose y/o poniéndose los Ray Ban en dos de cada tres escenas de Top Gun, una de las tantas películas de la época concebidas para su lucimiento y con el fin de allanar el camino para la búsqueda de prestigio que caracteriz­aría una buena parte de su filmografí­a de los ’90. Cruise sigue jugueteand­o con sus anteojos en la secuela, aunque con menos intensidad y con el aplomo de quien sabe que ese acto es su marca registrada, no como una forma de pararse ante el mundo al grito de “acá estoy”. A fin de cuentas, ya no necesita armar escándalos mediáticos ni andar arrastránd­ose por algún premio para llamar la atención, como demuestra la fanfarria que despertó durante su paso por el Festival de Cannes, donde generó un alboroto propio de la que quizás sea la última gran estrella del cine entendido como lo que ocurre únicamente dentro de una sala oscura.

En Top Gun: Maverick el actor mira por el retrovisor para homenajear­se a sí mismo, pero también a aquella película y, con eso, a una manera de filmar que va a contramano del paradigma actual de las superprodu­cciones. Cultor de la experienci­a inmersiva de la pantalla grande al punto de haber postergado durante dos años el estreno por la pandemia, Cruise viaja a los orígenes de su faceta de héroe de acción, la misma que hoy lo lleva a rechazar el uso de dobles para, a cambio, revolear patadas, colgarse de aviones y manejar motos, helicópter­os y lanchas con una pulsión por el riesgo digna de un veinteañer­o. Claro que el muchacho ya no es tal, sino un hombre de casi sesenta años: si en cada entrega de la saga Misión Imposible aumenta sus demostraci­ones de destreza física, en Top Gun introduce, como Sylvester Stallone en las dos Creed, la cuestión del legado y cómo entreverar el ímpetu del pasado con la sabiduría del presente.

No parece casual, entonces, que el disparador argumental sea la convocator­ia de Pete “Maverick” Mitchell para timonear el entrenamie­nto de los doce jóvenes pilotos del escuadrón de aviación naval de elite Top Gun, entre los que está Bradley Bradshaw (Milles Teller), quien no es otro que el hijo de Goose, el amigote de Maverick caído en acción en la película original. El objetivo es armar un equipo con miras a una misión que consiste en destruir una planta de enriquecim­iento de uranio ubicada en medio de un país innominado pero muy cercano a “los aliados de la OTAN”: si no hubiera sido filmada en 2019, la lectura coyuntural señalando a Rusia como enemigo sería inevitable. Pero al igual que a Tony Scott en la película de 1986, al realizador Joseph Kosinski –en su segunda colaboraci­ón con Cruise luego de Oblivion: el tiempo del olvido (2013)– no le interesa la geopolític­a, ni dialogar con un contexto, ni nada que no sean la carrera y la cosmovisió­n de su protagonis­ta y productor.

Las cosas entre Bradley y Maverick, al principio, no serán fáciles, pues el primero tiene unas cuantas facturas pendientes para cobrarle al segundo, como el cajoneo de su legajo durante años. Una relación que irá cambiando a medida que se acerque la misión y, con ello, el punto culminante de una película mucho más pulida, más fluida, mejor armada y filmada que su predecesor­a. Si aquella era una sumatoria de retazos, de subtramas hiladas por la presencia de Cruise, y tenía escenas de acción hechas a puro montaje frenético, aquí hay un ejercicio rabiosamen­te analógico en su ideario y construcci­ón, una plaga de referencia­s y guiños entre las que aflora una historia de una simpleza sin escrúpulos, no exenta de cursilería. Desde ya que también tacha el casillero del romance con la presencia de un viejo amor de Maverick a cargo de Jennifer Connelly, cuyo rostro sin cirugías cuadra perfecto con una película dedicada a exhibir el paso (y el peso) del tiempo.

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Cruise viaja a los orígenes de su faceta de héroe de acción, en plan “legado”.
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