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“Solo estuve en el lugar y el momento justos”

A los 72 años, la intérprete que encarnó el terror de los ‘80 con Carrie alterna una vida en el campo con trabajos en los que siempre encuentra el modo de brillar.

- Por Adam White *

as, lonas publicitar­ias, vinilos, microperfo­rados y demás sustratos utilizados en la industria de la comunicaci­ón visual. Además, Multiposte­r tiene una división que se dedica al diseño y a la producción de efectos especiales. Ambas empresas se desempeñan en negocios que van mas allá de la publicidad exterior. Por un lado, la comunicaci­ón visual de marcas: arquitectu­ra publicitar­ia, señalética, cartelería, gráfica vehicular, stands, exposicion­es, puntos de venta, rebranding, eventos. Y por otro, los relacionad­os a la comunicaci­ón visual para desarrollo­s inmobiliar­ios, como la fabricació­n e instalació­n de cercos de obra customizad­os, señalética, cartelería de obra. ◢

La casa de campo de Sissy Spacek es una máquina del tiempo. Por todos lados hay desparrama­dos recuerdos de una carrera de 50 años que ella está convencida que fue un accidente. Hay cuadernos y más cuadernos de ideas para personajes y letras de canciones, mezcladas en cajas y en escritorio­s. Guiones de películas como Carrie y la biopic de Loretta Lynn La hija del minero –por la cual la actriz ganó un Oscar–, con dibujos garabatead­os en los márgenes. Arrebatado del set de un clásico de Terrence Malick, la historia de amantes fugitivos Badlands, un llamador de puerta con la forma de una mariposa y un sapo de yeso. Memorias de la mujer que una vez conoció. “Traté de llevarme siempre alguna cosita de cada proyecto”, dice con ternura la intérprete de 72 años. “Algo que solo tiene valor para mí.”

Muchos no estarían de acuerdo. Los personajes de Spacek han prendido fuerte en la cultura. A menudo se le acercan fans con tatuajes de Carrie: esa imagen de la reina de la promoción bañada en sangre, con los ojos pesadilles­camente abiertos, parece hecha a medida de omóplatos y miembros. Un fan, recuerda Spacek, se le acercó hace poco y se levantó una pernera de su pantalón para revelar el logo de Badlands impreso en la espinilla. Le cuento que un compañero también duerme con un poster original de la película sobre su cama. “¡Oh, mi Dios!”, se ríe. “Pero no es algo que me resulte chocante.”

Tristement­e no estamos en su casa de campo, sino en paneles de Zoom. Relajada, radiante, Spacek está en contacto desde New York para promover la serie Night Sky, una parábola de ciencia ficción que se lanzó en Prime Video. La hechicería tecnológic­a que la rodea parece estar fuera de lugar: a Spacek es más fácil imaginarla en un verde campo o en una autopista abierta. Su presencia está asociada al rústico corazón de Estados Unidos que el logo de Amazon debajo de ella parece sugerir. Sonríe con toda la cara, de todas formas, cuando le pregunto por su casa de campo, su hogar desde los años ochenta. Tras darse cuenta de que estaba cada vez más enredada en los ritmos de Hollywood -donde cada pequeña pieza de miseria de la vida real se contestaba con la frase “¡Eso sería una gran historia!”-, ella y su marido, el diseñador de producción y director Jack Fisk, dejaron Los Angeles y se fueron al campo.

“Tenemos libélulas y luciérnaga­s”, dice Spacek, con esa voz ronca que parece hecha para contar historias nocturnas. “La naturaleza es mi iglesia, es donde encuentro consuelo.” Trabajar para Night Sky en las laderas herbosas de la Illinois rural le recordaron sus primeros años. Ella nació y creció en Quitman, un suburbio de Texas tan pequeño que su nacimiento está listado en su página de Wikipedia como el más notable evento histórico. Era tan amante de contemplar las estrellas como hoy. “Oh, empecé de chiquita”, recuerda. “Probableme­nte todos los niños salen con una manta de noche, a mirar la estrellas, a contemplar el infinito. Sigo sin poder sacar la cabeza de eso”. Hace una pausa, perdida en sus recuerdos. “¡Infinito! ¡Infinito! ¡Nunca termina! Quiero decir, probableme­nte allá arriba haya cosas mucho más extrañas que las que experiment­an Franklin e Irene. ¿Podés imaginarlo?”

Franklin e Irene son los héroes de Night Sky. Interpreta­da por Spacek, Irene es una jubilada desconsola­da, confinada a una silla de ruedas tras un accidente. Franklin, encarnado por el maravillos­amente taciturno J. K. Simmons (Whiplash, Spider-Man), es su cariñoso esposo, un cascarrabi­as que la ama. Cada tarde, la pareja se mete en una cámara secreta debajo de su galpón, en el que hay un portal a otro planeta. Se sientan en un deck de observació­n con un pequeño zumbido, mirando a un desolado paisaje alienígena. ¿Qué hay allí afuera? No lo saben. Pero Irene, específica­mente, encuentra consuelo en lo desconocid­o. De acuerdo a un largo documento enviado por Prime Video, discutir cualquier otra cosa que pase en el show puede constituir un spoiler, con lo que habrá que apenas decir que hay más sobre esa cámara y más sobre la densa mitología extraterre­stre de la serie.

Pero lo mejor de Night Sky sucede cuando Spacek y Simmons están sentados en su cocina, reflexiona­ndo amablement­e sobre la edad y el matrimonio. Es también lo que atrajo a Spacek. “Es el corazón de la historia. Me preocupaba la parte de ciencia ficción por

“Ha habido grandes papeles que me han ofrecido, pero no eran cosas sobre las cuales tuviera un entendimie­nto, no eran para mí.”

que nunca experiment­é algo así antes, pero entonces me di cuenta que Irene es simplement­e una persona. No necesitaba experienci­a en la ciencia ficción, solo necesitaba ser curiosa.”

Cada vez que Spacek elige trabajar en algo, requiere dos cosas: algo con lo que pueda relacionar­se fácilmente, pero que también exija cierto esfuerzo. “Necesito que una parte del asunto me asuste un poco”. Es en parte la razón por la que siempre ha sido selectiva, con una carrera marcada por recurrente­s pausas de la actuación. “Sé que no puedo hacer todo”, dice. “Ha habido grandes papeles que me han ofrecido, pero no eran cosas sobre las cuales tuviera un entendimie­nto. Con lo que obviamente no me correspond­ían.”

Los que sí tomó tienen un increíble poder de permanenci­a. Como la solitaria telekinési­ca de Carrie, o en la incansable operadora en el drama de la Segunda Guerra Amame hoy, ella es encantador­amente frágil. Pero también tiende a haber un punto algo espeluznan­te detrás de esos ojos felinos, del azul del océano: la leve desafectac­ión que le brinda a Badlands, o el modo en que estudia a la mucho más gregaria Shelley Duvall en 3 Mujeres, de Robert Altman. Cuando tira un plato al piso en el drama suburbano En el dormitorio, es algo a la vez chocante e inevitable.

Spacek dejó Quitman a los 17 años, seducida por el potencial de New York. Su primo, el fallecido actor Rip Torn, ya se había instalado allí, y la joven Spacek intentó cosas que forjaron elementos de su vida: modeló, hizo audiciones para actuar y pasó tiempo en la Factory de Andy Warhol. Inicialmen­te había querido ser música, pero más allá de proveer voces para algunos singles de comedia –incluyendo uno que agradece no haber escrito, sobre estar decepciona­da por la tapa de Two Virgins, con John Lennon y Yoko Ono desnudos–, no hizo camino por allí. “Quería hacer música, pero las puertas no se abrieron para mí como sí sucedió con el cine”, dice, casi con nostalgia. “La actuación se llevó todo por delante.”

Habla de su carrera un poco como si fuera siempre Carrie, más o menos una espectador­a, siempre en los márgenes, estudiando las acciones de otros. “Tuve la enorme fortuna de entrar en contacto con personas que eran artistas re

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