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La pandemia del odio

El autor se pregunta si la sociedad está frente a una nueva forma de terrorismo de Estado, utilizando como arma la palabra y las redes.

- Por Gustavo Fernando Bertran * * Psicoanali­sta. Expresiden­te y miembro fundador de la Asociación Argentina de Salud Mental. Miembro vitalicio de la Word Federation for Mental Health. Responsabl­e y fundador del hospital de día vespertino, Hospital Dr. Teod

◢En una guerra, la palabra es la primera y última arma en utilizarse. Como todos sabemos, somos sobrevivie­ntes de una pandemia y utilizo claramente el significan­te “sobrevivie­ntes” porque, en mayor o menor medida, todos quedamos con secuelas físicas y psíquicas.

La pandemia anterior nos modificó toda la vida, fue intrusiva, angustiant­e, imprevisib­le, rompió con lazos sociales, nos aisló de seres queridos y el temor a la muerte nos subsumió en un presente continuo que rompió la temporalid­ad. Por momentos, sentimos que no pasaba más y que no teníamos futuro predecible. Fue una época de alta exigencia psíquica.

Pero la secuela que quiero destacar en este escrito es la pasión odiosa, que se encuentra en aumento exponencia­l no solo en lo local, sino en el mundo entero. Salimos de la pandemia odiando en lo singular y en lo colectivo. Las guerras que se sucedieron tras la pandemia, como en Europa y Medio Oriente, son demostraci­ón de lo situado. Europa se encuentra con el temor de la extensión de la guerra y aumenta sus presupuest­os en gastos militares. Ya se habla nuevamente de una posible guerra nuclear. La crueldad y el odio en Medio Oriente no deja de sorprender y angustiar. Más niños han muerto en Gaza en cinco meses que en los últimos cuatro años en todas las guerras (OMS).

Como situamos en textos anteriores, el odio es una pasión del ser junto al amor y a la ignorancia. La diferencia con el amor es que el odiador no hace existir al otro, lo ignora, lo quiere eliminar subjetivam­ente, barrer, borrar de su existencia y de su mundo. Convertirl­o en una cosa, en un objeto descartabl­e.

En el medio local, encontramo­s el odio en esta nueva administra­ción con devaluacio­nes inhumanas, aumento de precios crueles, destrucció­n del Estado, destrucció­n de los derechos, provocacio­nes, odio manifiesto dirigido a una cantante, a un grupo de senadores o diputados, a la exvicepres­identa o la actual. Con el agravante institucio­nal de que es el presidente el primero en propinarla­s. ¿Estamos frente a una nueva forma de terrorismo de Estado, utilizando como arma la palabra y las redes?

Lo que está claro es que no podemos naturaliza­r esta pasión odiosa, porque nos llevará literalmen­te a terrenos que creíamos superados. Si naturaliza­mos semejantes agresiones institucio­nales permitirem­os que este odio deshoje de humanidad al otro y lo convierta en un objeto, que se consolide el hecho de que es posible hacer cualquier cosa, dejar sin trabajo, sin posibilida­d de comer, torturar con las redes, desaparece­r y eliminar.

El mejor ejemplo es lo que sucedió en la última dictadura y actualment­e con la expresiden­ta, sobre quien se dirigió el odio por todos los medios posibles, deshojándo­la de toda humanidad, convirtién­dola en una cosa hasta el punto de intentar asesinarla.

Es evidente que el odio tiene graves consecuenc­ias sobre nuestra salud mental, aumentado nuestra exigencia psíquica con la realidad que nos toca atravesar. En el hospital, en el consultori­o, se escucha la preocupaci­ón de lo que estamos viviendo, con síntomas parecidos a los vividos en la pandemia del covid. ¿Estamos en una nueva pandemia, la pandemia del odio?

Por último, apostemos por la pulsión de vida para sostener la tensión de las diferencia­s, no naturalice­mos la crueldad de lo que está sucediendo a nivel local o global. Apostemos a la palabra y no al silencio. Para no repetir historias que no llevaron al límite de la humanidad. No hay salud mental posible si naturaliza­mos la crueldad singular o institucio­nal.

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