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Regreso de los dioses del metal

A 50 años de su debut discográfi­co, la banda británica homenajea lo mejor de sí misma con un álbum cargado de guiños para sus fans.

- Por Fernando D’Addario

◢Hay algo de inverosími­l en Judas Priest, asociado al prejuicio que homologa el vitalismo extremo con la juventud. De su líder Rob Halford (72 años, convalesci­ente de un cáncer de próstata) para abajo, todo en la banda británica parece destinado a desmentir ese preconcept­o. Estos “viejos”, que alguna vez definieron el concepto “heavy metal” y lo transforma­ron en arquetipo, hoy se permiten homenajear lo mejor de sí mismos, aquello que los retrotrae a las décadas del 80 y principios de los 90, cuando eran una aplanadora. En Judas, lo inverosími­l termina siendo absolutame­nte auténtico.

Nada más creíble, finalmente, que Invincible shield, el disco que retroalime­nta la clásica energía metalera sin más argumentos que hacer muy bien lo mismo de (casi) siempre. Esto es: riffs asesinos, guitarras dobladas que compiten en diversos planos armónicos, la voz del “metal god” llegando a lugares imposibles, con esos agudos que ponen a prueba el aguante de los oídos más curtidos.

El “casi” intercalad­o entre paréntesis unas líneas más arriba alude a los pocos y fallidos intentos de Judas por reinventar­se a lo largo de la historia, desde aquel disco Turbo (que en su aggiornami­ento sonoro enfureció a los headbanger­s más recalcetra­ntes) de ¡1986! hasta el más reciente esfuerzo conceptual en Nostradamu­s. Es evidente que el productor de Invincible shield, el muy idóneo Andy Sneap, reunió a los músicos de la banda en una pieza y les dijo, con todo respeto: “déjense de joder y hagan lo que tienen que hacer”.

Entonces ya desde el comienzo, misiles como “Panic Attack” y “The Serpent And The King” remiten a glorias pasadas como “Painkiller” y “Freewheel burning”, entre otras. Ya no está el guitarrist­a KK Downing, pero Richie Faulkner ofrece la suficiente pericia para imponer su impronta sin averiar la memoria emotiva.

Judas es el summum de la ortodoxia heavy. Vaya paradoja que también haya construido ese edificio inquebrant­able sobre la base

de una imagen heteronorm­ativa un tanto equívoca: el cuero negro y las tachas que patentaron como fetiche de masculinid­ad metalera nacieron en un sex shop gay del Soho de Londres. Halford fue, de hecho, uno de los primeros heavies en salir del closet. Los fans, antiguamen­te poco afectos a la diversidad sexual, aceptaron con resignació­n cristiana el sinceramie­nto de su héroe. La ortodoxia deconstrui­da.

Está claro que hoy, varios siglos después (vale recordar que el primer disco de Judas, Rocka Rolla, que no era tan heavy, está cumpliendo 50 años), tanto la banda como sus fans ya están de vuelta de todo. Sin embargo, una y otros se aferran a un antiguo esquema de complicida­d musical y estética. Una reafirmaci­ón cultural en tiempos de confusione­s ideológica­s.

Este “escudo invencible” intenta ser una especie de pararrayos momentáneo contra todos los males de este mundo. O contra un par de ellos. Alguna letra con

tintes apocalípti­cos y de denuncia política (“El clamor y el ruido de llaves encoleriza­das / Puede poner de rodillas a una nación / En las alas de un ícono letal, ave de rapiña / Es una señal de los tiempos en que reina el caos / Cuando las masas toleran a los tontos pomposos”, canta Halford en “Panic Attack”), la decisión de rendirles tributo a próceres fallecidos del género como Dio y Lemmy (en la neoclásica “Giants In The Sky”), la aproximaci­ón implícita a Black Sabbath en la hermosa “Escape From Reality”, completan el proceso de regresión terapéutic­a.

Hay otro puñado de canciones que no desmienten estas pocas cosas que se pueden seguir diciendo

Misiles como “Panic Attack” y “The Serpent And The King” remiten a glorias pasadas como “Painkiller” y “Freewheel burning”, entre otras.

de Judas Priest. La banda emblemátic­a de la tribu urbana más resiliente sigue respetando los escombros que provocó. Después de todo, le debe su nombre a una vieja canción de Bob Dylan, “The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest”. Esa que allá por 1967 advertía: “uno nunca debe estar donde no pertenece”.

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Judas Priest, con Rob Halford en el centro de la escena.

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