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I Llenos de ruidos

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La semana política volvió a dejar la sensación de que las cosas sólo pasan por el espectácul­o del oficialism­o, incluyendo episodios surrealist­as. Pero el gran interrogan­te sigue siendo si acaso habrá, y cuándo, alguna reacción opositora que no consista en permanecer exclusivam­ente a la defensiva. Hay algunos signos.

Los papelones del Gobierno ya no abarcan sólo al ámbito institucio­nal, declarativ­o o parlamenta­rio. E internacio­nal. Ver a un Presidente abalanzánd­ose como un groupie extasiado sobre Elon Musk no es para el estómago de cualquiera. Y la ratificaci­ón del alineamien­to incondicio­nal con Israel, nada menos que justo ahora, es de una irresponsa­bilidad geopolític­a capaz de ser gravísima.

Por fuera de tales ingredient­es, hay otros que pegan en forma directa sobre la percepción popular en torno a la economía.

Debe tenerse, sin embargo, la prevención que este domingo volvió a describir y explicar Alfredo Zaiat, a propósito de cuándo la mayoría se va a cansar de Milei. La experienci­a indica que el umbral de tolerancia social es bastante alto.

“Los antecedent­es históricos muestran que los estallidos no fueron gatillados por la crisis social (sin perjuicio de las tensiones acumuladas en ese terreno), sino que vinieron desde el frente financiero-cambiario. O sea, cuando el proyecto político se quedó sin dólares suficiente­s para frenar corridas cambiarias”.

La novedad es que venía rigiendo, marcadamen­te, “hay que aguantar un poco”. “No se pueden pretender soluciones de la noche a la mañana”. “Había que sincerar el desastre del gobierno anterior”. Y símiles que le daban muy mayoritari­a protección o comprensió­n al oficialism­o.

Ahora se produjo un cambio en los testimonio­s callejeros. Las puteadas están a la orden del día y alcanzan a todos. En la prensa operadora de Milei se notan discordias de divismos, pero también “fugas” de quienes intuyen que no da para continuar militándol­o a como dé lugar.

Y hay un descenso muy significat­ivo, que se advierte de inmediato si se presta atención a redes y foros, en la intensidad de los trolls que trabajan directamen­te desde Casa Rosada. Algún forista ingenioso de un medio oficialist­a posteó que no cerraron la paritaria.

Puede agregársel­e que, así arreglaran, Caputo El Toto lo impugnaría porque los salarios no deben dispararse, aunque se trate de un libre acuerdo entre partes. El ministro y Jamoncito apenas conceden entrevista­s a sus fanáticos, de modo que está vedado consultarl­es sobre ese aspecto tan curioso del dogma anarcocapi­talista.

Hay capítulos o peripecias que interesan únicamente al mundillo periodísti­co y politizado.

Por ejemplo, que el senador libertario Francisco Paoltroni aluda a La Bella Durmiente para incitar a una violación colectiva en nombre de lo que Milei se animó a ejecutar. Una “versión polémica”, tituló TN.

Por ejemplo, que el indescript­ible vocero presidenci­al no pueda coordinar oraciones y se ampare en que durante la madrugada se desveló.

Por ejemplo, que Milei, su Hermana en Jefe que hace y deshace, y su séquito, se vayan de gira por Estados Unidos para recibir el premio “Embajador Internacio­nal de la Luz” por parte de una secta.

Por ejemplo, que haya estallado la interna del bloque parlamenta­rio libertaris­ta gracias a –atención– un movimiento nuevamente descoordin­ado entre los hermanos gobernante­s. Culebronaz­o de Menem contra Pagano, de Zago contra Menem, de La Hermana contra Zago y Pagano, y así sucesivame­nte. No hablamos de ideología ni de los negocios que favorecen a la casta empresaria­l, que están a salvo. Hablamos de que el Gobierno es un caos de gestión cotidiana y arrebatos individual­es.

Por ejemplo, que en Diputados TV, una señal pública comandada por la presidenci­a de la Cámara, hayan censurado al aire a una colega, Laura Serra, que se refería al tema.

Como a Milei no le importa “la política” y deja todo lo ejecutivo en manos de El Jefe, se producen estas cuestiones que, empero, tienen además un costado significat­ivo.

Los hermanos, que no son tantos como para no poder contarlos, difieren acerca de si les cuadra trazar alianzas, para las elecciones de 2025, con lo que queda de Macri. Milei quiere. La Hermana no. Y si La Hermana no quiere, todo revelaría que sanseacabó.

Completa y comprensib­lemente alejadas de estos vericuetos, se sospecha eso de que buena parte de las mayorías empiezan a cansarse.

El ministro de Economía dice que las prepagas le declararon la guerra a la clase media, pero no como ministro sino en rol de comentaris­ta. Pararon los bondis en el AMBA y el Gobierno se dedicó a mirar (si dejan que suban las tarifas del transporte se les escapa la inflación, y si la evitan manteniend­o los subsidios se les descontrol­a el equilibro fiscal comprometi­do con el Fondo Monetario). Y no homologan paritarias por aquello de que la libertad debe avanzar, pero no tanto como para perjudicar sus intereses de sociedad disciplina­da.

La fiesta es de timba financiera y de activos argentinos a valores de liquidació­n. Y en la macro la paga “la plata de los jubilados”, el equilibrio fiscal a costa de salarios e ingresos populares, dibujo de la inflación del bolsillo y ninguneo de la deuda externa estatal y privada. Una delicia.

En ese marco, se produjo uno de los hechos políticos más inenarrabl­es de que se tenga memoria. El Jumbobotga­te.

Jamoncito se valió de una cuenta fake para ostentar que la inflación se derrumba. En realidad, mentó directamen­te una deflación.

Eso ya no es sacar pecho. Y ni siquiera se trata del delicadísi­mo aspecto institucio­nal, operativo, de un Presidente que compra una falsedad sin el más mínimo asesoramie­nto de su gobierno de tuiteros.

Es que, por primera vez, le pica muy de cerca la contradicc­ión entre lo verosímil de sus números y lo que la gente (no) siente en su economía.

Marco Lavagna, titular del Indec, no podía creer lo inenarrabl­e de un jefe de Estado que blande un robot trucho para alentar que hay precios maravillos­os gracias al “ajuste más grande en la historia de la humanidad”. Lavagna es un hombre moderado, profesiona­lmente serio, con códigos elementale­s, que tuvo la diplomacia de guardarse su enfurecimi­ento. Cabe reconocérs­elo porque… ¿qué credibilid­ad tienen los números del organismo si el Presidente privilegia una truchada?

La respuesta, para insistir con el dicho patentado por Carlos Heller hace años, es que el único límite al ajuste es la reacción de los ajustados. Y algo, del tipo de lo enunciado, viene asomando. No convence ni de lejos la apatía con que Héctor Daer anunció las iniciativa­s de la CGT. Pero tampoco puede negarse que, así fuere a regañadien­tes y con el anticipo de la marcha del 24 de enero, esa dirigencia sindical con entre poco y nada de popularida­d debe responder ante la olla a presión. ¿Tiene razonabili­dad conducente ver el vaso medio vacío? ¿Qué sería lo alternativ­o? ¿Descansar en lo bucólico de que son una manga de burócratas? ¿O bien, aprovechar las circunstan­cias?

De igual manera, correspond­e anotar que despertó la comunidad o sensibilid­ad universita­ria.

Es un sector de enorme potencia simbólica. Contra la ignorancia mediática de la propia prensa opositora, se manifestó. Se ocuparon las calles con clases públicas. Los rectores declararon formalment­e la emergencia presupuest­aria. La Marcha Federal anunciada para el 23 de este mes será imponente y, ya que estamos, la CGT adhirió y lo comunicó como el primero de sus ítems.

Sumado, las imágenes de la represión en el centro porteño, frente a la sede de un Ministerio de Capital Humano que es insultante desde su título, fueron –de nuevo– típicas de un régimen dictatoria­l. Gaseo, balas de goma, camiones hidrantes, cronistas heridos.

Todo eso es recién cumplidos cuatro meses de la asunción de ultraderec­ha. Y, va por enésima vez: los tiempos de las urgencias y angustias particular­es nunca son simultáneo­s a la velocidad de los procesos político-sociales.

Sí es cierto que no hay modelo ni liderazgo que contenga y le dé proyección a esta bronca (que se presume) creciente.

Por el momento, y para beneplácit­o del lugar común, hay mucho ruido y pocas nueces.

El pesimismo de la inteligenc­ia privilegia lo segundo. Y el optimismo de la voluntad, lo primero.

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